Megan Mishler sufrió tres abortos en circunstancias difíciles.
Megan Mishler sufrió tres abortos en circunstancias difíciles.

Por Megan Mishler.

Mis experiencias con embarazos difíciles me han hecho firmemente provida, con una perspectiva que nunca podría haber imaginado. Quedé embarazada a los 16 años de mi novio de 18 años tras escapar de casa; a los 22 años volví a embarazarme peligrosamente de mi novio adicto a las drogas y además quedé embarazada a los 24 años tras una violación. En cada caso, había personas que me decían que la opción correcta sería el aborto y que sería la opción más compasiva para el niño.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Desde entonces me han dicho que, si quedara embarazada nuevamente, el centro de alto riesgo del hospital local recomendaría el aborto, por mi propia seguridad. Y, sin embargo, me opongo totalmente a las excepciones por violación e incesto en las leyes provida y las excepciones por «salud materna» que está tan ampliamente definida en la jurisprudencia actual que puede significar cualquier cosa.

Mi historia demuestra que todas las vidas tienen valor y significado y merecen protección legal pues es un derecho inherente a la vida, sin importar las circunstancias. También muestra la necesidad de construir una cultura en la que las mujeres y las niñas que atraviesen un embarazo en crisis no se vean obligadas a abortar como la supuesta solución a sus problemas.

Tuve la oportunidad de ver a mi pequeña niña crecer con un ultrasonido: vi su corazón latir, la vi chuparse el dedo y jugar con los dedos de los pies

Cuando quedé embarazada era adolescente y entré en shock. Pensé, ingenuamente, que lo que mi novio y yo estábamos haciendo era suficiente para evitarlo. Fui criada en la fe católica y sabía lo que era el aborto en el sentido clínico, por lo que era impensable, y finalmente acepté dar al bebé en adopción en lugar de criarlo. Desde el principio fue agobiante pensar que algún día la entregaría a otra familia, pero quería que tuviera lo mejor de la vida, cosas que no podría proporcionarle yo. Sus padres adoptivos me hablaban por teléfono regularmente y me sentí cómoda con ellos y pensé que serían buenos padres. Sólo deseaba poder ser la madre biológica de mi preciosa niña.

La idea de abandonarla me estaba destrozando, pero el embarazo no continuó normalmente. Terminé en el hospital durante semanas, en reposo en cama, tratando de prevenir un parto muy prematuro. Tuve la oportunidad de ver a mi pequeña niña crecer con un ultrasonido: vi su corazón latir, la vi chuparse el dedo y jugar con los dedos de los pies y vi su cabello como un halo alrededor de su cabeza.

Irónicamente, dí a luz antes de que ocurriera una tragedia inesperada. Mi hija Lillian Mary nació muerta a causa de una vuelta de cordón. Hubiera dado cualquier cosa, todavía daría cualquier cosa, para que ella abriera los ojos o agarrara mi dedo, incluso por un momento. Pero tuve la oportunidad de amarla y conocerla en el útero. Si la hubiera abortado para seguir mis estudios en la escuela, como me recomendaron algunos de mis amigos, habría echado de menos tenerla en mi vida. Nunca habría sabido lo hermosa que era o sostenido su cuerpo perfecto, envuelto en mantas de hospital, en mis brazos. Nunca podría haber visto su cara en mis sobrinas.

Al menos tuve la oportunidad de abrazarla y verle la cara.

Con mi hijo Gaven Joseph, no tuve tanta suerte. El embarazo fue duro desde el principio. Fui a una clínica de alto riesgo en Pittsburgh y los médicos y trabajadores sociales sugirieron que debía abortar, considerando mis factores de riesgo psicosocial, además de los factores de riesgo físico. El padre del bebé era alcohólico, adicto y abusador y la clínica de alto riesgo lo sabía. Estaba con un trabajador social planeando dejarlo de manera segura una vez que naciera mi hijo. Físicamente, había cosas que requerían monitoreo, pero a medida que avanzaba el embarazo, parecían resolverse, hasta que cumplí 22 semanas y me puse extremadamente enferma con una infección respiratoria.

Fui hospitalizada en Pittsburgh y finalmente comencé a mejorar. Acababa de salir de cuidados intensivos cuando sentí un dolor terrible y vi algo aún peor: sangre. Mi enfermera llamó al médico de guardia en mi planta. Después de realizar una ecografía urgente junto a la cama, determinaron dos cosas: mi hijo estaba vivo, pero tenía un desprendimiento de la placenta que estaba causando el sangrado. El médico de la unidad me dijo que no entrara en pánico, que la rotura era menor y que los médicos obstetras y ginecólogos harían segiumiento todo el tiempo y podían manejarlo.

Tenía esperanzas en ese momento, porque si podían mantenerme embarazada un par de semanas más, las posibilidades de supervivencia de mi hijo serían buenas. Pero cuando llegó la doctora todo cambió. Ella dijo que iban a hacer una dilatación y evacuación de inmediato, un procedimiento de aborto, porque mi presión arterial había aumentado a un punto que ella consideraba preeclampsia y que sólo podía curarse si me ponían de parto.

No quería vivir a expensas de mi hijo; de hecho, en ese momento quería morir con él en lugar de ser responsable de su muerte

Protesté, sabiendo que mi hijo todavía estaba vivo, que la rotura de mi placenta era menor, que mi presión sanguínea podía reducirse con medicamentos, que podía permanecer en reposo en cama y que no había forma de que aceptara un aborto. Ella respondió que no harían ninguna de esas opciones de tratamiento, pero si me oponía tan fuertemente a una dilatación y evacuación, destrozando a mi bebé miembro por miembro, ella me «induciría» el parto.

Era temprano por la mañana y me sentí intimidada. No tenía abogado allí y no sabía qué hacer. Ingenuamente esperaba forzarlos a brindar atención vital a mi hijo si sobrevivía al parto. Si los médicos rechazaran su atención como lo estaba haciendo este médico, moriría en mis brazos, sabiendo que era amado, en lugar de ser destrozado.

Me indujeron el parto y todo salió terriblemente mal. La placenta se desgarró por completo, desencadenando una cascada de sangre e incapacidad para coagular. No he sangrado tanto en mi vida. Estaba en estado de shock e insuficiencia respiratoria. Tuve una experiencia cercana a la muerte donde vi a mi hijo y a mi hija con la luz blanca brillante, corriendo juntos. Quería ir con ellos, pero no era mi momento.

Mis padres habían llegado al hospital más tarde esa mañana y estaban allí para decirme que debía permitir que los médicos me hicieran un aborto de emergencia, o incluso una histerectomía para detener el sangrado, para tratar de salvar mi vida. En el último ultrasonido realizado para verificar el desprendimiento de la placenta, mi hijo todavía estaba vivo. Pero las cosas habían empeorado mucho y no sabía si todavía estaba vivo o no, y no estaba en situación de tomar decisiones. No quería vivir a expensas de mi hijo; de hecho, en ese momento quería morir con él en lugar de ser responsable de su muerte.

Me negué a firmar el consentimiento. No pude evitar preguntarme si habían hecho lo que les había pedido que hicieran para recibir tratamiento en lugar de inducir el parto, tal vez no estaría en esa situación ahora. Perdí totalmente la confianza en estos médicos.

Mis padres me recordaron que la intención no era matar a mi hijo sino tratar de salvarme. Sintieron firmemente que tenía la obligación moral de tratar de vivir, que no era moralmente aceptable elegir morir con mi hijo. Lo vieron como equivalente a suicidarse. De mala gana, firmé los papeles. Consentí.

Sobreviví, pero incluso hasta el día de hoy, me siento culpable por ello. Hubiera muerto por mi hijo, pero él murió por mí

Más tarde descubrí que los médicos no me dieron muchas oportunidades de vivir: tan pronto como firmé los documentos, corrieron por el pasillo hasta el quirófano. Ni siquiera les dieron a mis padres la oportunidad de despedirs y mucho menos llamar a un sacerdote para que me diera los últimos ritos y mi familia llamó a todos nuestros conocidos con el simple mensaje «Megan se está muriendo, por favor oren».

Sobreviví, pero incluso hasta el día de hoy, me siento culpable por ello. Hubiera muerto por mi hijo, pero él murió por mí.

Después de perder a mi hijo, me mudé de regreso a Michigan y finalmente me recuperé lo suficiente como para intentar regresar a la iglesia. Pero no fue bueno para mí. Fui violada en febrero de 2007 por alguien que conocía de un grupo de jóvenes de mi parroquia, en el aniversario del funeral de mi hija. Era un amigo, alguien en quien podía confiar y hablar sobre Lillian y sobre mis sentimientos de alienación debido a la pérdida de mi hijo. Esa confianza estaba fuera de lugar.

Fui al hospital, denuncié la violación a la policía y se presentaron cuatro cargos de conducta criminal de primer grado.

En el hospital, un consejero voluntario del centro local de crisis de violación se reunió conmigo y me acompañó a través de la prueba de presentar un informe policial y ser examinado por una Enfermera Examinadora de Agresión Sexual. Me alegró que alguien estuviera allí para ayudarme a superarlo, porque fue increíblemente humillante después de ser violada, incluso una enfermera que me examinaba me traumatizaba. Y… las fotos que tuvo que tomar fueron vergonzosas, ya que sabía que al menos la policía y el fiscal las verían y posiblemente un jurado y más gente. El centro de crisis también me ayudó a obtener una orden de protección personal, cuando el violador comenzó a acosarme entre el informe policial y su arresto.

Mientras me preparaba para la audiencia preliminar, descubrí que estaba embarazada de la violación. Fui a una cita de consejería de emergencia porque estaba completamente abrumada. Estaba sorprendida, horrorizada, temblando, vacilando entre querer mantener al bebé que apenas sabía que estaba allí y preocupada porque lo odiaría si fuera un niño y se pareciera a mi violador. Era un desastre y necesitaba hablar con alguien que se ocupara de este tipo de situaciones.

Ya estaba en conflicto por estar embarazada por un acto violento y aquí estaba la solución propuesta: introducir instrumentos de metal en mi cuerpo ya violado y arrancar a ese bebé

Pero la respuesta de mi consejero fue decirme que, dado que había sido violada, Medicaid cubriría «el procedimiento» en Planned Parenthood en la ciudad y podría entrar de inmediato ya que el centro de crisis que trabajaba con ellos. Me sorprendió que no me preguntara cómo me sentía al estar embarazada, o qué quería hacer, sino que me ofreció un aborto inmediato como si eso solucionara algo.

Ya estaba en conflicto por estar embarazada por un acto violento y aquí estaba la solución propuesta: introducir instrumentos de metal en mi cuerpo ya violado y arrancar a ese bebé, como si eso lo solucionara. ¡No, no lo haría!

Ya había pasado por la violación de la inducción del parto y posterior aborto con mi hijo Gaven Joseph para salvar mi vida. Someterme a un procedimiento quirúrgico para terminar con la vida de este niño sería físicamente doloroso, emocionalmente destructivo y gravemente incorrecto. Y no eliminaría la violación. No podía culpar a mi bebé por cómo llegó allí. No podía pensar en mi hijo como «el hijo de mi violador» o como «la hija de ese hombre malvado». Quienquiera que fuera él o ella, los pecados y crímenes de su padre no eran de ellos. Mi hijo era inocente.

Pero nunca tuve la oportunidad de conocer a ese niño. Después de estar todo el día en el estrado en la audiencia preliminar del caso de violación, comencé a sangrar. Sabía lo que probablemente estaba sucediendo, pero me hice un análisis de sangre y mis niveles hormonales se habían reducido a nada. Aborté a mi bebé de 10 semanas en casa. Fue doloroso, traumático y terriblemente triste, retener los restos de mi bebé en el tejido. ¡Mi bebé no era un desecho, sino un ser humano! Cualquiera que haya tenido un aborto espontáneo en esa etapa sabe a qué me refiero.

El trayecto hasta la sala de emergencias durante el aborto involuntario empeoró la situación. Tuve una amiga que me acompañó porque estaba en muy mal estado. Ella sostuvo mi mano durante la desgarradora ecografía y me habló mientras recibía líquidos intravenosos y productos sanguíneos para contrarrestar la hemorragia. Finalmente, el residente de Ostetricia entró y me informó: «Su cuerpo ha evacuado el embrión y anexos así que le ahorro la molestia de tener que pasar por un legrado».

Esa es una frase que no puedo olvidar. ¿El aborto involuntario me ahorró la molestia de un aborto provocado? La impresionante arrogancia, la falta de compasión, la presunción de que, debido a que fui violada, mi hijo no significaba nada para mí, simplemente me enfureció y le dije al residente en términos muy claros lo que pensaba de él.

Mi consejero de embarazos de riesgo y mi médico de urgencias hicieron la suposición común: Si una mujer se encuentra embarazada por violación, obviamente abortará, e incluso debería hacerlo. Del mismo modo, si una mujer en una relación abusiva queda embarazada, lo mejor para ella, e incluso para su hijo, es abortar. Después de todo, ¿cómo podría ella traer a un niño en tal situación? Y los adolescentes ciertamente no deberían tratar de ser padres, dar al bebé en adopción es demasiado difícil y el destino del bebé es demasiado incierto: lo mejor es abortar, eso dicen.

Lo veo en redes, en comentarios sobre artículos, lo escucho en la radio en debates, lo leo en columnas. Incluso de personas provida: «Sí, es una vida, pero nunca podría obligar a mi hija a dar a luz al bebé de un violador». O «una prohibición general del aborto no es políticamente factible, un enfoque gradual es mejor; se deben hacer excepciones».

La violación es un acto de violencia. Viola el cuerpo, el corazón y el alma del sobreviviente. El abuso por parte de alguien amado es otro acto de violación, no sólo contra el cuerpo, sino también contra el corazón y el alma del sobreviviente. El aborto es aún más violencia. También viola el cuerpo, el corazón y el alma de las víctimas, madre e hijo. ¿Cómo puede alguien argumentar que la violación es la solución a la violación, la violencia es la solución a la violencia? Permitir la matanza de bebés fruto de una violación no es el remedio.

Ninguna mujer con un embarazo de crisis necesita un aborto para salvarse. Todo niño inocente merece la oportunidad de vivir. Podemos hacerlo mejor como sociedad, y especialmente como personas provida al amar y apoyar a estas mujeres y a sus hijos, sin importar las circunstancias.

* Publicado originalmente en Salvar el 1.

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