Desde hace unos años, los españoles hemos recuperado al almirante vasco Blas de Lezo y Olavarrieta, con novelas, biografías, exposiciones y estatuas (la primera en Madrid, la segunda en Cádiz); una de las más modernas fragatas de la Armada lleva su nombre.
Sin embargo, los colombianos nos llevan ventaja, ya que honran al gran militar desde hace mucho más tiempo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraYa sólo falta una película. Y bien podría superar a las películas de sitios más conocidas, como El Álamo y 55 días en Pekín (filmada en España en 1962), con los ingleses en el papel de villanos… como en Braveheart.
Después de la guerra de Sucesión y los Tratados de Utrecht, los ingleses se convirtieron en una gran potencia, sobre todo naval: humillaron a la Francia de Luis XIV, expulsaron a España del mar del Norte, se establecieron en el Mediterráneo al ocupar Gibraltar y Menorca, y comenzaron su política, que les ganó el apodo de ‘Pérfida Albión’, de enfrentar a unas potencias.
Londres, gobernado bajo los reyes Orange y Hannover, por una oligarquía mercantil, creía que sería fácil apoderarse del imperio de una España a la que consideraba decadente sin remedio.
‘Anka motz’ a los 26 años
Pero un hombre iba a entorpecer esos planes, Don Blas nació en el puerto guipuzcoano de Pasajes de San Pedro en 1689, en una familia de hidalgos con varios marinos entre sus miembros.
Como era el tercer hijo, quedaba excluido de la herencia y se enroló en la marina. A los doce años, comenzada la guerra de Sucesión española (1701-1713), realizó su primera travesía.
Cuando tenía 26 años de edad, Blas de Lezo ya había sufrido las mutilaciones (una pierna amputada por una bala de cañón, un brazo inútil por una bala de mosquete y un ojo vacío) que le dieron el apodo de ‘medio hombre’ o ‘anka motz’, en vascuence.
Después de servir al rey de España desde el Mediterráneo al Perú, Blas de Lezo, destinado en Cádiz, recibió en 1736 la orden de organizar una de las flotas de Indias que unía España con América. La flota zarpó de Cádiz en febrero de 1737, donde dejó a su mujer y sus hijos, a los que no volvería a ver. Arribó a Cartagena de Indias para encontrarse con la gloria y la muerte.
Los ingleses habían convertido el contrabando en el Caribe en una cuestión de honor nacional y declararon la guerra a España (octubre de 1739) basándose en que un guardacostas español le había cortado la oreja a un tal Jenkins y dicho que le haría lo mismo al rey Jorge II.
Una inmensa flota mandada por el almirante Vernon se apoderó de Portobelo
Por eso, esa guerra recibe en Inglaterra el nombre de la ‘guerra de la oreja’; en España se llama ‘guerra del asiento’.
El almirante Edward Vernon recibió la misión de destruir el poderío español en el Caribe y con una inmensa flota, se apoderó de Portobello, sede de ferias, en noviembre de 1739.
¡Entusiasmo inenarrable en Inglaterra! La naciente prensa publicó sátiras y caricaturas con españoles sometidos a los amos ingleses. La oligarquía se repartía ya el oro y la plata indianos. Como anticipo del botín se nombró una granja de Londres con el nombre de Portobello Farm (luego, Portobello Road). Incluso se compuso un himno: ‘Rule Britannia’.
En marzo de 1740, Vernon cuyo cuartel era Jamaica, arrebatada al imperio español en el siglo XVII por el perseguidor de católicos Cromwell, comenzó la campaña contra Cartagena de Indias.
Atraídos por las promesas de oro y de nuevas tierras, se habían unido a la expedición invasora 3.600 súbditos de las colonias de Norteamérica (entre ellos un hermanastro de George Washington).
El valor de Cartagena residía no sólo en su condición de puerto comercial y militar, sino también en que desde ella, a través del canal del Dique, se podía remontar el río Magdalena y penetrar en el interior del virreinato de la Nueva Granada, como habían hecho los españoles en 1519.
Los ingleses podían acercarse a Santa Fe de Bogotá y amenazar con cortar las comunicaciones entre la Nueva España y el Perú.
Estaban enfrentados el navarro Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, y Lezo, a la sazón, gobernador de Cartagena
Pero los españoles estaban avisados y habían reforzado las murallas el año anterior. El mayor peligro para Cartagena era el enfrentamiento entre el general navarro Sebastián de Eslava, recién nombrado virrey de Nueva Granada, y el gobernador militar de Cartagena, el vasco Blas de Lezo.
Para agravar la tensión, ambos estaban en la plaza y mantenían criterios opuestos sobre la defensa.
El 13 de marzo, se avistó la flota invasora y empezó el sitio.
Vernon sabía que tenía que tomar pronto la ciudad, amurallada y protegida por una serie de fuertes en la bahía y las islas, así como por pantanos, porque carecía de suministros suficientes para sus tropas, en torno a 30.000 hombres.
Los españoles no disponían de fuerzas suficientes, ni barcos, ni soldados, ni cañones, para contraatacar, por lo que Lezo, propuso una resistencia fuerte desde el principio, mientras que Eslava era partidario de retirarse a la ciudad y los fuertes. El virrey impuso su criterio y así los ingleses pudieron desembarcar.
Bombardeadas desde el mar y atacadas por tierra, algunas de las fortificaciones y posiciones españoles cayeron; pero los sitiados resistían. Por el trato a los capturados en Portobelo y en otras incursiones piratas, bien sabían todos la suerte que les reservaban los ingleses.
Lezo, que conocía los efectos del clima caribeño en los europeos, prefería una estrategia de desgaste y contención, en espera de que el hambre y la enfermedad diezmasen al enemigo. En cambio, Eslava pisaba las Indias por primera vez y le gustaba mandar.
El 4 de abril, mientras Lezo y Eslava discutían en la cámara del buque Galicia, una bala de cañón inglesa penetró en ella y destrozó la mesa. El virrey quedó ileso, pero numerosas astillas de madera se clavaron en una mano y en el muslo de la pierna sana del vasco. Esas heridas se infectarían y le causarían la muerte meses más tarde.
El almirante Vernon prohibió que se enterrase a los muertos, lo que unió la peste al hambre
El tiempo pasaba sin que los invasores abriesen brecha en las murallas de la ciudad; el único ingeniero de la expedición había muerto al principio del sitio. Para no perder tiempo ni energía, Vernon prohibió que se enterrase a los muertos, lo que unió la peste (fiebre amarilla, disentería) al hambre.
Un ataque al castillo de San Felipe fue desbaratado por 300 españoles armados solo con machetes, lanzas y arcos, que causaron unas 1.500 bajas a los ingleses.
El almirante Vernon se desesperaba: su fuerza menguaba, podían llegar refuerzos españoles en cualquier momento, la temporada de lluvias torrenciales comenzaba y encima había enviado a Londres la noticia de su victoria.
El general Thomas Wentworth dirigió un último ataque la noche del 19 al 20 de abril contra San Felipe.
Cuando las tropas de Su Graciosa Majestad alcanzaron las murallas, descubrieron que las escaleras que llevaban para subir hasta las almenas se quedaban cortas dos metros, porque Lezo había hecho cavar un foso al pie de las murallas.
Salió el sol, los españoles contraatacaron y los ingleses huyeron. En esa última batalla, de 2.000 soldados, Wentworth tuvo 600 bajas.
Después de 67 días de muerte y derrota, Vernon y los supervivientes se retiraron el 20 de mayo. En Inglaterra, se recogieron las monedas acuñadas que mostraban a un orgulloso Vernon recibiendo la rendición de un humillado Lezo y se ordenó que nadie mencionase este desastre.
Los españoles, en su mayoría civiles, habían derrotado a la armada más grande que nunca antes ni después atacó tierras americanas.
Con 3.000 hombres, incluidos unos cientos de indios flecheros, y sólo seis barcos se enfrentaron a una fuerza invasora formada por 30.000 soldados y marinos y 50 buques de guerra, más otras 120 naves de transporte. Es decir, cada español tuvo que combatir contra diez ingleses… ¡y venció!
Una tumba desconocida
Blas de Lezo es uno de esos nobles hijos de España que reciben castigos más duros que los peores traidores. El virrey Eslava se vengó de él enviando un informe negativo a Madrid y Felipe V, engañado, le destituyó y ordenó regresar a España en octubre de 1741; al rencoroso aristócrata, el rey concedió el título de marqués de la Real Defensa. Por suerte para su honor, el almirante había fallecido unas semanas antes, en septiembre.
Posteriormente, Carlos III rehabilitó a nuestro héroe con la concesión en 1760 del marquesado de Ovieco a su hijo Blas de Lezo y Pacheco. Sin embargo, su tumba en la ciudad que salvó permanece desconocida.
La importancia de esta victoria española la resumió el historiador británico Arnold J. Toynbee en una frase que pronunció en una visita a Cartagena de Indias. Ante una de las fortalezas dijo:
«Ésta es la razón por la que no se habla inglés en Sudamérica».
Y su frase se recuerda grabada en una placa en un tramo de las murallas, el Espigón de la Tenaza.
En su testamento Lezo pidió que se colocara una placa en las murallas que rezara:
«Aquí España derrotó a Inglaterra y sus colonias».
Y los colombianos lo hicieron en 2009.
Ambas citas bien podrían abrir los créditos de la película.