También el tardofranquismo hablaba de democracia (la democracia orgánica); y había diputados, solo que éstos se llamaban procuradores en Cortes, y en lugar de partidos los canales de representación eran familia, municipio y sindicato. Pero no era una verdadera democracia, porque todos los políticos y altos cargos de la época tenían que jurar los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional.

Había tendencias: democratacristianos, falangistas, tradicionalistas… pero todas ellas no eran sino familias del Régimen. Llamar a aquello pluralismo sería una broma de mal gusto. Bajo una ridícula diversidad, reinaba la uniformidad más absoluta. Al menos en el terreno estrictamente político, otra cosa era la vida personal y social, en líneas generales mucho más rica. 

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Medio siglo después, el esquema presenta sorprendentes analogías. Tenemos, ahora sí, una democracia comme il faut, con una Constitución, unos partidos políticos, una separación de poderes… y sin embargo subyace bajo esa aparente diversidad, una uniformidad casi absoluta. 

En primer lugar, porque todas las formaciones políticas están cortadas por el mismo patrón ideológico: socialdemocracia, marxismo cultural -en mayor o menor grado-. Hay tendencias, claro: izquierda, derecha, centro… pero todas ellas no son sino familias del mismo Régimen

No hay grandes diferencias, por ejemplo, entre PP y PSOE. El de izquierda-derecha es un combate amañado. Sánchez y Casado compiten por hacerse con el poder, no por las ideas, pues muchos de sus planteamientos ideológicos son intercambiables. Se mueven en el mismo magma  ideológico y su política viene a ser -con matices- clónica. Se llama socialdemocracia -una reliquia de siglo pasado- y los dos la practican, en distinto grado. El PSOE por acción y el PP por omisión. Todos los inventos contra la democracia que patenta el primero -ideología de género, ley de violencia de género, memoria histórica, ataque a la libertad de educación etc.-  los suscribe luego el segundo, no tocando ni una coma de los atropellos perpetrados por los socialistas. 

Si los políticos de la democracia actual quieren llegar al poder deben jurar lealtad a la agenda ideológica dictada por Bruselas y Naciones Unidas, igual que los procuradores del franquismo debían jurar lealtad al Movimiento

En segundo lugar, porque también los políticos y altos cargos de la democracia española juran unos Principios Fundamentales, no del Movimiento, pero sí de lo Políticamente Correcto. Si quieren llegar al poder y mantenerse en él, deben jurar lealtad a la agenda ideológica dictada por Bruselas y Naciones Unidas, igual que los procuradores del franquismo debían jurar lealtad al Movimiento. 

Esos Principios Fundamentales van, ahora, desde el Dogma del Cambio Climático hasta el aborto como derecho humano, pasando por la eutanasia. Corrientes ideológicas dictadas desde superestructuras internacionales, saltándose a la torera la soberanía de los Estados, y la voluntad de los ciudadanos, y que se traducen en leyes, aprobadas por los parlamentos y aplicadas por los Gobiernos. 

Y quienes tienen la osadía de disentir se ven sometidos a una presión implacable: véase los casos de los gobiernos húngaro y polaco, por parte de las autoridades de la Unión Europea.

Si algo no se perdona en la dictadura de lo políticamente correcto es justamente disentir. La mordaza contra la libertad de expresión es el tercer rasgo de la uniformidad que corroe como la carcoma la democracia actual. Que no se pueda hablar en público de determinados temas o que un político o un periodista tenga que medir sus palabras para no ofender a este o aquel colectivo, es señal inequívoca de dictadura. Parafraseando el refrán, “por la boca muere la democracia”. Ya lo dijo Walter Lipmann: “Si todos piensan lo mismo, es que nadie está pensando”. Pero Sánchez y otros quieren hacernos marchar al paso de su oca, recurriendo a multas si es preciso (por disentir en dogmas de género, por piropear a una mujer) o incluso a penas de cárcel (por enaltecer el franquismo, como ya ha anunciado). 

Pero ese estado de cosas ha conocido un punto de inflexión con la espectacular irrupción de Vox, que no forma parte del establishment socialdemócrata, que no jura los principios fundamentales de lo políticamente correcto, ni se pliega a leyes mordazas. 

Por eso, la novedad del 10-N no era el día de la marmota, que supone la victoria de pacotilla e insuficiente del PSOE, y el riesgo de que reedite el Gobierno Frankenstein con la izquierda y los separatistas, o el hundimiento de Ciudadanos. Ya contábamos con eso. La noticia no es el egoísmo de Sánchez, el batacazo de Rivera o el crecimiento moderado de Casado. Tampoco el hartazgo de la ciudadanía, cansada de peregrinar al colegio electoral cada primavera y cada otoño… para nada.

La noticia ha sido que el caballo de Troya dejado por Vox en el Congreso es más grande y su panza está más llena de “aqueos” que en las elecciones de abril. Que Sánchez siga en la Moncloa -o lo intente- no va a suponer grandes novedades respecto a este último año. Por desgracia para España. 

Que Vox haya tomado la alternativa en la Monumental de San Jerónimo significa que por primera vez en mucho tiempo se puede hacer un tipo de política distinta

Pero que el novillero Vox haya tomado la alternativa en la Monumental de San Jerónimo, al pasar de 24 a 52 diputados, significa que por primera vez en mucho tiempo se puede hacer un tipo de política distinta.

Sería ingenuo pensar que va a cambiar el sistema. Es como pretender frenar un locomotora. Lo siento por quienes han depositado su confianza en Abascal, pero es posible incluso que un Vox instalado en el Parlamento termine siendo domesticado por el sistema y se difuminen los valores ideológicos que defiende. El anillo del poder es lo que tiene, como nos advirtió Tolkien.

Pero que se haya convertido en la tercera fuerza, detrás de PSOE y PP, además de una proeza impensable hace sólo un año, es una alentadora noticia para la democracia española. Porque Vox es el único que se enfrenta a un establishment arcaico y caduco. Si el Estado de derecho se basa en la división de los tres poderes, formulada por Montesquieu, y en un sistema de contrapesos que limite los abusos de Leviathán, estamos de enhorabuena. Porque, por primera vez en décadas, una fuerza política ejerce contraste frente al oligopolio ideológico del PP/PSOE y las izquierdas, como ha apuntado Candela Sande, cuando afirma que es la única oposición al verdadero poder.

Unos días antes de la cita con las urnas decía Vargas Llosa que “el nacionalismo y Vox son el fondo la misma cosa: un peligro para la democracia”. Si algo es Vox es precisamente lo contrario. Una apuesta por la regeneración, por la libertad de expresión, de educación, de mercado, por la defensa de la vida y de la familia frente a leyes totalitarias como las de ideología de género. El primer paso, aunque sea tímido, para desenmascarar a la fake-democracia.

Otra cosa es que le dejen… 

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.