Jair Bolsonaro está al borde de ganar las elecciones presidenciales en Brasil, cuya segunda vuelta se celebrará el domingo, 28 de octubre. Y los medios de comunicación despliegan todo su ingenio para convencer a la ciudadanía de todos los países que Bolsonaro es un candidato de ultraderecha y que, por tanto, es una amenaza para la democracia en el país y en todo el continente.
Puede que sea cierto, pero la palabra ultraderecha se ha utilizado tantas veces que ha perdido su sentido original. Ahora, un ultraderechista vendría a ser una persona que no acepta, total o parcialmente, el canon socialista. De modo que una persona podría defender la democracia y el Estado de Derecho con libertades civiles y libertad económica, y eso le convertiría automáticamente en un ultraderechista, aunque esté en las antípodas de un fascista (algo que, por supuesto, un socialista jamás podrá decir).
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDe modo que con todos los políticos “ultraderechsitas” es necesario hacer una esmerada labor de investigación y juicio crítico para descubrir qué es lo que proponen. Es decir, hay que hacer el periodismo que los medios de comunicación no hacen, porque ni lo quieren hacer ni les hace falta. Por ejemplo, los medios han destacado que Bolsonaro es un admirador de la dictadura militar brasileña (1964-1985). Pero resulta pertinente recordar que con el último presidente admirador de aquella dictadura, Lula da Silva, no les fue tan mal. Y fuimos muy pocos los que quisimos recordarlo.
Quienes dicen estar hondamente preocupados por la democracia brasileña deberían plantearse que Dilma Roussef acordó con el régimen de Cuba, que es una dictadura, la entrada en el país de 18.000 de sus médicos. Éstos, además de profesionales de la medicina, y por encima de ello, son agentes políticos del régimen. El gobierno de Brasil paga 3.300 dólares al mes por cada médico al mes, cuatro veces y media la renta per cápita de los brasileños. Tres cuartas partes de todo ese capital, es decir, 1.300 millones de dólares, salen del bolsillos de los brasileños y se dirigen a financiar la dictadura cubana. ¿Cuántos de quienes dicen estar preocupados por la democracia en el continente ante la llegada de Bolsonaro se llevaban las manos a la cabeza por que el gobierno brasileño financie el régimen y acepte la presencia de millares de agentes políticos de la dictadura en el país? Ha acertado: ninguno. Por cierto, que tampoco han dicho que el intento de asesinato de Bolsonaro es un ataque al proceso democrático brasileño.
Son los mismos que dicen que debe combatirse la corrupción de los gobiernos, y están desesperados porque la justicia no ha permitido presentarse a las elecciones al corruptísimo presidente Lula da Silva, condenado en sentencia firme.
Su lado más peligroso viene de su discurso abiertamente autoritario y que declare, por ejemplo, que no ve problema en que los policías maten a los criminales
Estos defensores de la democracia y enemigos acérrimos de la corrupción, que abrazan el modelo cubano y votarían a Lula da Silva, están igualmente preocupados por la situación de la mujer bajo el mandato de Bolsonaro, y eso que aún no ha llegado al poder. No es ya que les embargue el miedo por la situación de la mujer, sino que han creado una plataforma que habla en nombre de todas las mujeres de Brasil, y que ha convocado una multitudinaria manifestación en el país en contra del candidato derechista. Es más, replicarán estas movilizaciones por otros 24 países. ¿Cuál ha sido la respuesta de la sociedad brasileña a los esfuerzos de estos activistas preocupados por la democracia, la corrupción y ahora las mujeres? La intención de voto a Bolsonaro entre las mujeres subió seis puntos, del 21 al 27 por ciento.
¿Quién es Jair Bolsonaro, y qué es lo que propone? Su lado más peligroso viene de su discurso abiertamente autoritario y que declare, por ejemplo, que no ve problema en que los policías maten a los criminales. Puede ser una bravuconada para ganar los votos de los brasileños, acosados por el crimen que campa en las calles ante la aquiescencia de los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Pero es también la muestra de alguien que no valora los derechos civiles, procesales, y las garantías propias de un Estado de Derecho. Sobre su admiración sobre la dictadura, Da Silva tampoco impuso la suya propia. Bolsonaro ha declarado: “Mis hijos no serán nunca gays ni tendrán novias negras; los he educado muy bien”. Queda claro cuáles son sus criterios para educar a su familia, pero en una sociedad libre, en primer lugar, tiene derecho a transmitir los valores que le venga en gana. Y, en segundo lugar, lo que piense un presidente no debe tener relevancia si se respeta lo importante, que es la libertad de cada uno de organizar su vida como le plazca.
No es que los brasileños se hayan cansado sin más de los partidos habituales, sino que éstos están devorados por la corrupción, y las políticas del Partido de los Trabajadores sumió al país en la mayor crisis económica de su historia
Fuera de eso, Bolsonaro tiene elementos francamente atractivos. Él ha recabado el hastío de los brasileños a las formaciones tradicionales que, a izquierda y derecha, se han alternado en el poder en las últimas tres décadas y mantienen al país en una situación de pobreza, corrupción e ineficiencia rampantes. Y, más que cualquier otra cosa, Bolsonaro encarna el desprecio, cuando no odio abierto y descarado, que tiene una mayoría de la población brasileña por el Partido de los Trabajadores. No es el Partido Progresista la formación que va a aupar a Bolsonaro a la presidencia del país, sino el PT por el rechazo que suscita en los brasileños. El hecho de que un candidato con opiniones aborrecibles sea capaz de vencer a los partidos tradicionales no es una amenaza para la democracia, sino una muestra de que la política brasileña es capaz de recoger el hastío del pueblo. Y no es Bolsonaro quien debe ser criticado por ello, sino la clase dirigente brasileña de las últimas décadas.
No es que los brasileños se hayan cansado sin más de los partidos habituales, sino que éstos están devorados por la corrupción, y las políticas del Partido de los Trabajadores sumió al país en la mayor crisis económica de su historia: en 2015-2016, el PIB cayó un 8 por ciento, y la tasa de paro se duplicó: del 6 al 13 por ciento. Temer, que sucedió a Roussef y ha creado un partido independiente, ha introducido varias reformas pro mercado que han mejorado la situación económica.
Bolsonaro tiene el prestigio de ser un outsider que nada tiene que ver con el resto de políticos. Y en materia económica propone algo completamente diferente al resto de formaciones. Hay una cosa que no se dice de su elogio de la dictadura, y es que defendía también sus políticas económicas, inflacionistas e intervencionistas, más cercanas a lo que hoy propone el Partido de los Trabajadores. Bolsonaro ha dado un giro de 180 grados, y ahora defiende políticas basadas en el libre mercado.
Su programa prevé privatizar las empresas públicas, con excepción de Petrobras y dos entidades financieras. Ha anunciado que va a reformar las pensiones, que es una forma de decir adaptar lo que paga el sistema a lo que puede pagar; es decir, recortar. Por lo que se refiere a la política fiscal, un Estado más liviano permitirá rebajar los impuestos; algo que, de todos modos ya ha propuesto. Y promete una medida excelente: no gravar los beneficios ni los dividendos; los beneficios son la guía y el motor del proceso productivo, y no deben ser gravados. Ha defendido que el Banco Central debe ser independiente del gobierno, y tener un claro mandato de control de la inflación. Y quiere un Mercosur despolitizado y cuya función sea favorecer el libre comercio en la región.
Si gana Bolsonaro, ¿cómo transformará al país y la región? El ex capitán ha dicho que nombrará a varios militares en su gobierno. Forma parte de su mensaje de que va a despolitizar el gobierno, como quien despioja una cabeza infestada. No creo, como dicen temer muchos, que vaya a dar un golpe de Estado, entre otras cosas porque ni los brasileños ni el Ejército lo quieren. Sí transformará la economía de Brasil y, si persevera en sus políticas, servirá de ejemplo para el resto del continente.