El emperador de Waterloo

    Nunca gozó Sánchez “El Breve” de mayor gloria que cuando de noche y a traición fue depuesto del mando de su partido por las huestes de Díaz ante los ojos atónitos de los españoles. Apoyado en sus leales en Asturias comenzó entonces una reconquista que ha arrastrado a los suyos.

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    El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso. / EFE
    El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso. / EFE

    Nunca gozó Sánchez ‘El Breve’ de mayor gloria que cuando de noche y a traición -con clara alevosía y animadversión- fue depuesto del mando de su partido por las huestes de Díaz ante los ojos atónitos de los españoles. Apoyado en sus leales en Asturias comenzó entonces una reconquista que ha arrastrado a los suyos, a la prensa y a la oposición a un remolino político sin sentido ante los ojos aún más atónitos de esos mismos españoles.

    Sin quererlo mucho, al hilo de la algarabía política, pensaba uno estos días en alguno de los seres vivos que más rechazo produce y que, sin embargo, es uno de los más grandes prodigios de la naturaleza. Las cucarachas, que ya acompañaban a los dinosaurios y que seguirán estando aquí cuando nosotros nos hayamos ido, por carecer de sistema nervioso central y contar en su lugar con nodos distribuidos por el cuerpo, pueden vivir sin cabeza grandes períodos de tiempo hasta morir de inanición.

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    Quiere uno resistir la comparación de Sánchez El Breve con semejante prodigio, pero es verdad que nuestro antiguo emperador ha carecido de cabeza y de manduca, y ha sobrevivido hasta que el hambre se lo ha comido.

    Alimentándose de su propio cebo, incrementó el salario mínimo robándole capital al futuro

    Guapo como Felipe González, ha tenido a bien elegir otro maestro, más asequible, Jose Luis Rodríguez Zapatero, El Pacificador. Imbuido del buenismo que lleva a este a hacer el ridículo por el mundo en misiones imposibles, Sánchez El Breve, descabezado, al contrario que las prodigiosas cucarachas, ha concitado amistades entre sus depredadores, quienes, fieles a su condición, han acabado merendándoselo.

    Comenzó su reinado ganando un Borodinó que nunca fue victoria. Confundiendo a la ciudadanía y a sí mismo, lanzó fuegos de artificio rodeándose de ministros que según entraban por una puerta salían por la otra. Alimentándose de su propio cebo, incrementó el salario mínimo robándole capital al futuro. Separó a los españoles en mujeres y en hombres, y nombrándolas y nombrándolos repartió entre aquellas el dinero de los dos. Se rodeó de géneros fluidos y convirtió en universal el deseo de unas minorías igualmente descabezadas.

    Pero su mayor locura, a falta de victorias, fue intentar ganar una guerra terminada

    Si hubiera tenido cabeza habría consensuado leyes que sirvieran a todos, pero ante la carencia de un cerebro único ha venido legislando a bote pronto, de oído, impulsando medidas a golpe de gracia personal y Decretos Ley.

    Pero su mayor locura, a falta de victorias, fue intentar ganar una guerra terminada. Dispuesto a profanar la tumba del sepulto en el Valle de los Caídos, quiere llevarse por delante el derecho de la familia, de la congregación que lo custodia, y pasear la momia por España.

    Finalmente todo se le ha desmandado cuando con sus mismas manos y en persona ha venido a ordenar la casa. Para aprobar la Ley de Presupuestos ha pretendido apoyarse en quienes lo tenían enjaulado, y siendo él mismo el banquete, ha querido compartir la comida con los leones y las hienas en Cataluña, que ya entre sí se despedazan sin echar de menos a la presa.

    Como ya sucediera con Bonaparte, la paz se vislumbra tras su destierro, pero así como el genio francés, aún recluido en Santa Elena, mantenía a toda Europa con los ojos clavados en el mar, nuestro antiguo emperador solo genera desconcierto ante unas encuestas que, con alguna dificultad, auguran su posible vuelta.

    Al final, merced a su fortuna para la supervivencia, a nuestro Sánchez El Breve, ante la incapacidad y absoluta inoperancia de Populares y Ciudadanos para asaetear al muerto, y a quienes el electorado lleva un año pidiendo a gritos derogar las leyes de género y una postura firme contra el aborto, le ha cabido el último honor de convertir Moncloa en Waterloo, que tiene un pie en la historia no por la victoria de Wellington sino por la derrota del emperador.

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