Cruda realidad / La guerra oculta entre el feminismo y el movimiento trans

    La suma sacerdotisa del Femenismo en la muy políticamente correcta BBC, Jenni Murray, ha sido despedida de la cadena británica. ¿Su delito? Sugerir algo parecido, si no idéntico, a lo que difunde el infame autobús naranja de HazteOir.org.

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    Jenni Murray y Germaine Greer
    Jenni Murray y Germaine Greer

    Quiero ser corresponsal de guerra. En serio, se lo voy a proponer oficialmente a ACTUALL, de una guerra que está todavía en estado tibio, aun no al rojo vivo, pero que ya tiene sus bajas.

    Me refiero a esa guerra intestina de la progresía, que se empeña en pastorear rebaños incompatibles, y que si todos tienen un objetivo común -acabar con nuestra cultura-, no comportan mucho más y sí les separan distancias astronómicas.

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    Por estar a la moda, la ideología de género, con su fiebre trans de temporada, contra el feminismo ‘enragé’.

    Porque si al final el denostado macho puede ser una de nosotras con solo levantar la mano y presentarse voluntario, ya me dirán ustedes dónde queda la ‘liberación de la mujer’, que es para creer que sea la última triquiñuela del maldito y omnipresente patriarcado.

    Jenni es droga dura, a la izquierda de Mao, feminista de Tercera Ola de las que ven la oscura mano del Patriarcado trasteando cada vez que le da la ciática

    Jenni es droga dura, no crean que estoy hablando de una feminista de ocasión, feminista para salir del paso; Jenni es el producto genuino, a la izquierda de Mao Zedong, feminista de Tercera Ola de las que ven la oscura mano del Patriarcado trasteando cada vez que le da la ciática, de esas que no pasan el menor chiste y harían llorar a un payaso.

    Cinco minutos de oírla en su programa de radio ‘Woman’s Hour’, un desabrido sermón a lo Savonarola, debe restar, a ojo, unos quinientos años de purgatorio.

    Pero, ay, el Frente Trans no hace prisioneros, y entre feminismo -una lucha algo pasada ya, admitámoslo- y el último grito en progresismo, el ‘vaudeville’ de los géneros, los responsables de la cadena lo han tenido claro: nos quedamos con lo trans y que a Jenni le zurzan con hilo negro.

    La cosa vino a cuento de un caso concreto, el de un tipo, presentador de televisión, sometido a una operación de reasignación sexual que pasó a llamarse India Willoughby. Naturalmente, el caso fue celebrado como es ya obligatorio en estos casos, como si el sujeto, nacido Jonathan, hubiera cruzado a nado el Canal de la Mancha o salvado el planeta del impacto con un meteorito.

    Pero no por Jenni. Convencida de seguir teniendo la cota de adamantium progresista que la hace intocable, Jenni vino a soltar en abierto la herejía. Después de todo, había podido decir todo tipo de indignantes disparates sin que a nadie se le moviera un músculo; ¿por qué no lo que parecía que debía ser obvio para cualquiera?

    «India se agarra firmemente a su creencia de que es una «mujer de verdad», pasando por alto el hecho de que ha pasado toda su vida antes de su transicion disfrutando de la privilegiada posición que nuestra sociedad otorga a los hombres».

    No sabía que estaba recitando su propia sentencia de muerte laboral, como así ha sido.

    Pero no ha sido la única víctima de campanillas de estas primeras escaramuzas entre feministas de toda la vida e ideólogos de género. Antes cayó una bastante más grande, uno de los grandes nombres del feminismo de Tercera Ola, Germaine Greer.

    Autora del clásico ‘El Eunuco Femenino’, Greer tenía la excusa de que fue en 2015, cuando la ofensiva todavía no parecía haberse decantado por ninguno de los dos bandos, y por su condición de ‘vaca sagrada’ del movimiento que hoy celebra su festividad laica.

    Las ‘mujeres’ transexuales, osó decir Greer, «no pueden ser mujeres». «Cortarte simplemente el pene no te hace mujer». Pobre Germaine, de nada le valieron sus más de 45 años de entrega apasionada a la causa; no sabía que nada disfruta más la tribu progresista que hundiendo sus colmillos en la carne de un compañero que da un resbalón. Le llamaron de todo menos bonita, y Greer, que no ha vuelto a ser ni sombra de lo que ha sido, tuvo que cancelar de urgencia un acto que tenía previsto.

    Otra que vivió un linchamiento virtual del estilo fue la misándrica periodista de The Guardian Suzanne Moore, dos años antes, todo por una mera frase en un largo artículo sobre -lo adivinaron- lo difícil que es ser mujer bajo el Patriarcado: “[Las mujeres] estamos furiosas con nosotras mismas por no ser más felices, por no ser amadas adecuadamente y por no tener el ideal de cuerpo femenino: el de una transexual brasileña».

    Tuvo que dedicar los dos siguientes artículos a enmendar la metedura de pata, asegurando que ella ama, ama, ama a los mujeres nacidas como varones, a las que considera un ejemplo de valentía y tal y cual.

    La abrumadora mayoría de las feministas de nómina no se han dado cuenta del inevitable choque de trenes con el lobby Trans

    Cuando una lleva toda la vida esperando al enemigo de frente, cuesta bastante y requiere cierto espacio de tiempo hacerte a la idea de los ataques que vienen de los lados o de la propia retaguardia.

    Y así todavía la abrumadora mayoría de las feministas de nómina no se han dado cuenta del inevitable choque de trenes, del caballo de Troya que han metido con alborozo dentro de los muros de la fortaleza feminista al abrazar la causa trans.

    No puede estar muy lejos el día en que, al menos las más avispadas, entiendan que si la biología no es nada y el deseo declarado lo es todo, el Patriarca guarda una última añagaza en su arsenal de trucos: presentarse ante las reivindicaciones femeninas y decir: «ahora soy una de vosotras!»

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