Un partidario del suicidio asistido honesto

    Jorge Soley analiza el artículo de Mathew Parris, promotor de la ley del suicidio asistido en Reino Unido que sin embargo reconoce los peligros de aprobar una ley semejante.

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    Manifestantes en contra del suicidio asistido en EE UU/ EFE
    Manifestantes en contra del suicidio asistido en EE UU/ EFE

    Comentaba el otro día la importancia del voto en el parlamento británico contrario al suicidio asistido, un ejemplo de que no existe ninguna ley necesaria que nos lleve de manera ineluctable hacia el mundo que sueña el progresismo. Hoy me voy a detener en la reacción de uno de los promotores del suicidio asistido, Matthew Parris, que me parecen que es muy significativa.

    El gran mérito de Parris, que ha escrito un interesante artículo al respecto en The Spectator, es que no desprecia la lógica y que es honesto en sus argumentaciones. No es poco.

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    Empieza su escrito señalando que uno de los argumentos más potentes de los contrarios a la ley del suicidio asistido ha sido la advertencia de que aprobar una ley así es lanzar un mensaje de aprobación a ese tipo de prácticas: “el cambio legal actuaría como una señal cultural de que la sociedad ahora lo aprueba. Esto, con el tiempo, llevará a presionar a aquellos que de otra manera no hubiesen contemplado acabar con sus vidas”.

    «el cambio legal actuaría como una señal cultural de que la sociedad ahora lo aprueba»

    Los defensores de la ley negaron, con más bien poco éxito, que fuera así. Parris no piensa igual: sí, es verdad, tienen razón, nos dice. Escribe Parris: “quienes estamos a favor de una legislación ‘permisiva’ tenemos que tener la honestidad intelectual de admitir que acabar con una prohibición legal actúa como una señal social. En vano protestamos que nadie está forzando a nadie cuando hablamos, por ejemplo, de matrimonio del mismo sexo,de divorcio express o de posesión de marihuana”.

    Función pedagógica de la ley

    De hecho, Parris ha descubierto aquello tan antiguo, y tan obvio (y tan olvidado por muchos católicos), de la función pedagógica de la Ley. Y es que ya nos podemos poner puristas y recordar que la ley injusta no es ley: la ley positiva, aunque injusta, por su propia dinámica va creando e imponiendo una mentalidad acorde a esa ley positiva.

    En palabras de Parris: “Nadie está obligando a nadie, pero los hombres son animales sociales y una de las maneras en que una sociedad señala sus criterios y prioridades es criminalizando los comportamientos que considera muy dañinos y descriminalizando los comportamientos hacia los que su actitud se ha suavizado…… Es fútil negar esto”.

    «Alterar la ley en una dirección permisiva significaría abrir una puerta…»

    Para Parris siempre ha habido personas que, en determinadas circunstancias, se han sentido atraídas por el suicidio. “Este impulso, no obstante, ha sido normalmente desalentado, resistido como una actitud indigna hacia la vida, y esta desaprobación se refleja en la ley. Alterar la ley en una dirección permisiva significaría abrir una puerta… Mis expectativas son que, con este empujón, dicho comportamiento crecería”.

    Una argumentación implacable y de una rara honestidad en un partidario del suicidio asistido, que confirma nuestros temores y prevenciones ante un paso que, como en tantas ocasiones, se nos quiere presentar como limitado a casos excepcionales y que acaba siendo la norma.

    ¿Y en qué se basa Matthew Parris entonces para defender la legalización del suicidio asistido? Lo dejo para mi próximo post.

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