He visto al Partido Republicano dejar colgado a su propio candidato a la presidencia -que arrasó en las primarias del partido y está en empate técnico con sus rival- a solo treinta días de las elecciones por un comentario obsceno de cuarto de baño hecho en privado hace once años (cuando, por cierto, era demócrata).
He visto a un advenedizo de la política desembarcar en el ‘concurso’ democrático más importante de la tierra y arrasar haciendo exactamente todo lo que los expertos han dicho siempre que no se podía hacer, todo lo que suponía la automática muerte política del más avezado y popular político, desde atacar a los periodistas a enfrentarse a su propio partido y sus poderosos donantes, desde actuar como si la corrección política no existiera a proponer políticas radicales que todos los que son ‘alguien’ consideran disparatadas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraHe visto a todos los poderes de la tierra en pie de guerra contra él.
He visto al USA Today, por primera vez en su historia, tomar partido en unas presidenciales, no tanto para aconsejar el voto a favor de Clinton como para implorarlo en contra de Trump, como por otra parte han hecho todos los medios de prestigio.
He visto a Robert De Niro, que cuando el escándalo Lewinsky, dijo que eran asuntos menores, grabar un video contra Trump
He visto a Robert De Niro, que en su día, cuando el escándalo Lewinsky, dijo que eso eran asuntos menores que a nadie incumbían, grabar un vídeo contra Trump asegurando que le encantaría echarle mano personalmente; a todo Hollywood histérico y en modo de ataque.
He visto a gobernantes extranjeros, aliados de Estados Unidos y que algún día podrían tener que tratar con Trump como presidente, denostarle y alertar contra él como si fuera una invesión extraterrestre.
He visto -leído- a la sección de prensa de las Naciones Unidas animar en redes sociales a los expatriados a votar, «porque solo así se podrá detener a Trump», caso único en la historia de las injerencias.
He visto a la candidata rival, para más inri ex secretaria de Estado, acusar directamente al presidente de la segunda potencia militar mundial, Rusia, de espiar sus correos y actuar en connivencia con su competidor, arriesgando una guerra nuclear para salvar su candidatura.
Y, ahora, si les parece, vamos a contar unas cuantas verdades, que el aire cargado de mentiras oficiales empieza a resultar asfixiante. Empecemos por Trump.
Donald Trump es un egocéntrico zafio y hedonista, un perfecto hijo del degenerado Occidente, un gañán con muchos millones y una vanidad inconmensurable.
Pero, ¿saben qué? No era exactamente un secreto. Trump no es el Mr. Smith del mítico ‘Caballero sin espada’, no ha llegado de un pueblecito del Winsconsin rural con una maleta llena de ilusiones e ideales. Es un extrovertido magnate neoyorquino que lleva en el candelero desde que recuerdo, siempre entre el Financial Times y la prensa del corazón, rey del espectáculo y la autopromoción.
Que lo que dijo hace once años y han publicado es irrespetuoso, indignante y soez es, al menos para mí, evidente; que hay que llevar una vida muy aislada y solitaria para no saber que cuando están a solas con sus congéneres los varones no son el epítome de la corrección política, también.
Por eso, lo que hemos vivido los últimos días, ese rasgado de vestiduras y esa desbandada en masa de prohombres de su partido hiede a hipocresía que tira para atrás.
¿No sabían que Trump era Trump? ¿Nunca han oído comentarios similares a sus colegas en los vestuarios, lejos de los micrófonos? ¿Son más graves esas estúpidas balandronadas de adolescente que tener a una becaria debajo de la mesa en el Despacho Oval, estar acusado de abusos y violación por varias mujeres?
No, naturalmente: todos los que se van ahora estaban rezando por que apareciera algo, cualquier cosa, que les diera una excusa para darle la puñalada al candidato, que amenaza todo lo que son y a todos sus socios.
Trump nos ha mostrado el revés de la trama, aunque hasta ahora una sabía que las grandes decisiones no emanan, precisamente, del pueblo soberano ni se toman con luz y taquígrafos
Porque lo que importa de Trump es, sencillamente, que nos ha mostrado el revés de la trama. Hasta ahora una sabía que lo oficial no coincide exactamente con lo real, que las grandes decisiones no emanan, precisamente, del pueblo soberano ni se toman con luz y taquígrafos.
Pero ir más allá de una referencia casual al ‘establishment’, de insinuar como de pasada lo que los turcos llaman ‘el Estado profundo’, equivalía a ser tachada de ‘conspiranoica’ que, no por coincidencia, es una sentencia de muerte en la profesión.
Pero Trump les ha puesto tan nerviosos que se delatan ellos mismos. A los grandes medios, esos cuyos nombres todos los periodistas hemos aprendido a pronunciar con reverencia, parece darles igual dejar su profesionalidad y prestigio a la altura del betún tapando vergüenzas a su candidata y retorciendo inmisericordes cualquier patochada de Trump.
La reacción de empresas, bancos, políticos supuestamente del mismo partido y, en fin, todos los dueños de la narrativa ha sido tan descarada y abierta que es difícil negar ahora la conexión.
En un sentido, este es el fin de la historia, y el comienzo de alguno nuevo, mejor o mucho peor, quién sabe. Pero una no puede olvidar lo que ha visto, y el sistema como lo conocemos hasta ahora ha quedado herido de muerte.