¿Bosteza el Sueño Americano?, por Gabriela Bustelo

    Con la llegada del siguiente presidente podría resucitar en Estados Unidos –como parece anticipar la enconada campaña electoral– el viejo guerracivilismo superado.

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    HIllary Clinton y Donald Trump
    HIllary Clinton y Donald Trump / Actuall

    Mientras España se dirige desganada a una repetición de las elecciones generales con los mismos candidatos, en Estados Unidos el engrasado proceso electoral avanza imparable hacia el 8 de noviembre, cuando se decidirá quién es el siguiente ocupante de la Casa Blanca. Según las últimas encuestas, el 84% de los votantes estadounidenses cree que Donald Trump encabezará la candidatura republicana, mientras que el 85% piensa que Hillary Clinton será la candidata del Partido Demócrata.

    Pero esta certidumbre no ha aumentado el apoyo que ambos tienen en sus propios partidos. Cada uno tiene el respaldo de cerca de la mitad de sus respectivas parroquias: Clinton cuenta con la aprobación del 51% de los demócratas, mientras que el 49% de los republicanos dicen preferir a Trump como candidato de su partido.

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    Trump se ha apropiado del lema de Reagan “Recuperar la grandeza de América”

    En un Estados Unidos post-crisis con problemas de identidad respecto del Sueño Americano, la incorrección política y el hecho de no ser un político profesional son las dos grandes bazas de Donald Trump, mientras que Hillary Clinton tiene a su favor el hecho de ser mujer –tras la elección de Obama por su raza, la presidencia femenina parece casi obligada–, su defensa infatigable de las minorías –que deciden numéricamente las generales estadounidenses– y la sensatez comparativa frente a la chifladura de su adversario republicano. Trump se ha apropiado del lema de Reagan “Recuperar la grandeza de América” (Make America Great Again) y en política exterior sus propuestas tienen la osadía del novato: Estados Unidos debe dejar de ser “el policía del mundo”; la OTAN es un timo demasiado caro; los países donde esté presente el ejército estadounidense deben contribuir económicamente a mantenerlo allí; los países que se proclamen contrarios al Estado Islámico deben luchar contra él; la tortura puede emplearse en los interrogatorios de personas sospechosas de actividades terroristas. El atractivo de este neo-aislacionismo es grande por su novedad y por su llaneza.

    Por contraste, Hillary Clinton tiene un buen currículum en exteriores –cuatro años como Secretaria de Estado con Obama–, acompañado de un programa internacional equilibrado que mantendría la hegemonía estadounidense y el statu quo diplomático, pese a que sus costosos proyectos sociales para mejorar el nivel de vida de sus compatriotas limitarían su agenda global, a no ser que subiera los impuestos. (El público estadounidense no acepta los sablazos fiscales así como así.) En lo tocante a política nacional, Clinton es pro-aborto, anti armas, partidaria de ampliar la cobertura del Obamacare y ecologista. En todos estos asuntos, Trump mantiene una postura contraria. Además, como buen republicano cree que la recuperación económica implica reducir la estatización, privatizar la seguridad social y aumentar moderadamente los impuestos a los más ricos. En cuanto a política de emigración, es partidario de endurecer la entrada y la concesión de la ciudadanía. Su oponente demócrata sostiene en estos cuatro asuntos lo opuesto, coincidiendo únicamente en aumentar la presión impositiva a los más favorecidos, cosa que ella haría en mucha mayor medida. Otra diferencia notable es la relativa a la financiación de la campaña: Hillary Clinton ha logrado reunir el cuádruple de fondos que Trump (el candidato presidencial más rico de la historia estadounidense después del también republicano Ross Perot). En cuanto a las redes sociales, Trump supera en casi dos millones de fans a Clinton en Twitter y en Facebook duplica el seguimiento de la candidata demócrata.

    En España el guerracivilismo congénito ha impedido que cuatro candidatos logren pactar tras una parálisis política de seis meses, obligando al electorado a regresar a las urnas. En enero de este año el presidente Obama acusó a los políticos de ser más tendenciosos ideológicamente que sus votantes, a quienes pidió no dejarse llevar por la nostalgia del pasado. Comparó la actualidad estadounidense con la Guerra de Secesión, recordando que en Estados Unidos hubo un tiempo en que “la gente se mataba a palos”. Por increíble que pueda parecer, existen países cuyos conflictos nacionales se han resuelto gracias al esfuerzo conjunto de todos sus habitantes. La prueba viviente de que la Guerra de Secesión se ha superado es el propio Barack Obama, elegido en 2008 como 56º presidente del país. Con la llegada del siguiente presidente podría resucitar en Estados Unidos –como parece anticipar la enconada campaña electoral– el viejo guerracivilismo superado.

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    Periodista, escritora y traductora de inglés de literatura, ensayo y cine. Pasó su infancia entre París y Washington DC. Licenciada en Filología Inglesa, trabajó durante una década el sector cultural, en empresas como Microsoft Encarta y Warner Music. Tiene tres novelas publicadas. Ha traducido al español a clásicos como Dickens, Kipling, Wilde, Poe y Twain. Colabora desde hace décadas en prensa española y latinoamericana. Tras una década colaborando en revistas femeninas como Vogue, Gala y Telva, se inició como columnista en La Razón, labor que continuó en La Gaceta.