La revolución llamó a su puerta la madrugada del 13 de julio de 1936, cuando mucha gente se había ido ya de Madrid, en parte por las vacaciones de verano y en parte por la violencia política, que era imparable. A José Calvo Sotelo le había llegado su hora, y no puede decirse que le cogiera por sorpresa, que en el Parlamento ya le habían amenazado de muerte. Sus amigos, precavidos, le aconsejaron que huyera de la capital.
Pero él prefirió quedarse. Y eso es mucho decir cuando desde los escaños de la Carrera de San Jerónimo la izquierda prometía muertes con la impunidad del que más tarde las borraba del diario de sesiones de la Cámara.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraCalvo Sotelo lo sabía, y también sabía la censura que el Frente Popular había decretado en la prensa, por eso detallaba en cada discurso los crímenes políticos cada vez más numerosos en las calles de toda España. Como si fuera diputado y periodista al mismo tiempo. Era la voz y el alma de Renovación Española.
La Pasionaria lo sentenció en sede parlamentaria: «Este hombre ha hablado hoy por última vez»
Dolores Ibarruri, La Pasionaria le anticipó el destino que le esperaba: «Este hombre ha hablado hoy por última vez». Lejos de indignarse, Calvo Sotelo asumió la amenaza con entereza y citando a Santo Domingo de Silos pronunció un discurso memorable:
«Me doy por notificado de la amenaza de Su Señoría. Mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de los actos que yo realice. Y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo os digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio».
Para sortear la censura que el Frente Popular había decretado en la prensa, detallaba en cada discurso los crímenes políticos cada vez más numerosos
Efectivamente, días después una docena de hombres -algunos guardias de asalto y otros escoltas de Indalecio Prieto, Largo Caballero y Margarita Nelken– echaron abajo no sólo la puerta de su casa del número 89 de la calle Velázquez, sino los últimos vestigios de legalidad del régimen republicano. Le obligaron a vestirse para llevarle -fue la coartada- a la Dirección General de Seguridad. Calvo Sotelo apeló a su inmunidad parlamentaria, pero ni eso le salvó.
«El ministro bolchevique»
Sus verdugos apenas podían disimular su sed de venganza por el asesinato del teniente Castillo unos días antes. Le subieron a una camioneta y al poco de arrancar le descerrajaron un tiro en la cabeza. Así acabó la vida de José Calvo Sotelo, una figura hoy elogiada por muchos, aunque en su época no se ganara el respeto de las élites españolas.
La verdad es que Calvo Sotelo no era ni siquiera bien visto por buena parte de la derecha. Los aristócratas cuchicheaban cuando le veían llegar a las recepciones. «El ministro bolchevique», le llamaban. Porque como ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera emprendió una reforma agraria que no satisfizo a los grandes terratenientes.
Sin duda, su muerte fue la gota que colmó el vaso para media España a la que ya le resultaba más peligroso seguir igual que sublevarse. Franco, desde Canarias, fue el último de los generales en convencerse de la necesidad de derrocar al Frente Popular.
Ochenta años después, el ayuntamiento de Madrid, dirigido por Manuela Carmena, tiene previsto retirar la placa que recuerda al diputado de Renovación Española en el 89 de la calle Velázquez y la estatua de la Plaza de Castilla. Le acusan de franquista, aunque ni para eso tuvo tiempo: murió cinco días antes del inicio de la Guerra Civil.