Juicio al Golpe de Estado

    Analicemos la impostura de los golpistas frente a los tribunales que los juzgan para observar cómo se repiten hechos similares tanto en España a comienzos del siglo XXI como en Alemania y Venezuela durante el siglo XX.

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    Fotografia facilitada por la Generalitat de la declaración del president catalán Carles Puigdemont y su gobierno tras el referéndum ilegal
    Fotografia facilitada por la Generalitat de la declaración del president catalán Carles Puigdemont y su gobierno tras el referéndum ilegal / EFE

    Analicemos la impostura de los golpistas frente a los tribunales que los juzgan para observar cómo se repiten hechos similares tanto en España a comienzos del siglo XXI como en Alemania y Venezuela durante el siglo XX.

    Según la Real Academia Española, la impostura es el fingimiento o engaño con apariencia de verdad. Si algo caracteriza a los delincuentes en general, y a los golpistas en particular, es la impostura cuando han violado las leyes de una nación y tienen que responder por los hechos delictivos ante un tribunal.

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    La impostura en la felonía golpista

    Observamos cómo los autores del Golpe de Estado de 1 de Octubre de 2017 intentan aparentar lo que no son como estrategia de defensa, empleando el juicio para realizar una campaña de comunicación política, de ocultamiento y disfraz de sus verdaderas intenciones, mostrándose ante la comunidad internacional como corderos degollados, cuando se tratan de lobos, hienas y chacales acorralados por las leyes vigentes.

    Se puede aplicar la célebre frase latina ‘homo homini lupus est’ que empleaba Thomas Hobbes en su obra Leviatán (1651) para justificar la omnipresencia de un Estado totalitario que es justo lo que los golpistas intentan implantar.

    Los acusados trataron de destruir la legalidad, devorando los derechos y libertades de los ciudadanos, saltándose la Constitución y el ordenamiento jurídico de España. Sin duda alguna, otras democracias parlamentarias afines como Francia, Italia, Alemania, Canadá o los Estados Unidos también hubiesen encarcelado y procesado penalmente a los perversos que intentasen vulnerar la legalidad en localidades y regiones de su nación.

    Algunos incautos pensarán en los efectos terapéuticos de la cárcel cuando escuchan al golpista Oriol Junqueras decir que: «ama a España y que ama a las gentes de España y a la lengua y a la cultura españolas». Nada más lejos de la realidad. Es más falso que Judas Iscariote, cuando traicionó a Jesucristo por 30 monedas de plata.

    Indigna comprobar cómo algunos jueces actúan tibiamente y dejan que, en el caso de los golpistas del 1 de Octubre de 2017, lancen sus proclamas independentistas en medio del juicio, contestando a las preguntas de sus propios abogados pero, incomprensiblemente, impidiendo el juez Marchena que la fiscalía y las acusaciones particulares puedan formularlas.

    Desde luego, da vergüenza ajena escuchar a los acusados fingir ser pacifistas tipo Gandhi e, incluso, proclamar que «aman» a España, justo aquellos personajes que actúan para romperla.

    Recordemos que se juzga a estos sujetos por los tipos penales de rebelión, sedición, malversación de caudales públicos y desobediencia, acciones que no se improvisan; hechos muy graves como la aprobación de las leyes de desconexión con el Estado en el Parlamento regional durante los días 6 y 7 de septiembre de 2017, la celebración de un referéndum ilegal de autodeterminación (secesión) el 1 de octubre a pesar de la prohibición del Tribunal Constitucional, o la firma de una declaración unilateral de independencia el día 27 del mismo mes, provocando entonces y con posterioridad cientos de tumultos y actos violentos en Cataluña como explicó muy bien el fiscal del Tribunal Supremo, Javier Zaragoza.

    Hitos históricos en los procesos penales al golpismo

    Desde mi perspectiva de análisis, es importante aprender de la historia, castigando los golpes de Estado con el peso de la ley. Y es absolutamente esencial no caer en las trampas de las rebajas de condenas y los indultos a los golpistas, como pregonan «los socialistas de todos los partidos» (Hayek dixit) que, irresponsablemente, tienen la peligrosa tendencia a interferir en la aplicación estricta de la ley para ponerse siempre del lado de los delincuentes en lugar de defender a los ciudadanos de bien. Existen ejemplos claros de cómo la falsa indulgencia, es decir, la cobardía frente a los golpistas, permitió que, finalmente, los traidores destruyesen las democracias para imponer dictaduras.

    Explicaré brevemente dos episodios históricos del golpismo en Alemania y Venezuela. Allí los golpistas fueron juzgados y condenados por las democracias que intentaban destruir. Sin embargo, contrariamente a lo que dicta la razón, fueron indultados por gobiernos irresponsables que dejaron germinar la semilla totalitaria que guía hacia la destrucción de la democracia.

    El 8 de noviembre de 1923, Adolf Hitler intentó un golpe de Estado fallido en lo que se conoce como el Putsch de la cervecería en la ciudad de Múnich (Alemania) empleando las mismas estrategias de agitación por medio de las camisas pardas para controlar las calles, las ciudades y las instituciones.

    Fue detenido y se produjo su procesamiento penal. El perverso Hitler se presentó en el juicio empleando un discurso impostado, mostrándose como una víctima del sistema democrático en la Alemania de los años 30. Fue condenado a cuatro años, pero solo cumplió 9 meses en la cárcel de Landsberg en Baviera, porque un gobierno de felones lo indultó. Durante su estancia en la cárcel, el golpista Hitler escribió el libro Mein Kampf (1925) en donde plasmó su perversión moral y su psicopatía queriendo convertirse en Führer de Alemania y del mundo. Logró promocionar sus ideas políticas extremistas durante el juicio y tras ser indultado de modo que, paulatinamente, logró conquistar el poder por medio de la propaganda y destruyendo la democracia para intentar implantar su utopía del imperio racista y totalitario que denominaban «Tercer Reich».

    El 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez ejecutó un golpe de Estado en Venezuela. Fracasó y fue procesado y encarcelado. El teniente coronel aprovechó su estancia en la cárcel para presentarse como un mártir. Apenas estuvo dos años en la cárcel, porque el presidente Rafael Caldera (1916-2009) le indultó con irresponsabilidad sobre las consecuencias de su felonía que, por ejemplo, le llevó a afirmar en sede parlamentaria que: «es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer».

    Tristemente, como consecuencia de ello, posibilitó que continuase el golpista Chávez con la propaganda del populismo, engañando al pueblo y ganando las elecciones de 1998 y, desde el primer día, trabajando para destruir la democracia e imponer el comunismo, que ha llevado hacia la destrucción de la riqueza y la pobreza en Venezuela.

    La historia nos enseña que el marco institucional de una democracia liberal con un Estado de Derecho, la separación de poderes, la independencia judicial y las elecciones libres es fundamental para el desarrollo sociocultural y económico de los países.

    Hemos visto dos ejemplos históricos de cómo es importante proteger las instituciones mediante la aplicación estricta del Código Penal y el cumplimiento íntegro de las penas en los casos de delitos graves como el asesinato y el terrorismo, pero, también, en los casos más destructivos de una democracia parlamentaria como la rebelión, la sedición y la desobediencia contra una Constitución y sus leyes.

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