Centenares de jóvenes cristianos unidos para rezar por la comunidad de Taizé en Madrid.
Centenares de jóvenes cristianos unidos para rezar por la comunidad de Taizé en Madrid.

Esta frase la escuché dos veces el pasado fin de semana.

Y, aunque parezca imposible, fue en España, en Madrid.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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El Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé, la “mini-JMJ”, como la llaman algunos, invadió las calles de la capital de peregrinos alborotando y riendo… y las iglesias de jóvenes rezando y escuchando, del 28 de diciembre al 1 de enero.

A cualquier manifestación de cuatro indignados le hubieran dado muchísimo espacio en los medios de comunicación. Pero que 15.000 jóvenes se juntaran en Ifema para meditar (con un sentido cristiano, nada de yoga o abrazar árboles) no le pareció muy importante a Televisión Española.

Y en Nochevieja, miles de fiestas multiculturales en 120 parroquias cerraban el año sin causar ni un solo problema. Suficientemente digno de noticia.

Mi marido y yo nos inscribimos como familia de acogida hace unas tres semanas. Escuché varias veces en Cope que hacían falta casas, ya que siempre es más agradable estar en un hogar que en un polideportivo. Me pareció buena forma de “devolver” lo que a nosotros nos dio una familia encantadora en la JMJ de Cracovia hace dos años y por ello quisimos acoger a cuatro personas.

Al vivir fuera de Madrid capital, el “requisito” que nos pusieron fue acercar a los jóvenes cada día a la parroquia más cercana de la ciudad (que eran 15 minutos en coche, lo cual para un madrileño significa al lado).

Hasta que no llegaron a casa, recogidos por mi marido, no sabía ni qué me iba a encontrar. Resultaron ser tres chicos y una chica ucranianos, con un inglés justito en el mejor de los casos. Pero el traductor y los gestos salvan muchas situaciones, como nos ha ocurrido en algunos viajes.

Y ya que teníamos que llevarlos a ellos, ¿por qué no husmear en todo esto que iba a pasar en Madrid? Mi única conexión con este movimiento había sido pasar unas horas en el mismo Taizé de turismo por Francia hace 14 años.

Me llamó la atención la variedad e interés de los temas que se trataban en los talleres que tenían lugar a mediodía en diferentes lugares de la ciudad: política, economía, arte, deporte… Parece ser que en Taizé tienen claro que un laico comprometido debe serlo tanto de capilla para dentro como de capilla para fuera.

Debido a mi voluntariado en el Observatorio para la Libertad Religiosa, nos decantamos por uno sobre los iconos ortodoxos y otro sobre testimonios y cantos de cristianos en Líbano y Egipto. Oriente y Occidente unidos por el mismo mensaje de Amor.

En ambos no se cabía. Al igual que en las oraciones del mediodía (hasta la Catedral se llenó). La mayoría era gente joven, pero había gente de todas las edades, ya que todos los actos eran abiertos para todo el que quisiera acercarse. Y más de un madrileño se había convertido en un peregrino más buscando un palmo donde sentarse.

En la céntrica San Miguel escuché el primer “qué bien” al ver cómo los jóvenes salían casi a presión de la iglesia al terminar la ceremonia. Fue en boca del sacerdote mientras abría las puertas centrales.

El segundo fue en una de las parroquias periféricas donde los jóvenes estaban acogidos. Tras una eucaristía en inglés y español con españoles, franceses, croatas, ucranianos, polacos, italianos y portugueses, una mujer se lo decía al sacerdote. Poco después, otra señora le intentaba explicar a la ucraniana acogida en mi casa que les había cocinado un par de tortillas para que probaran lo típico español. Sin idioma común se entendieron y la ucraniana le dio un pequeño regalo a la parroquiana de 86 años en un gesto entrañable.

Quizás la hospitalidad, de los que acogían pero también de los acogidos, debería haber sido lo más noticiable, como remarcó en su discurso el Hermano Alois, responsable de este movimiento ecuménico. Pero debe ser que esto no es a lo que llamaban alianza de civilizaciones.

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