Cruda realidad / Trump y la histeria

    A la prensa, no sé si se habrán dado cuenta, no le gusta mucho Trump. Estoy bromeando, claro: los medios convencionales odian, o-d-i-a-n, al nuevo presidente de los Estados Unidos hasta límites que hubiera considerado inalcanzables hace solo un año.

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    La caricatura que el New York Times dedicó a Trump el día de su jura como presidente de EEUU / The New York Times
    La caricatura que el New York Times dedicó a Trump el día de su jura como presidente de EEUU / The New York Times

    Estar en desacuerdo con un gobernante no solo es perfectamente legítimo, sino me atrevería a decir que muy recomendable. Que te parezca un peligro para sus conciudadanos e incluso para el planeta también puede ser muy razonable, aunque se impone argumentarlo. Que te caiga fatal, aunque comprensible, debería ser irrelevante para un comentarista político.

    Pero Trump parece haber pisado un callo colectivo, y la respuesta al personaje rara vez es la refutación y frecuentemente la histeria, la transposición en palabras de espumarajos por la boca, la acumulación de analogías absurdas, insultos gratuitos, suposiciones sin base y Godwin, mucho Godwin.

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    En ABC, la periodista Isabel San Sebastián le dedicaba hace unos días una columna, ‘Cría cuervos como Trump…’, y aspira con grandes posibilidades al primer puesto de los pataleos verbales absolutamente vacíos.

    Empieza: «No es casual que la primera firma de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos haya rubricado un documento destinado a desmantelar el plan sanitario de Obama. Destruir se le da bien».

    No se me ocurre muchas afirmaciones más absurdas sobre un hombre que, frente a la abrumadora mayoría de la humanidad -incluyendo el 99% de los personajes sobre los que haya podido escribir la periodista- tiene en su haber construcciones no metafóricas, sino perfectamente sólidas y visibles en todo el planeta.

    Si a Trump ‘se le da bien destruir’ es algo que ha debido mantener muy reprimido durante las siete décadas largas de su vida, dedicada mayormente a lo contrario.

    No hay que salir del periódico de Isabel San Sebastián para encontrar críticas muy fundadas al disparate híbrido público-privado que es el Obamacare

    Por otra parte, ni siquiera hay que salir de su periódico, para encontrar críticas muy fundadas al disparate híbrido público-privado que es el Obamacare, un programa universalmente criticado desde el primer día, con lo peor del capitalismo feroz y el estatalismo paralizante.

    Si la señora San Sebastián tiene una buena defensa que hacer de ese engendro, que la haga. Le esperamos. Pero ya le advertimos que se va a encontrar a un buen puñado de sus aliados ideológicos en contra.

    Pero no es preciso esperar; es fácil darse cuenta de que San Sebastián no tiene nada realmente serio que decir cuando continúa con esta asombroso insulto de tercer grado: «Su discurso de investidura, veinte minutos de vómito ultranacionalista trufado de mesianismo medieval («Dios nos protege») fue un ataque visceral a todo lo foráneo, presentado como peligroso y hostil a la patria, llamada a dejar constancia de su sagrada supremacía».

    ¿En qué consiste, exactamente, el «vómito ultranacionalista» de Trump? ¿En anteponer los intereses de su país al de los demás? Curioso. ¿Quiénes le han votado? ¿Los europeos? ¿Los mexicanos? ¿Los chinos? Ignoro si la señora San Sebastián ha contratado alguna vez un abogado, pero si lo ha hecho, imagino que se asombraría infinito si el magistrado le dijera que pensaba defender por igual sus intereses que los de su adversario en el litigio.

    «América primero» es lo que hace no muchos años se hubiera considerado una perogrullada, no un «vómito ultranacionalista». La jurisdicción de Trump acaba en sus fronteras, quienes les han votado han sido los americanos. Es todo tan obvio…

    Y sigue: «Una tierra, un hogar, un destino glorioso», le oí exclamar, con esa retórica suya de predicador iluminado, sin poder evitar recordar otra triada célebre impresa en nuestra memoria con ecos aterradores: «Un pueblo, un imperio, un fürer».

    Al ser humano, desde siempre, le gustan las triadas. Tienen, no sé, un ritmo especial: «Pan, trabajo y libertad»; «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Si a Isabel «no puede evitar» que la triada de Trump le traiga a la memoria el lema nazi -¡qué rato, Godwin en el primer párrafo!-, ello es tan irrelevante como si a mí me evoca «un globo, dos globos, tres globos». Dice más de la autora y sus obsesiones que de la frase en sí.

    Sostiene San Sebastián que eso de «América, primero» es un mensaje «tan sencillo de entender como difícil de implementar en un mundo globalizado donde el crecimiento de cada uno depende del de los demás».

    Imagino que la periodista no pondrá los intereses de su familia sobre los de su vecino por la misma razón, ya que en la economía moderna cada uno depende de los demás, y para todo lo que posee, cobija y alimenta a San Sebastián ha dependido de los demás, de anónimos agricultores y ganaderos, de arquitectos y albañiles, de inventores y fabricantes.

    Es el truco retórico de pretender que tu contrincante ideológico ha dicho mucho más de lo que realmente ha dicho

    Es el truco retórico, viejo como la demagogia, de pretender que tu contrincante ideológico ha dicho mucho más de lo que realmente ha dicho; fingir que «América, primero» significa «América solo». Estoy seguro de que una señora tan lista advertirá, en cuanto se calme un poco, la diferencia. No es difícil.

    «Pasada la euforia inicial, cuando llegue la hora de convertir los votos en trigo, la espuma sobre la que ha cabalgado hasta la Casa Blanca se tornará barro», sentencia San Sebastián.

    Oh, bueno, antes de hablaba de los «cien días de cortesía», claro que también se hacían pronósticos que se alejaban algo menos del blanco que el monumental ridículo que han hecho los medios con las posibilidades de Donald Trump, el presidente norteamericano que nunca, jamás, de ninguna manera, ni en sueños, llegaría a la Casa Blanca.

    Y ahora Isabel nos predice que no va a cumplir. Ella, de algún modo, lo sabe. Como lo saben todo, y por eso ya pocos les compran y nadie les cree.

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