Una se da cuenta de que la izquierda occidental -esa extraña izquierda que hace buenas migas con banqueros y grandes empresarios- ha tocado fondo cuando estudiantes de la muy exclusiva Universidad de California en Berkeley, supuestamente antifascistas, se amotinan, destrozan locales y dan palizas motejando de ‘nazi’ a un judío homosexual con un ‘novio’ negro.
La farsa ha terminado. Quizá ese sea el gran mérito de Trump, o del fenómeno Trump, aunque en todo lo demás sea una calamidad: la progresía, lo que queda de la izquierda, se ha convertido en el opuesto perfecto de todo lo que la izquierda pretendía ser.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEra, o decía ser, la voz de los sin voz, la defensora de los ‘de abajo’. Y ha quedado reducida a una élite bien cebada que mira por encima del hombro a esa ‘chusma’ que no entiende que la ‘diversidad es nuestra fuerza’, aunque para ellos en concreto la famosa ‘diversidad’ sea básicamente el chico que se ocupa de la piscina y el amable dueño del ‘kebab’ de la esquina.
Pero, como de costumbre, me estoy precipitando.
Hablo de un violento motín que ha estallado en la Universidad norteamericana de Berkeley, en Calfornia, con la aquiescencia de las autoridades académicas y el sonriente beneplácito del alcalde de la localidad, para impedir hablar a Milo Yiannopoulos, como digo un homosexual que ha cometido el mayor de los pecados contra la progresía: no ajustarse a la narrativa.
La progresía pastorea a homosexuales, negros, inmigrantes y demás minorías como su rebaño a pesar de que, en un número abrumador de los casos, los progres son varones, heterosexuales y blancos como la nieve
Dejémoslo claro desde el principio: no soy ‘fan’ en absoluto de este tipo. Pero, por otra parte, es casi necesario que sea un homosexual ‘practicante’ quien desenmascare toda la patraña de estos niñatos mimados del progreso, cada día más totalitarios y aislados del ciudadano común.
Homosexuales, negros, inmigrantes y demás minorías son su rebaño, de su exclusiva propiedad, y en cuyo nombre hablan a pesar de que, en un número abrumador de los casos, ellos mismos son varones, heterosexuales y blancos como la nieve.
Por eso ante los Milo Yiannopoulos -o los Thomas Sowell, o las Ayaan Hirsi Ali- reaccionan como guardianes de un campo de concentración con un recluso en fuga.
Lo gracioso de todo, lo sintomático, es que lo que tanto enfurece a la nueva Guardia Roja de Occidente -atención: ‘comprendida’ por toda nuestra prensa convencional, que llama a Milo «extremista» y «supremacista» sin sonrojarse- de este personaje es exactamente el mensaje que hace solo unos pocos años era el núcleo duro de la progresía: todos los hombres somos iguales, no hay diferencias importantes entre las razas, los sexos o las orientaciones sexuales, hay que fijarse más en lo que nos une que en lo que nos separa…
Pero la progresía no tiene historia, no tiene antecedentes; es como un ciclista que no puede dejar de pedalear simplemente para no caerse, y el progre que se queda dormido y se mantiene fiel a algo, lo que sea, en poco tiempo se verá acusado de ‘facha’ por sus correligionarios.
El gran pecado de Milo es, sobre todo, oponerse tajantemente a la inmigración masiva de poblacion islámica en Europa lo que, teniendo en cuenta lo que se hace con los homosexuales en tantos países musulmanes, no debería extrañar a nadie.
Tampoco, por otra parte, podría culparse a las feministas si se opusieran a la islamización de Occidente viendo la flagrante discriminación de la mujer en esas poblaciones, o que la atacase, en fin, cualquier progresista que quiera mantener separadas religión o política.
Pero lo curioso, lo inconcebible, es que no es así; los que tienen mucho que explicar son los supuestos ‘antifas’ de Berkeley y sus aliados moderados del ‘Welcome Refugees!’, tan entusiastas de una cultura que representa el extremo exactamente opuesto de todo lo que defienden.
«Trump nos ha prestado un gran servicio, mostrando la verdadera cara de los enemigos de toda civilización»
Porque si los cristianos habríamos de pasarlo indudablemente mal bajo la sharía, la progresía no habrá de pasarlo mejor sino, si me apuran, aún peor.
De la razón de esa incongruente alianza de tribus ya hemos hablado antes. Aunque no tengan absolutamente nada que ver entre sí y ni siquiera resulten compatibles, todas ellas tienen como enemigo común nuestra civilización, y quienes las ‘pastorean’ confían, contra todo criterio cuerdo, pacificarlas cuando hayan acabado con nosotros.
Naturalmente, ni puede salir bien ni va a hacerlo. Y la Administración Trump, aunque en todo lo demás sea un completo desastre, en esto nos ha prestado un gran servicio, mostrando la verdadera cara de los enemigos de toda civilización y todo orden.