Nadie es profeta en su tierra, reza el adagio. Por eso, los primeros en reconocer el talento del ingeniero peruano Pedro Paulet fueron los nazis.
Con malas artes puesto que Paulet, que creía en la educación universal como base del progreso de los pueblos, se negó a colaborar con ellos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero lo cierto es que quienes pusieron en marcha ese III Reich que iba a durar mil años, fueron los primeros en utilizar los inventos del científico latinoamericano para las V-2, las bombas volantes con las que bombardearon Inglaterra y Bélgica durante la Segunda Guerra Mundial.
La noticia ha llegado hasta nuestros días por un antiguo miembro de la SS, el ingeniero mecánico Wernher von Braun que concibió aquellas armas, consideradas los primeros misiles balísticos de la Historia.
Ya convertido en diseñador del Saturno V y de los distintos programas (como el Apolo) que llevaría al hombre a La Luna, así como en director del Centro de Vuelo Espacial Marshall de la NASA, en su Historia mundial de la astronáutica (1966), von Braun reconoce debidamente los méritos del peruano: “Pedro Paulet, en los primeros años del siglo XX, estando en París, experimentó con su pequeño motor de dos y medio kilos de peso logrando un centenar de kilogramos de fuerza. Por este hecho, Paulet debe ser considerado como el pionero del motor a propulsión de combustible líquido. Con su esfuerzo, ayudó a que el hombre llegara a La Luna”.
Unos años antes, en su libro El cohete para transporte y vuelo (1958), el científico ruso Boris Scherschevsky ya se había referido a su colega de Arequipa en términos igualmente elogiosos: “El advenimiento de la era espacial se hizo realidad con el desarrollo del motor a propulsión y de la nave espacial diseñada y construida por el peruano Pedro Paulet entre 1899 y 1903”.
Puede que fuera ese el momento en que tan ilustre científico comenzó a ser reivindicado después del ostracismo en el que cayó tras su muerte en Argentina en 1945.
Un compatriota, Álvaro Mejía, está ultimando una película sobre su vida titulada ‘El nino que soñaba La Luna’
Y también puede que fuera con la evocación de esas páginas de tan ilustres ingenieros como debiese empezar la película que Pedro Paulet, sin duda, merece.
Su experiencia demanda un biopic muy al gusto de esa reivindicación de los grandes desconocidos para el gran público, tan frecuente de un tempo a esta parte en el género. Al parecer, su compatriota, el cineasta Álvaro Mejía, está ultimando dicha cinta con el título de El nino que soñaba La Luna.
Durante la Segunda Guerra Mundial los planos de sus prototipos se perdieron cuando su hijo, casado con una japonesa y depositario de los papeles de su padre, se vio obligado a abandonar precipitadamente Japón luego de la ruptura de las relaciones diplomáticas con Perú.
Pero los expertos nunca olvidaron que, en 1895, Paulet ideó el motor de combustible líquido y cinco años después el sistema que acabaría propulsando los cohetes espaciales.
Así, desde finales de los años 50, cuando la conquista de espacio conoció su máximo apogeo, despertando un interés entre la poblacion inusitado hasta entonces, el ilustre ingeniero peruano pasó a ocupar el lugar que le corresponde en el panteón de hombres ilustres que la pusieron en marcha.
A decir verdad, aunque Pedro Paulet no encontró en su país lo que precisaba para llevar a cabo sus grandes invenciones, habida cuenta de las limitaciones para la investigación científica de Perú, tampoco puede decirse que su tierra lo ninguneara.
Nacido en Tiabaya, un distrito del departamento de Arequipa, en 1874, su familia, además de numerosa -como casi todas entonces- era mestiza. Y esto era un estigma en una sociedad en la que primaba lo de origen europeo, con lo que Paulet también se convierte en un paradigma de la multiculturalidad del genio.
Huérfano de padre con tan sólo tres años, el gran afán de su madre fue dar al pequeño Pedro una esmerada educación. Él, sin duda consciente de que en ella estaba la redención a la pobreza para la que había nacido, se aplicó en los estudios desde que cursaba los primarios en el colegio de San Vicente de Paul de Arequipa, a la sazón dirigido por Padre Duhamel, un misionero francés que habría de ser el primer mentor del joven.
Se dice que fue tanta su excelencia académica que los profesores que le examinaban le aplaudían tras escucharle.
Sin embargo, fueron lecturas tan poco académicas como las de Julio Verne -auspiciadas por Duhamel-, así como las sugerencias que le inspiraba el cielo de Arequipa, las que le hicieron pensar por primera vez en cohetes basados en los fuegos artificiales que animaban los festejos populares.
En lo de Verne coincidió con von Braun. Son tantos los grandes nombres de la conquista del espacio, que se interesaron por ella a raíz de las novelas de ciencia ficción, que el mundo académico debería dejar de desdeñar este género.
Su primer invento fue la girándula, motor para cohetes alimentado por combustible líquido
Becado en 1893 por el gobierno peruano, viajó hasta París para estudiar ingeniería y arquitectura en La Sorbona. Cinco años después, también se matriculó en el Instituto de Química Aplicada.
Fue en la capital francesa donde el joven Paulet pudo desarrollar su genio. Su primer invento fue la “girándula”, un dispositivo semejante a una rueda de bicicleta que, en realidad, era un motor para cohetes alimentado por combustible líquido.
Ya de antiguo, el inventor venía dándole vueltas al movimiento de los calamares, impulsados por el agua en una sencilla propulsión a chorro.
Pero fue uno de sus mentores en La Soborna, Marcelin Berthelot -uno de los grandes expertos en explosivos de su tiempo- quien le aconsejó utilizar panclastitas, un explosivo que acaba de ser inventado. Paulet concluyó que el peróxido de nitrógeno y la gasolina que integraban la panclastita era el mejor propelente para la girándula.
Aquello acabó cuando una explosión en el laboratorio del Instituto hizo que el peruano fuera detenido. Berthelot tuvo que asegurar que su pupilo no era anarquista para que lo dejaran en libertad. Pero de la girándula no se volvió a hablar. Ahora bien, el joven inventor había podido probar la eficacia de su máquina.
Ya brillante ingeniero, fue comisionado como cónsul peruano en Bélgica y se afincó en Amberes. Allí, en 1902, patentó su gran invento: el avion cohete que él, en sus primeros apuntes, llamó el “autobólido”.
«La primera ventaja de la aplicación de cohetes motor consiste en que forman una fuerza exterior al aparato, pero manejable desde su interior, lo que permite dar a dicho aparato la forma que se quiere, es decir, la más apropiada”, escribió el propio Paulet en un artículo publicado en El Comercio de Lima el siete de octubre de 1927, cuando su “autobólido” ya había caído en el olvido.
Y añadía: “Y esta resulta ser, a mi juicio, para deslizarse en un fluido sin variable, agitado y fecundo en tensiones como la atmósfera, la forma lenticular, con convexidad tal, que casi es igual a la de un ovoide, como nuestro planeta”.
Como es sabido, en los albores de la aviación, acabaron imponiéndose los aviones de hélice. Paulet, en aquellos días ya entregado a su carrera diplomática, no pudo dedicar a la astronáutica el tiempo que hubiera querido. Las responsabilidades académicas sucedieron a las consulares.
En 1904 el gobierno peruano le encargó la fundación y dirección de la Escuela de Artes y Oficios de Lima. Dado su interés en el impulso de la enseñanza técnica, el proyecto supuso un nuevo entusiasmo para él. Aunque también una distracción para ese nino que soñó La Luna. Siempre comisionado por el gobierno de su país, evaluó la implantación en la costa de la telegrafía sin hilos.
Pero la inquietud de los viajes espaciales seguía latente. Tanto era así que tradujo su carta publicada en El Comercio al alemán. En aquellos días, la Verein für Raumschiffahrt (Sociedad para los Vuelos Espaciales), lideraba el debate previo a la conquista del espacio. Werner von Braun era uno de sus miembros más jovenes y hay constancia de que el futuro diseñador de los Saturno para la NASA intentó desarrollar el avion cohete del peruano. Pero Paulet se negó al saber que sus diseños servirían para la fabricación de misiles.