El pasado primero de abril se estrenó la película Altamira, que cuenta entre sus atractivos el papel protagonista de Antonio Banderas y que intenta (o al menos eso pretende) explicar lo sucedido en torno al descubrimiento de las pinturas de la Cueva de Altamira por parte de Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888), bisabuelo del difunto banquero Emilio Botín.
Estamos, a priori, con una iniciativa que reúne varios méritos: buenos actores y dirección y una historia nuestra, apasionante y con enseñanzas para el día de hoy. Y sin embargo, esa primera impresión se desvanece pronto al comprobar, ya desde los carteles promocionales, que estamos ante la enésima manipulación destinada a presentar a la Iglesia católica como la mayor enemiga de los hombres. La caracterización de Rupert Everett, en su papel de párroco de Santillana del Mar, no deja lugar a dudas: su rostro desagradable, su mirada torva, más propia de un psicópata asesino que de un sacerdote, recuerda a la más trasnochada propaganda anticlerical. A la hora de presentar a la Iglesia como repulsiva no hay sutilezas que valgan, habrán pensado los ideadores del film, y para que nadie se llame a engaño presentan al sacerdote como una mezcla de Nosferatu y Voldemort.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSe conforma una Iglesia enemiga de la ciencia y empeñada en seguir manteniendo su poder sobre la gente
Lo que las imágenes anunciaban, la película lo confirma. La Iglesia es presentada como enfrentada a la ciencia y el gran obstáculo en su desarrollo. El tema no es banal, pues como bien señala el P. Spitzer, uno de los caminos por los que los jovenes pierden la fe es el considerarla incompatible con la ciencia. Una parte importante de la propaganda atea va en esta línea: la ciencia es verdadera, se puede verificar, y contradice la religión, un cuento de hadas fantástico impropio de personas adultas y cultivadas. Poco importa que todas las evidencias indiquen lo contrario (desde innumerables científicos católicos que no han percibido ninguna contradicción entre su fe y la ciencia hasta documentos magisteriales y obras de filosofía que desmontan el relato antirreligioso), las películas y las series van conformando la mentalidad de la gente, que se quedan con la cantinela de una Iglesia enemiga de la ciencia y empeñada en seguir manteniendo su poder sobre la gente por cualquier medio, incluso la mentira y la violencia.
Por fortuna, aún hay quien no traga y, todavía más, investiga y estudia lo que realmente ocurrió. Es el caso de Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC, que arroja luz sobre Altamira en una serie de artículos publicados en Religión en Libertad, a los que se suman los redactados por Pablo Ginés para completar un acercamiento histórico riguroso que desmonta la versión de la película.
¿Y en qué se diferencia la realidad de lo que nos intenta vender la Altamira de Antonio Banderas? En base a lo aportado por Carrascosa y Ginés, podemos afirmar lo siguiente:
1. Marcelino Sanz de Sautuola era católico practicante y nunca encontró que su fe chocara con su actividad científica. Curiosamente, este aspecto se silencia en la película.
2. El científico español que más le apoyó, Juan Vilanova y Piera, considerado el padre de la geopaleontología española, también era un fervoroso católico.
3. No es verdad que la Iglesia católica viera con aprensión el descubrimiento de Altamira como contrario a la interpretación literal de la Creación. Lo cierto es que nadie con autoridad en la Iglesia sostenía la necesidad de interpretar literalmente la Biblia. De hecho, Vilanova y Piera, en 1872, siete años antes de los descubrimientos de Altamira, había publicado una obra, «Origen, naturaleza y antigüedad del hombre», que incluía dataciones geológicas y biológicas distintas a las de la Biblia y a la que la vicaría apostólica de Madrid había dado su visto bueno. En las palabras literales del censor de la época, «La Iglesia no ha declarado el número fijo de años que lleva el hombre en la tierra… Tampoco vemos que se contraríe el texto sagrado cuando la geología ha descubierto que las capas terrestres nos demuestran que la vida ha debido sucederse por grados en la tierra y aun en razón directa de la complicación del organismo«. Así pues, los personajes de la película que se espantan, aferrados a las cronologías bíblicas, no son creíbles, son una manifiesta manipulación. Como se ve, nada que ver con lo que la película nos intenta hacer creer.
4. En la película se sostiene que la Iglesia se opuso al descubrimiento y acusó a Sanz de Sautuola de falsificador. No es verdad. No hubo ningún pronunciamiento oficial de la Iglesia Católica, ni en España ni en el Vaticano, sobre la autenticidad o falsedad de las pinturas de Altamira.
5. Quienes sí se pronunciaron fueron los laicistas, que atacaron despiadadamente el descubrimiento, pensando que era contrario a la visión del hombre prehistórico predominante en la época. La Institución Libre de Enseñanza, con el laicista Francisco Giner de los Ríos a la cabeza y la Real Sociedad Española de Historia Natural, con el laicista Ignacio Bolívar al frente afirmaron que las pinturas eran falsas y se negaron a admitir su autenticidad, poniendo a Sanz de Sautuola en una dificilísima situación. Las críticas también llegaron del extranjero, donde el paleontólogo Gabriel de Mortillet, llevado de su pasión anticlerical, llegaría a escribir acerca de Altamira, en una carta a su colega Carthailac lo siguiente: “No te fíes, amigo, es una trampa que nos tienden los jesuitas a los prehistoriadores para reírse de nosotros”. Es decir, que en 1881 lo que creían los científicos enemigos de Sautuola era que «sus pinturas» eran el fruto de una conspiración de la Iglesia.
6. Finalmente, y tras mucho sufrimiento, la comunidad científica mundial confirmó la autenticidad de las pinturas. ¿Quién fue el abogado de Sanz de Sautola? ¿Algún científico comecuras? Pues no precisamente: quien logró que Carthailac retirase sus acusaciones de falsificación fue el sacerdote y paleontólogo Henri Breuil. Ya lo ven, los curas empeñados siempre en atacar a la ciencia…
7. Como explica Carrascosa, la película presenta a la esposa del descubridor como una católica fanática, algo histérica e ignorante, una caricatura que no por repetida deja de ser lamentable y que, por cierto, supone una actitud machista que desprecia la capacidad de raciocinio del sexo femenino.
8. El párroco de Santillana proclama en la película, para justificar su oposición al descubrimiento: “Mi deber es proteger la fe de la Iglesia”. La frase es absurda, pues ya hemos visto que ni la fe, ni la Iglesia estaban amenazadas por la autenticidad de las pinturas, una apreciación que nadie compartió y menos aún científicos católicos como Sanz de Sautuola o Juan Vilanova.
9. Más frases absurdas y gratuitas, esta vez en boca de Sanz de Sautola: “Es el hombre desafiando la voluntad de Dios”, “Si alguien explora el misterio de la Creación, le despoja de su grandiosidad”. El científico, como buen católico, sabía que era exactamente al revés: penetrando en el misterio de la Creación se descubre la grandiosidad del Creador. No hay ningún desafío, sino un ir comprendiendo mejor la obra de Dios y un maravillarse ante ésta.
10. De hecho, esta versión anticatólica de don Marcelino Sanz de Sautuola se contradice con la imagen que de él ha conservado su familia. Ramon Pérez Maura, descendiente del descubridor de Altamira, escribía en un artículo en ABC al respecto que jamás habían oído hablar de nada semejante en la tradición familiar.
11. Añadía, Pérez Maura que Don Marcelino Menéndez Pelayo, el develador de heterodoxos y herejes, se deshace en elogios hacia su tocayo y paisano: «La verdadera revelación del arte primitivo se debe a un español modestísimo, al caballero montañés don Marcelino Sanz de Sautuola, persona muy culta y aficionada a los buenos estudios, pero que, seguramente, no pudo adivinar nunca que su nombre llegaría a hacerse inmortal en los anales de la prehistoria«. Difícilmente Menéndez Pelayo habría elogiado a Sanz de Sautuola, si cualquier autoridad eclesiástica mínimamente significativa de la época hubiese considerado el hallazgo de Altamira, ya no contrario a la fe, sino una mera dificultad para ella.
Ramón Pérez Maura atribuye el sesgo anticatólico de Altamira a necesidades del guión: «cabe entender la relevancia del papel malvado jugado en «Altamira» por el párroco de Santillana del Mar como una necesidad narrativa antes que como un hecho histórico de la relevancia que se le da», y más adelante escribe que se «requiere de licencias para contar la esencia de una historia. Como cualquier obra de arte, «Altamira» las tiene«. Se advierte que Pérez Maura se esfuerza en hacer una interpretación bondadosa de la película en la que su antepasado es el héroe, desfigurado, sí, pero héroe al cabo.
Los indicios aquí reseñados son demasiados para ser ignorados y apuntan a que se ha querido aprovechar la historia de un científico católico, de un hombre que hace un descubrimiento trascendental y que luego, ante los ataques injustos de sus colegas laicistas, supo defender la verdad y asumir las dolorosas consecuencias, para montar el enésimo ataque contra todo lo que huela a religión católica. Si la víctima es la verdad, la misma que con tanto ahínco defendió Sanz de Sautuola, peor para ella. Ya se sabe que en toda guerra hay daños colaterales y que en la tarea de aplastar a la Infame, que decía Voltaire, uno no se puede andar con chiquitas.
Lástima. Don Marcelino Sanz de Sautuola no se merecía el ser usado como ariete contra la fe que iluminó su vida. Sí, las películas se toman libertades, pero no hasta explicar lo contrario de lo que realmente sucedió. De asistir a un pase de Altamira, Sanz de Sautuola no habría llegado hasta el The End: se habría levantado, indignado, y habría abandonado la sala donde otro que no es él pretende suplantarlo.
Un último apunte: quien quiera saber más sobre el tema, Stella Maris ha publicado un libro, “Altamira. Historia de una polémica”, de José Calvo Poyato, donde se pueden encontrar más detalles acerca de lo que realmente sucedió.