Es paradójico que una política demoscópica como es la política democrática revele apreciables contradicciones y asimetrías a la hora de ponderar las creencias de la gente.
Leo al profesor Ignacio Urquizu en El País, y me entero de que según una encuesta de 2011, “más del 80 % de los entrevistados creía que los indignados tenían razón”. Ni el profesor, ni nadie, se pregunta qué quiere decir eso. Lo que se deja caer es que la aplastante mayoría de los españoles creía que estaba bien acampar en la Puerta del Sol, es decir, algo que es ilegal, y también creía que las ideas contrarias a la propiedad privada y los contratos voluntarios que en dichas asambleas se vertían eran ideas correctas. Esto es contrario a lo que los españoles parecen creer a tenor de su conducta en lo tocante a sus propios asuntos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraSin parar mientes, el profesor Urquizu continúa: “Metroscopia preguntó en sendas encuestas si los Estados tenían menos poder que los mercados. En torno al 80 % de los entrevistados se mostraban de acuerdo con esta afirmación. Además, también se cuestionaba si la globalización había debilitado a los sistemas democráticos y casi el 70 % se mostraba a favor”.
Nunca los Estados han sido más grandes, nunca han sido más elevados los impuestos, el gasto público y la deuda pública.
Nunca los Estados han sido más grandes, nunca han sido más elevados los impuestos, el gasto público y la deuda pública. Nunca ha habido más políticos, más burócratas, más regulaciones, prohibiciones, controles y multas. En suma, afirmar que los mercados mandan sobre los Estados es contrario a lo que cualquiera puede comprobar por sí mismo.
Ahora veamos la otra afirmación: la globalización como enemiga de la democracia. Se empezó a hablar de la globalización como amenaza cuando cayó el Muro de Berlín, y se bombardeó a la opinión pública con lúgubres presagios sobre los males que nos sobrevendrían por culpa de la globalización neoliberal. Entre ellos se subrayó que la democracia iba a ser restringida, recortada, debilitada. En cambio, lo que sucedió en la práctica fue que hubo en el mundo después de 1989 más democracia que nunca.
Tenemos, pues, una obvia asimetría. La gente cree cosas que se puede comprobar que no son ciertas
Aquí tenemos, pues, una obvia asimetría. La gente cree cosas que se puede comprobar que no son ciertas. Cabe sospechar que las razones por las cuales las cree tienen que ver con el mencionado bombardeo: todo el tiempo los ciudadanos recibimos mensajes en ese sentido. Por tanto, si creemos que esos mensajes revelan la realidad genuina no es sólo ni es tanto por culpa nuestra como por culpa de quienes realizan esas proclamaciones desde posiciones de autoridad en la academia, la política, la cultura y los medios de comunicación. Que un profesor afirme que los mercados someten a los Estados, cuando toda la evidencia va en sentido contrario es un problema sobre todo del profesor, no tanto de sus alumnos, lectores, oyentes o espectadores.
Sea ello como fuere, supongamos que tales son efectivamente las creencias de la gente, tal como aparecen reflejadas en las encuestas, que son muy importantes en la democracia, que es un sistema en el que la opinión pública es clave: el Estado democrático depende de las creencias de la gente. ¿No?
Si se afirma que las creencias de las personas son relevantes para la política, entonces deben ser relevantes siempre
Procedamos a continuación a señalar un par de llamativas asimetrías ante el discurso prevaleciente. Si se afirma que las creencias de las personas son relevantes para la política, entonces deben ser relevantes siempre, y no solamente en algunos casos. Pero eso no es lo que sucede.
Por ejemplo, todas las encuestas revelan que los españoles quieren pagar menos impuestos. Y, sin embargo, han acabado siempre pagado más, mucho más. El sistema democrático, el que mejor representa las preferencias de los ciudadanos, abiertamente las viola en un aspecto tan determinante como el derecho humano a conservar lo que a cada ciudadano le pertenece. Esta asimetría ha sido reconocida por la ciencia política al menos desde el marqués de Condorcet, pero rara vez es incluida en los mensajes que reciben los ciudadanos.
Finalmente, un punto que interesará en especial a los lectores de Actuall. Si las opiniones de los ciudadanos son fundamentales en democracia, si sus valores deben ser respetados y no quebrantados por el poder, entonces ¿por qué no se respetan sus creencias religiosas? Más aún, ¿por qué el poder democrático se esmera en atacarlas?