La Real Academia de la Lengua, institución que ha superado los dos siglos de existencia y que, aunque sólo sea por eso, merece la pena escucharla, define el término «capricho» (en su primera acepción) como «determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original».
¿Quiénes son caprichosos? Todos tenemos experiencia sobrada en ello. El niño que quiere una gominola -‘chuche’ que diría Mariano Rajoy- antes de comer y que, si no la tiene, se tira al suelo y patalea o intenta agredir a su padre o a su madre o golpea a su hermano sin venir a cuento. El hombre hecho y derecho -decente, honrado- que se ‘enamora’ del último modelo de una marca de automóviles, de una botella de vino o del último modelo de ‘smartphone’ y, sin necesitarlo, lo compra sin más. Y, naturalmente, las mujeres que nos encaprichamos de un objeto innecesario-caro o barato- y pagamos por conseguirlo inmediatamente, ya sea un bolso, un viaje, una joya, una prenda de vestir o un mueble. Los caprichos tienen como objeto artículos materiales, inmateriales o personas. Hay quien se ‘encapricha’ del vecino o la vecina y pierde la cabeza abandonando a su cónyuge, hijos e hijas y arruina su familia, económica, moral y emocionalmente. Caprichos de la edad madura o, directamente, de la tercera edad que se niega a asumir la realidad y se cree un galán o una jovencita a sus 80 años.
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Los niños son caprichosos por naturaleza. Están en pleno cambio y no se controlan ni a sí mismos. No saben lo que quieren y son veletas. Lo de las ‘chuches’ ya lo hemos dicho. El sueño, el hambre o el instinto le hacen ser presa del deseo de última hora. Pero ¿qué me dicen de los adolescentes? Sin duda, ustedes saben mucho por experiencia, porque tienen hijos, nietos o sobrinos. Soy bastante seguidora del escritor Lorenzo Silva, autor, entre otros, de ‘El déspota adolescente’, un conjunto de relatos que reflejan de forma magistral la inmadurez e inestabilidad -con rasgos dictatoriales o despóticos- de los jóvenes que están a caballo entre la niñez y la juventud, los que los británicos llaman ‘teenagers’.
En definitiva, los caprichosos se caracterizan por creer que lo saben todo -aunque ignoren y desconozcan lo que tienen cerca-, les gusta el ‘postureo’ más que a un niño un regalo de Reyes y son autorreferenciales. Vamos, lo que toda la vida hemos considerado ‘el ombligo del mundo’. Con un punto, ciertamente, narcisista. Por ejemplo, si en sus redes sociales el presunto caprichoso sube muchas imágenes suyas en diferentes posturas y las cambia constantemente ¡sospechen! Seguramente es un caprichoso de manual. Averiguen si ha escrito un libro que se titule ‘Cómo ser un caprichoso en diez pasos’. Si no lo ha publicado lo tiene en borrador.
A estas alturas pueden pensar que no sé por dónde tirar en este artículo. El capricho, HazteOir.org , Franco y Pedro Sánchez son un poco como la cuadratura del círculo. Tranquilos. No se alteren que se por donde voy. Y como son personas inteligentes lo van a entender enseguida. Seguramente antes que yo.
No he necesitado verle convertirse en presidente para darme cuenta de que no era sólo un adolescente sino que, además, no sabía lo que decía
Yo creo que Pedro Sánchez es -todavía- un presidente de Gobierno de España adolescente y caprichoso. Da igual que haya rebasado los 40 años. El uso del famoso ‘Falcon’ para desplazamientos ajenos a su cargo como presidente del Gobierno, la usurpación de la jefatura del Estado aunque sea por unos momentos (¿quien no ha deseado ser ‘reina por un día’?) y las comparecencias internacionales a tiempo y a destiempo. Yo a Sánchez lo ‘calé’ el día del año 2015 en el que dijo que incluiría «derechos ambientales» en su propuesta de reforma de la Constitución. No he necesitado verle convertirse en presidente del Gobierno de España tras la moción de censura de 2018 para darme cuenta de que no era sólo un adolescente sino que, además, no sabía lo que decía. Como esos chavales de instituto de secundaria que, por presumir delante de las chicas o del profesor, citan los «cuatro hemisferios» o mencionan a «Karl Hítler». Derechos ambientales. Para haber estudiado la carrera de Derecho no está mal. Son las personas -señor Sánchez- quiénes tienen derechos y no las briznas, ni el océano ni los árboles ni las margaritas.
En España, en nuestra historia reciente, tuvimos otro presidente adolescente. Fue Rodríguez Zapatero y, como a Pedro Sánchez, nadie le conoció dedicación profesional alguna estable fuera del PSOE. Vamos, niños de partido como otros lo son de “papá”. Pues al inefable ZP que ahora hace de escudero del dictador Nicolás Maduro, le dio por ganar la guerra civil un día. Era el cumpleaños del responsable de las matanzas de Paracuellos del Jarama -en la que fueron fusiladas unas 8.000 personas- el siniestro Santiago Carrillo, que había sido socialista para luego ser comunista, traicionando a sus compañeros como antes lo había hecho con su propio padre. Pues había sido el 90 cumpleaños de este individuo y a Zapatero no se le ocurrió otra cosa que ‘regalarle’ el derribo de la estatua de Francisco Franco al siniestro abuelo. Ya saben, uno sale de juerga y hace una apuesta. “Santiago, qué te apuestas a que tiramos la estatua de Franco”. “¡Anda ya!” “Que la tiramos, que soy el presidente del Gobierno”. Y van y la tiran.
Y es que algunos no pudieron ganar la guerra y, aún peor, más humillante, no fueron capaces de ¡derribar a Francisco Franco de la jefatura del Estado! Y mira que fueron valientes, aguerridos, sagaces estrategas, movilizadores de masas. Pero Franco se resistió ¡y murió en la cama! Que bochorno. Que desastre. Pero no pasa nada. Como tiene una estatua en Madrid, pues la derribamos. Esa fue la hazaña de Rodríguez Zapatero con Franco. Ya tiene algo de que presumir con sus nietos. “Aquí vuestro abuelo, el que humilló a Franco”.
Pues a falta de ideas e ideales y sin proyecto ni capacidad alguna para llevarlo adelante, Pedro Sánchez sólo ha podido vencer a Franco imaginando que lo saca de su tumba
Pues a Pedro Sánchez, el déspota adolescente, le pasa más o menos como a Zapatero. Hay que entenderle. Se convierte en presidente de Gobierno sin que los ciudadanos lo hubiéramos votado. Intenta ser rey por unos minutos poniéndose a que le besen la mano. Y presume de ser más “rojo” que el propio ZP. Y en ocho meses de Gobierno, con poquitos escaños, ha podido hacer más bien poco a pesar de su autobombo permanente.
Ya está bien. Son todos ustedes unos ‘fachas’. El bando rojo que perdió la guerra civil se merecía un héroe como Pedro Sánchez. Un tipo valiente, espabilado, con coraje, capaz de exhumar un cadaver, sacarlo por las buenas o por las malas de su sepultura y exhibirlo como quien ha cazado una perdiz y posa en la foto vestido de cazador (todo ropa de marca) de pies a cabeza como diciendo “¡aquí estoy yo!”.
Pues a falta de ideas e ideales y sin proyecto ni capacidad alguna para llevarlo adelante, Pedro Sánchez sólo ha podido vencer a Franco imaginando que lo saca de su tumba. Necrofilia creo que se llama ese mal, que no sé si es patología o trastorno o sencillamente estupidez. De momento el sueño no se ha materializado. Y mira que el muchacho se ha empeñado hasta la saciedad, mandando incluso a la mismísima Carmen Calvo al Vaticano para gestionar el tema. España y los españoles tendrán o no problemas y retos. Pero el presidente del Gobierno se ha encaprichado de los restos mortales de Francisco Franco y no hay quien se lo quite de la cabeza.
El otro capricho de Pedro Sánchez ha sido quitar la utilidad pública a la asociación HazteOir.org. Ya hemos contado que jurídicamente no había razón alguna para hacerlo. Pero la realidad es que el actual presidente del Gobierno de España se empeñó y, si no lo hacía, cogía una pataleta. Bueno es él.
Y es que, queridos amigos, no se puede gobernar llevando a cabo una «determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original». El capricho no puede ser la hoja de ruta de ningún personaje serio, adulto y responsable.