«Ser médico es la divina ilusión de que el dolor sea goce, la enfermedad salud, y la muerte vida». Así es como describió Gregorio Marañón la vocación médica, algo que, también en palabras suyas, «es entregar la vida a la misión elegida».
Durante los años que pasé en la Universidad formándome para ser médico, y después, durante durante mi especialización en Pediatría, hasta la actualidad, he tenido clara la vocación de servicio al enfermo, que convierte nuestra profesión en una entrega sin condiciones, en la que están implicados factores de tipo técnico, humano, emocional, y asistencial.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEs por eso que muchas veces cuesta tanto «alejarse» de los sentimientos para poder manejar situaciones en las que estos nos pueden hacer tomar la decisión equivocada. Incluso es posible, y de hecho ocurre, que a veces sea así.
Estos días los padres de Andrea han dado a conocer el caso de su hija. Un caso clínico, un sufrimiento humano, una enferma que no puede hablar. Nada más. Ni nada menos. Una historia de sufrimiento humano que es sometida a juicio sin tener los datos, al menos todos, desde luego no los que más pueden interesarnos desde el punto de vista médico.
Pero el caso salta a los medios y la confusión está servida. Juicios de valor, críticas, manipulaciones interesadas, bazas políticas…una reacción en cadena que ningún bien hace a aquello que hace de nuestra vocación algo sublime: la relación con nuestro enfermo.
Cuando es el médico el que olvida que nuestro deber es prevenir, curar, y si no se puede, paliar, la herida es mortal para nuestra vocación
Cuando todos, legisladores, medios de comunicación, familiares, salvo el médico, tienen derecho a opinar y tomar decisiones en relación a un enfermo, máxime si éste se encuentra en las fases más vulnerables de su vida, el principio y el final de la misma, algo se está resquebrajando en nuestra sociedad.
Cuando se presenta al médico como un enemigo del paciente y no como aquel que ha decidido entregar la vida por este, se ha hecho un daño irreparable en lo más profundo de nuestra razón de ser. Y cuando es el médico el que olvida que nuestro deber es prevenir, curar, y si no se puede, paliar, la herida es mortal para nuestra vocación, y para aquel que le da sentido: el enfermo. Es fácil dilucidar si nuestras acciones u omisiones cumplen con estos principios. Es fácil saber si lo que se hace o se deja de hacer es para paliar y ayudar en el proceso de la muerte, o para provocar que esta llegue antes de tiempo.
El abandono del que sufre
No voy a enumerar aquí una definición de todos los conceptos que se han manejado estos días, la Sociedad Española de Cuidados Paliativos lo expone muy claramente en su web. Pero sí quiero denunciar la ligereza con la que muchos medios, políticos y colectivos los manejan a su antojo para llevar el agua a su molino.
Hemos de lamentar cualquier muerte, también la de Andrea. Y hemos de lamentar que cualquier enfermo, o sus familiares, se vean abocados a pedirla por falta de la atención y cuidados que necesitan y a los que tienen derecho cuando la enfermedad aparece o avanza y mina sus esperanzas, sus ilusiones y sus ganas de vivir. Es entonces cuando el enfermo debería ver hecha realidad toda la sarta de promesas incumplidas, leyes aprobadas sin la intención de que sean ejecutadas, y frases bienintencionadas que al final tienen como resultado el abandono a su suerte de aquel que está sufriendo. Lo han denunciado los profesionales que más saben de esto, los que viven día a día con ellos.
Andrea necesitaba una unidad de cuidado paliativos en Galicia y no la tuvo
Andrea necesitaba una unidad de cuidado paliativos en Galicia y no la tuvo.
En España casi la mitad de las personas que precisan cuidados paliativos no los reciben. Esto es lo que nuestros responsables políticos deben solucionar, dotando de medios a los profesionales que los están pidiendo desesperadamente.
Me pregunto hasta qué punto es lícito utilizar el dolor de un enfermo para manosearlo y pasarlo de mano en mano sin que al final nadie se preocupe verdaderamente por evitarlo.
Andrea, como otros antes que ella, nos han interpelado desde su silencio y nos han pedido que, como decía Marañón, «hagamos de la ambición, nobleza; del interés, generosidad, del tiempo, destiempo, y de la ciencia, servicio al hombre». A ellos les debemos el conseguir que así sea.