La Infantería en deuda con Camilo José Cela, por el general Dávila

    Antes que un grande de la literatura, Cela fue soldado de infantería. El autor conoce de primera mano esa faceta del Premio Nobel, que hoy hubiera cumplido cien años.

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    Camilo José Cela / EFE

    Camilo José Cela (1916-2002) llevaba en el alma y en la retina la experiencia del soldado de infantería, que revive luego en sus libros de caminante como Viaje a la Alcarria. Bien lo sabe el general Rafael Dávila, que tuvo ocasión de tratarle personalmente en Estocolmo en una celebración de los Nobel, y en los paseos que compartió con el escritor en el Pardo, cuando él era coronel de la Guardia Real.

    Reproducimos el artículo publicado por Rafael Dávila en su blog, donde aporta algunos detalles inéditos del autor de La colmena:

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    11 de mayo de 1916. Nacía en Padrón don Camilo José Cela. Hoy se cumplen cien años. Hoy se detiene la Infantería. Solo un momento.

    Hace unos días escribía sobre el más grande de nuestros infantes, don Miguel de Cervantes. Caballero andante, título de soldado, que alcanzó la cátedra en combate y en el combate de las letras le ganó el sitio a la palabra. Hizo uso de la espada cuando debía y de la pluma cuando llegó el momento de contar que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.

    Fue suya la palabra.

    Un soldado no se rige por la ley, escrita sin sentimiento. Necesita palabras extraídas del alma.

    Cervantes, Calderón, nos han dejado la inmutable guía espiritual de un soldado.

    “No se ha visto en todo el mundo

    tanta nobleza compuesta,

    convocada tanta gente,

    unida tanta nobleza…”.

    “Aquí la más principal hazaña es obedecer, y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar…”.

    Disección del alma, abierta de par en par, entonces, ahora y siempre.

    Amós de Escalante nos hizo vibrar con el recuerdo de nuestras vivencias, la sufrida realidad junto a la belleza de tantas misiones cumplidas.

    “No hay a su duro pie risco vedado;

    sueño no ha menester, treguas no quiere;

    donde le llevan va; jamás cansado

    ni el bien le asombra ni el desdén le hiere:

    sumiso, valeroso, resignado

    obedece, pela, triunfa y muere”.

    «Don Camilo José Cela era soldado de Infanteria. De hecho y de sentimiento. Si no, jamás podría haber escrito las más bellas palabras que a la Infantería española se han dedicado»

    Don Camilo José Cela era soldado de Infantería. De hecho y de sentimiento. Si no, jamás podría haber escrito las más bellas palabras que a la Infantería española se han dedicado. Su premio superó al Nobel: ser infante y saber explicar lo que eso significa.

    “A pie y sin un ochavo en los bolsillos calados hasta los huesos y con el estómago frío; en la vista una nube de hielo y en el dedo que oprime el gatillo, un sabañón…”.

    Quien no haya sido Soldado de Infantería quizá ignore lo que es sentirse amo del mundo, a pie y sin dinero. A pie paseamos por donde quisimos, porque el que no va a pie, no se entera y os lo dice un vagabundo. Y sin dinero izamos nuestra Bandera donde nos dio la gana y donde nos mandaron, porque la victoria no es algo que se compra sino que se conquista y os lo dice un pobre”.

    Conocí a don Camilo. Puedo presumir de alguna intimidad en la conversación, momentos que de lo oficial se pasa a la relación entrañable. Era mi época de Ayudante de Campo de SM. el Rey Don Juan Carlos. Fueron muchos los encuentros. Alguno traspasó la piel y caló hondo.

    Era el año 1991 cuando acompañé al Príncipe de Asturias, hoy Rey de España, a Estocolmo a la entrega de los Premios Nobel en su 90 edición. Por ser esa fecha se reunió a 137 premios Nobel y allí estaban don Camilo José Cela y don Severo Ochoa. Al finalizar la cena el Príncipe quiso reunirse con ellos. Tuve la oportunidad de asistir a una larga sobremesa que recuerdo con todo tipo de  detalles.

    «Me llamó la atención el cariño, diría fraternal, el cuidado, el respeto y la admiración con la que don Camilo trataba a Severo Ochoa que ya contaba 86 años»

    Hasta alguna anécdota que con más espacio otro día contaré. Lo que más me llamó la atención fue el cariño, diría fraternal, el cuidado, el respeto y la admiración con la que don Camilo trataba a Severo Ochoa que ya contaba 86 años. El entonces Príncipe de Asturias escuchaba, ellos repasaban vida, sin aconsejar aconsejaban, enseñaban. Difícil olvidar aquel encuentro entre infantes de la vida. Todos infantes, aunque uno entonces Príncipe.

    Mis encuentros con don Camilo se hicieron frecuentes en numerosos actos y audiencias y ya siendo coronel de la Guardia Real más de una vez le acompañé en sus paseos por El Pardo, por aquella cuesta que subía al Convento de los Padres Capuchinos donde se encuentra una de las imágenes más veneradas y sobrecogedoras de Gregorio Hernández: El Cristo de El Pardo.

    En uno de los paseos le hablé de la Infantería y de las palabras que a ella le dedicó en el día de su Patrona: La Inmaculada Concepción. Recuerdo aún como se paró y permaneció un rato mirando a un infinito que traspasaba la Sierra madrileña. Sin apartar la mirada de aquel horizonte, escudriñó su interior:

    «¡Yo soy de infantería Coronel!, me dijo, mirándome a los ojos con su voz de mando que hacía temblar hasta a un coronel»

    -Ahora no recuerdo aquellas palabras, pero nunca he olvidado a la Infantería. ¡Yo soy de infantería Coronel!, me dijo, mirándome a los ojos con su voz de mando que hacía temblar hasta a un coronel. Y continuó.

    -Por eso sigo andando, que nunca he dejado de hacerlo. Además me viene bien para la cabeza… y la tripa.

    El entonces Príncipe entrega a Cela el Premio Príncipe de Asturias en 1987
    El entonces Príncipe entrega a Cela el Premio Príncipe de Asturias en 1987

    Vi calentarse el aire con su mirada, amo del mundo a pie y sin dinero. Por la cuesta de El Pardo… Quise que me hablara, que escribiera hablando. ¡Si hubiese sido capaz de pararle…! A don Camilo, como a la Infantería, no hay quien lo pare. Así anduve con él algunas mañanas. Le llevé, una de ellas, sus palabras dedicadas a la Infantería. Era un recorte del periódico El Alcázar, donde las había publicado en 1949. Dedicadas: A mi coronel, el general Millán-Astray.

    Dobló y guardó el recorte del periódico en un bolsillo lateral de la chaqueta y seguimos andando ya de bajada por la enorme cuesta.

    A los pocos días se las envié enmarcadas.

    Pasaron unos años. Yo mandaba la Brigada de la Legión en Viator (Almería) cuando entró despavorido mi ayudante de campo.

    Creo que ni una llamada del Rey le habría asombrado tanto.

    -¡Mi general! ¡Mi general!, le llama don Camilo José Cela.

    Después de tranquilizarle, dije que me pasase la llamada.

    Don Camilo me pedía la dirección exacta para agradecerme el envío que le había hecho. A los pocos días recibía una carta suya, escrita con esa bella caligrafía en diagonal a la que él acostumbraba.

    Mandaba el cuadro a su Fundacion para que estuviese colgado en lugar bien visible y destacado. Supongo que allí estará.

    No volví a ver a don Camilo. Le recuerdo cuando subo aquella cuesta de El Pardo, hasta el Cristo de Gregorio Hernández. Parece que voy hablando con aquel hombre que hasta el monte empequeñecía y a su lado te engrandecías. Te hacía sentirte infante, era un buen capitán, paseabas por donde querías, a pie, que como él decía el que no va a pie no se entera y os lo dice un vagabundo.

    Ningún oficio más bonito que el de capitán de Infantería artesano del valor heroico, orfebre del valor estoico…

    «Gracias don Camilo por sus cien años. Siga caminando allí arriba con sus infantes. La Infantería española le debe un homenaje»

    Parad hoy infantes de España. Detened la marcha, respirad el tenue soplo que vivifica. Saludemos hoy como infantes al que siendo de infantería nos explicó lo que se es y se siente, el porqué somos así y sobre todo quienes somos: soldados de la Infantería española.

    Gracias don Camilo por sus cien años. Siga caminando allí arriba con sus infantes. La Infantería española le debe un homenaje. Por eso hemos parado. Solo un instante. Después seguiremos a pie y sin dinero que aún nos quedan muchas horas y muchas leguas para sentirnos cansados.

    General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

    Carta de Camiló José Cela a Millán Astray

    A PIE Y SIN DINERO (Camilo José Cela)

    A mi coronel, el general Millán Astray.

    A pie y sin un ochavo en los bolsillos; calados hasta los huesos y con el estómago frío; en la vista una nube de hielo y en el dedo que prime el gatillo, un sabañón. El día 8 de diciembre, el día de la Purísima, hace mucho frío, pero nunca bastante para frenar la Infantería que, con un trajecito de dril, derrite la nieve de los montes. Y la escarcha de los ríos difíciles. Y el hielo que prime a los corazones en desgracia.

    José Millán Astray
    José Millán Astray

    Ningún oficio más bonito que el de capitán de Infantería, artesano del valor heroico, orfebre del valor estoico, que va a pie a donde lo mandan, con sus hombres detrás, y que a veces se queda en el camino porque una bala -¡con qué facilidad, Dios mío!- le para los pulsos del corazón.

    La guerra no es triste porque da salud y -que no se me lleven las manos a la cabeza los timoratos- ¡benditos sean los franceses, que nos unificaron y nos pusieron de acuerdo para echarlos!

    Artículo de Cela dedicado a Millán Astray
    Artículo de Cela dedicado a Millán Astray

    La guerra no es triste, porque levanta las almas. La guerra no es triste, porque nos templa la sangre. La guerra no es triste, porque nos enseña que, fuera de la bandera, nada, ni aún la vida, importa.

    La Infantería es la guerra a pie firme, la guerra cara a cara, la vida jugada a cara y cruz de la victoria o la muerte. La Infantería es la guerra a cuerpo limpio, y el infante el lidiador que lleva el espíritu armado de un estoque de fuego, como un arcángel con estrellas en la bocamanga.

    La Infantería no es la materia: es el ligero y tenue soplo que vivifica. La Infantería no es la masa, es la compañía. La Infantería no es, a veces, ni el concierto: es siempre la arrebatada canción del solitario centinela, que canta para que el cabo de guardia sepa que está vivo.

    Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore que cuando el hombre se cansa, aún le faltan muchas horas y muchas leguas para cansarse. Porque el secreto de la Infantería -nosotros cornetas en el cuello de la guerrera- es el de sacar fuerzas de la flaqueza y hacer de las tripas corazón. Que nunca más noble destino tuvieron ni para nada mejor pudieron servir.

    Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore que cuando el hombre se lanza, cuando el hombre se calienta la sangre, lo más difícil es pararlo y enfriarlo. Porque el otro secreto de la Infantería es el de calentar el aire con la mirada y darse cuenta de repente que la batalla terminó cuando el soldado creía que estaba empezando. Que nunca mejores temples se conocieron ni en más gallardo menester se emplearon.

    Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore lo que es sentirse el amo del mundo a pie y sin dinero.

    A pie paseamos por donde quisimos, porque el que no va a pie no se entera, y os lo dice un vagabundo. Y sin dinero izamos nuestra bandera donde nos dio la gana y donde nos mandaron, porque la victoria es algo que no se compra, sino que se conquista, y os lo asegura un pobre.

    Ningún oficio más bello que el del infante, que lleva su casa a cuestas como el caracol y se pelea porque no admite jaques; como el león y como el gallo y como el toro. Sin medir las fuerzas -que no fuera noble presentar las batallas ganadas- y sin mirar atrás, porque detrás no hay nada, absolutamente nada.

    Con el frío del 8 de diciembre se calienta nuestro herido corazón al pensar, como una novia a la que quisiéramos demasiado en la Infantería. Resuenan pífanos marciales y aún nupciales en la última y más profunda revuelta de nuestros oídos, y aún se estremece, gracias a Dios, ese último nervio que en los cuerpos de los bien nacidos se guarda, como oro en paño, para que vibre en las ocasiones solemnes.

    En el día de la Patrona, por ejemplo. (Camilo José Cela)

    Publicado en el diario El Alcázar Madrid en diciembre de 1949 con motivo de la Patrona del Arma de Infantería, la Inmaculada Concepción

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