El narcotraficante 'El Chapo' Guzmán y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
El narcotraficante 'El Chapo' Guzmán y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.

Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo Guzmán, es producto de un sistema corrupto y corruptor. La dimensión de las operaciones adjudicadas oficialmente al llamado Cártel de Sinaloa– el cual se supone dirigía junto con su compadre, Ismael ‘El Mayo’ Zambada – solo se explican bajo el amparo de una red de protección política y financiera.

Pero, históricamente en México, esas redes de protección han sido intocables y ahora, con la iniciativa del gobierno de Donald Trump para decomisarle más de 12.000 millones de dólares al Chapo -tras haberlo condenado de por vida a la cárcel- al gobierno del presidente López Obrador se le coloca en una disyuntiva.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Su gobierno puede dar una muestra irrefutable de acabar con la impunidad o justificarla.

Es un asunto complejo.

Algo del entramado

Desde el inicio del fenómeno del tráfico de drogas en la época reciente en México (casi un siglo) se ha podido establecer la participación de autoridades a diversos niveles por un sinfín de testimonios periodísticos, judiciales, investigaciones.

Y al estar el país bajo un régimen de corrupción institucionalizada, los intereses y dimensiones del asunto fueron creciendo.

Dos ejemplos pueden ilustrar.

Un informe de la DEA sobre las interconexiones narcoterroristas latinoamericanas, “actualizado hasta agosto de 1985” señalaba como “puntos terminales” de esas redes a tres altos funcionarios mexicanos: Sergio García Ramírez, entonces Procurador General de la República; Victoria Adato, viuda de Ibarra, a la sazón Procuradora de Justicia del Distrito Federal y Fernando Gutiérrez Barrios, ‘El Pollo’, entonces subsecretario de Gobernación.

“Fernando Gutiérrez Barrios es la figura ‘clave’ de las redes policiacas, seguridad e inteligencia del gobierno mexicano”, subrayaba el documento.

Otro.

El 24 de febrero de 2011, el ex gobernador de Nuevo León, Sócrates Rizzo García (cercano al ex presidente Carlos Salinas de Gortari) dictó una conferencia en la Universidad Autónoma de Coahuila:

“De alguna manera se tenía resuelto el conflicto del tráfico de drogas, había rutas bien establecidas; yo no sé cómo lo hayan resuelto otros gobiernos, pero había un control y había un Estado fuerte y un presidente fuerte y una Procuraduría fuerte y había un control férreo del Ejército y, entonces, de alguna manera decían ‘tú pasas por aquí, tú por aquí, pero no me toques aquí, estos lugares, algo pasó”, dijo.

Es decir, para el viejo régimen, el narcotráfico era una especie de enfermedad bajo control, con sus reglas, equilibrios y compensaciones.

De equilibrios y compensaciones

En enero de 2014, el Presidente Enrique Peña Nieto designó Comisionado federal en Michoacán a Alfredo Castillo Cervantes para hacer frente a grupos de delincuencia organizada erigidos como el poder en esa entidad.

Michoacán, en el occidente mexicano, se ha convertido desde los años 90 un punto clave para la distribución de enervantes y producción de drogas sintéticas.

Un año después, al dar por terminada su gestión Castillo Cervantes realzó sus logros: desarticuló a Los Caballeros Templarios: dos de sus principales líderes habían sido abatidos oficialmente; se habían capturado 32 jefes de plaza y 225 servidores públicos, tres exsecretario de Estado, ocho presidentes municipales, 159 policías municipales fueron acusados de formar parte de una red de protección y complicidad de Los Caballeros Templarios.

El cinismo y la impunidad pasan por los gobiernos de los panistas Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto

Entre esas detenciones destacó las del ex gobernador interino Jesús Reyna y la de Rodrigo Vallejo, hijo de otro exgobernador, Fausto Vallejo, todos ellos del PRI.

Destacó que se habían atacado las fuentes de financiamiento de dicho grupo delictivo al habérseles asegurado más de un millón de toneladas de minerales y más de 50.000 toneladas de madera que serían traficadas, y que solo las propiedades aseguradas a uno de sus líderes, Enrique Plancarte, ‘operador financiero’ del grupo y abatido, tenían un valor de 500 millones de pesos.

En total se les decomisaron 105 inmuebles con valor de más de mil millones de pesos.

“Las instituciones estaba a merced de los grupos delictivos, específicamente de un grupo hegemónico mal llamado Caballeros Templarios. La infiltración llegó a las más altas esferas del Gobierno del Estado”, sentenció Castillo Cervantes en su discurso de despedida.

Es decir, en un año se mostró la voluntad política del gobierno federal para atacar a un banda con una influencia determinante en la vida de un estado y cuyo poder comenzaba a desbordarse a otros lados.

Pero las dos ocasiones en que se detuvo al Chapo Guzmán la historia fue otra. Ni un policía municipal fue detenido por protección a quien fue considerado el criminal más importante del mundo.

Tras su primera captura, el presidente Peña Nieto se apresuró a declarar que él estaba dormido cuando lo detuvieron y tras la segunda, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong dio entrevistas para presumir del operativo, cuando en realidad al capo lo capturaron fortuitamente.

¿Contaba el gobierno federal con información de las redes financieras del Chapo Guzmán? Sí, por supuesto. Desde marzo de 2014 (tras su primera detención), la Marina enlistó 242 compañías y al menos 203 prestanombres (testaferros) del sinaloense.

En Estados Unidos, el Departamento de Estado, a través de su Oficina de Control de Bienes de Extranjeros estadounidense (OFAC) tenía a Guzmán Loera en su lista negra con  288 empresas repartidas en más de una decena de países para blanquear sus ganancias.

Y ahora que el gobierno norteamericano ha girado una orden para confiscar los bienes de Guzmán, calculados en 12.666 millones de dólares, se sabe (por una nota en el portal de Aristegui Noticias), que en 18 años, el gobierno mexicano le ha confiscado al capo y a su familia tres relojes, 1 inmueble, 5 armas de fuego, 171 cartuchos, 5 cargadores, una computadora y tres celulares.

El cinismo y la impunidad pasan por los gobiernos de los panistas Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

Por todo eso, al presidente López Obrador se le presenta otra oportunidad para dar muestras reales de terminar con la corrupción y la impunidad -definidos por él como engendros del neoliberalismo- o para dar evidenciar que su llegada al poder fue por un pacto con los factores de ese viejo régimen, del que se dice empeñado en desmontar.

Al tiempo.

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Es periodista, egresado de la escuela Carlos Septién García. Tiene diplomados en Periodismo por la Pontificia Universidad Católica de Chile; en Comunicación y Desarrollo Humano, por la Universidad Panamericana; en Periodismo Político por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla y en Inteligencia Estratégica por la Universidad Juárez del Estado de Durango, así como en Seguridad Nacional por el Colegio de la Defensa Nacional. Ha trabajado en Grupo Reforma y la agencia de noticias Notimex. Es autor de varios libros, entre ellos, 'Sangre de Mayo. El homicidio del Cardenal Posadas', en coautoría de Alberto Villasana. Es consultor, colaborador del diario Mural en Guadalajara y editor del servicio de análisis Mochila Política.