Cuando Hernán Cortés regresó a España, después de la conquista de México, los primeros días estuvo en el Monasterio de La Rábida, en Huelva. En el mismo lugar había estado Colón muchos años antes. Cortés hizo ayuno, oración y vistió la túnica entregada por los monjes.
Su segunda parada fue la casa de su madre en Medellín, Extremadura. Al verla Cortés abrió los brazos, se arrodillo ante ella y la besó. Después de casi un cuarto de siglo su madre no podía creer lo veían sus ojos. A él y a su comitiva les ofreció cena y bebida. Todo lo que la mujer había escuchado eran leyendas sobre su hijo pero no tenía la certeza de que estuviera vivo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraToledo fue la tercera parada. El conquistador se presentó ante Carlos V, Emperador del Sacro Reino Romano, llevaba consigo a algunos de sus hombres, así como una comitiva con la realeza indígena que había venido con él. El Rey le ofreció “un asiento cómodo al viajero” (hecho inusual).
Cortés hizo una breve introducción, leía el fragmento de una de sus cartas cuando el monarca lo interrumpió para aprobar sus servicios que prestó “para aumentar las posesiones de la Corona de Castilla, así como para la propagación de nuestra Santa Religión Católica…” así mismo, lo hizo Marqués del Valle de Oaxaca. En ese mismo evento los nobles que lo acompañaban, también fueron reconocidos con sus correspondientes títulos nobiliarios gracias a su intercesión.
Estas escenas sobre la vida de Cortés era completamente desconocidas para mi, hasta que un día, un buen amigo español (que bien podría haber sido un conquistador en aquellos tiempos) me regaló el libro “El dios de la lluvia llora sobre México”. En sus páginas me reencontré con una maravillosa historia sobre el encuentro de dos mundos.
Basado en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo (testigo presencial), László Passuth narra con pasión la historia del extremeño desde que inició sus estudios en la Universidad de Salamanca hasta el fin de sus días y los de Malintzin (intérprete, amante y madre del hijo de Cortés).
Obviamente la historia oficial de México omite los detalles de los sangrientos sacrificios (de pecho abierto y extracción del corazón) a manos de los indígenas de mujeres, niñas y de los españoles que conseguían apresar
Pregunté a españoles y mexicanos, elegidos al azar, qué sabían de Hernán Cortés. Nadie mencionó ninguna de las escenas con las que empecé este texto. Como tampoco dijeron que en realidad “Malinche” era el nombre que los indígenas le habían dado a él y no a la chica que hacía de intérprete, nadie mencionó que cuando llegó a la Corte se sorprendían porque “quería a los indios” y los trataba como iguales, que padeció malaria, que cuando hubo malas rachas pagó de su propio oro a los soldados, que alimentó a las mujeres y niños que quedaron después de la guerra, que apreciaba a Moctezuma… ni estos, ni muchos detalles más que hablan de un hombre valiente, bravo, prudente, protector, noble y generoso.
En México la masonería decidió rehacer su versión de la historia, escrita en blanco y negro. Donde nos cuenta lo malo y cruel que fue Cortés y sus soldados al llegar, invadir y matar. Obviamente la historia oficial de México omite los detalles de los sangrientos sacrificios (de pecho abierto y extracción del corazón) a manos de los indígenas de mujeres, niñas y de los españoles que conseguían apresar.
Esta misma versión oficial se olvida a menudo de la superstición de los pueblos indígenas (que pensaban que Cortés era un semi-dios o quizás el regreso de Quetzalcóatl), de los que jefes que se rindieron para evitar sufrimiento al pueblo y de quienes decidieron libremente aliarse con él por estrategia para vencer a los Aztecas.
Este libro fue mi primer encuentro con el padre Olmedo, líder espiritual de Cortés y su tropa, vamos el responsable de “tirarles de las orejas”. Un hombre gracias al cual conversiones, matrimonios, bautizos y comuniones fueron posibles desde el primer minuto en el Nuevo Mundo.
Algunos de mis compatriotas al leer esto me llamarán “malinchista” (que ahora tengo muy claro que es un término incorrecto en sí).
Lo único que pretendo es hablar con justicia y honor a quien lo merece. Por una parte a los indígenas, mis antepasados, quienes lucharon con valentía, que velaron por el bien de su pueblo que acudieron a sus dioses, a los consejos de sabios y a sus conocimientos buscando lo mejor para las próximas generaciones.
Por otra parte, es sólo un pequeño reconocimiento a Cortés, el extremeño que vio en sus ojos la gran Tenochtitlan. A pesar de la historia negra y oficial sobre el desembarco de los españoles, se ha tratado injustamente a un hombre valiente, que cumplió con su deber de la manera más justa que le fue posible.
Hace unos cuantos años quemé mis propias naves del otro lado del Océano y uno de los grandes aprendizajes que puedo compartir es el de aceptar y amar nuestra raíces como hispanos, esa maravillosa mezcla de españoles e indígenas que tanto aporta al mundo.
Recomendación: El Dios de la lluvia llora sobre México. László Passuth. Editorial Austral.