La ley del silencio

    A pesar de la desaparición del nazismo y del hundimiento del estalinismo en nuestras democracias se ha instalado un totalitarismo ideológico. Hoy el silencio se impone sin muertos, como una dictadura del pensamiento, o mejor del conocimiento. La razón ha sido expulsada del debate.

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    El lobby LGTBI trata de imponer sus postulados a toda la sociedad.
    El lobby LGTBI trata de imponer sus postulados a toda la sociedad.

    Los recientes acontecimientos sucedidos en Alcalá de Henares, cuando un suplantador se hizo pasar por un homosexual que buscaba ayuda en un Centro de Orientación Familiar, y la posterior caza de brujas mediática contra dicho COF, han puesto de manifiesto una realidad: cada vez hay más temas “prohibidos”, de los que ni siquiera se puede hablar. Hay asuntos sobre los que ya no se puede tener una opinión particular, si es que esta se desvía de la doctrina oficial del Poder. Sobre ciertas cuestiones se ha impuesto un pensamiento único que no admite interpretaciones.

    Hemos vuelto al “caso Galileo”, y quien piense diferente sobre asuntos, por ejemplo de género, está condenado a ser un proscrito, y en ocasiones, un delincuente sobre el que caerá el peso de la ley. A pesar de la desaparición del nazismo y del hundimiento del estalinismo, en nuestras democracias se ha instalado un totalitarismo ideológico que nos recuerda las épocas más oscuras de nuestra historia.

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    La razón, llamada a presidir cualquier discusión democrática, ha sido sustituida por el sentimiento, curiosamente inducido y universalizado

    Este cáncer creciente corroe poco a poco los pilares de la democracia, que así se va convirtiendo paulatinamente en una democracia formal, epidérmica, pero que no se basa en la libertad de los individuos, que empieza por la libertad de conciencia y de pensamiento. Se trata de un pensamiento único que partió desde arriba, desde minorías apoyadas por el poder, y acabó dominando la opinión pública gracias a un insistente trabajo de los grandes medios y de ámbitos culturales y académicos.

    Todos recordamos cuando en el País Vasco no se podía charlar de política en el bar o entre los vecinos. En aquella época era la violencia la que imponía la ley del silencio. Hoy el silencio se impone sin muertos, como una dictadura del pensamiento, o mejor del conocimiento. Si piensas distinto es que razonas de forma equivocada, lastrado por una tradición supuestamente superada, nociva y supersticiosa.

    Pero el problema es que la razón ha sido expulsada del debate que siempre caracterizó a las democracias. La razón, llamada a presidir cualquier discusión democrática, ha sido sustituida por el sentimiento, curiosamente inducido y universalizado. Si tu forma de pensar no coincide con el “sentimiento único”, eres un peligro social y debes ser neutralizado por un no escrito “pogromo”. Lo peor es que esta ley del silencio, por su propia naturaleza, impide que se pueda hablar de esto en el foro público. Es una dictadura funcional, invisible, silenciosa, que avanza como una niebla, que se vuelve cada vez más densa.

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    Doctor en Humanidades por la Universidad CEU San Pablo y licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia Comillas. Profesor Adjunto de Narrativa Audiovisual en la Universidad CEU San Pablo. También es miembro del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), Director del Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal Española y Presidente de Signis-España. Actualmente colabora en varios programas de la cadena COPE y en 13 TV dirige y presenta El cineclub de TRECE y Pantalla Grande. Dirige la revista digital de crítica de cine Pantalla 90. Crítico de cine de 'Alfa y Omega', 'El Debate de Hoy', 'Aceprensa' y 'Fila Siete'. Director de la colección de cine de Ediciones Encuentro. Autor de diversas monografías.