Cuando a alguno de mis allegados les hablo sobre la posibilidad de que la izquierda ilegalice a los partidos disidentes con sus ideas, estos me miran atónitos como si les manifestara una quimera irreal e imposible.

Ojalá lo fuera. No se percatan de la peligrosa amenaza deslegitimadora porque ignoran la posibilidad de que esa ilegalización se geste mediante una manipulación en la que la presunta progresía inocule a la ciudadanía un odio incesante hacia todo lo que sea distinto a lo promulgado por el Estado. Dicho trabajo será llevado a cabo por una opinión pública gestionada por los medios de comunicación maniatados al servicio de la maquinaria mediática de los sectarios. Esta se encargará de que sean los propios ciudadanos quienes pidan el exilio político de las formaciones de derechas como PP y Vox.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Dicho objetivo se consigue a través de la demonización del adversario alterando la versión de sus principios ideológicos. Stanley G. Payne, narra en su obra La Revolución Española cómo el Gobierno de la II República buscó “eliminar a todas las fuerzas y partidos derechistas, pero sirviéndose de las leyes, no de la acción violenta y revolucionaria”. Normas que podrían ser aprobadas aglutinando una mayoría cualificada en el Parlamento previo paso por la cocina mediática, una que se encargará de desprestigiar a las formaciones disidentes con el Ejecutivo.

Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso

Me viene a la cabeza un discurso de Adolf Hitler frente a miles de sus simpatizantes en el que prometía ilegalizar a todos los partidos de Alemania excepto al suyo. Amparaba esa actitud despótica advirtiendo sobre el cáncer que representaban el resto de las siglas para el porvenir de la nación alemana. Tras expresar aquella insinuación, sus fieles aplaudieron atronadoramente brindándole su apoyo. Lo ocurrido es por todos sabido: aquel supremacista austriaco asaltó el poder otorgando legitimidad al terror. Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso.

En ocasiones los villanos son héroes y los héroes villanos. Todo es según la perspectiva con la que se perciban las cosas. En España, por ejemplo, vivimos un panorama político en el que un filoterrorista como Arnaldo Otegui se pasea por las instituciones haciendo y deshaciendo a su antojo mientras el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ignora a Vox cuando tiene que reunirse con las fuerzas parlamentarias en sus célebres rondas de consultas, independientemente de sus discrepancias ideológicas. Democracia lo llaman.

Es precisamente dicho régimen liberal el que bloquea sus puertas de acceso a determinados colectivos si los que controlan el juego democrático son capaces de despertar en la masa cierta alarma social respecto a signos concretos. Porque es claramente en las perspectivas que tenga la sociedad sobre determinados asuntos o formaciones lo que provoca su aceptación o rechazo. Así pues, a la hora de iniciar el proceso de instauración de una norma que se materialice en el consiguiente acto político, se debe hacer en primer lugar, un ejercicio pedagógico con la ciudadanía a través de los medios de comunicación con el fin de que esta misma sociedad apruebe o niegue un determinado pensamiento. Es este proceso fundamental lo que hace hoy en día inviable la derogación de determinadas prerrogativas como la del aborto. Por mucho que ahora llegue un partido determinado promulgando unas ideas antiabortistas, esta lucha será en vano teniendo en cuenta que para la mayoría de los ciudadanos el aborto constituye un derecho.

Ahí está quid de la cuestión, el por qué hemos banalizado determinadas cosas que antes rechazábamos o por qué ahora vemos anormales ciertos comportamientos que un tiempo atrás eran cotidianos. La clave está en la comunicación, en hacer entender al público lo que se quiere trasmitir. En eso consiste el blanqueamiento, ese que al contrario que ocurre con la concienciación, inconsciencia a la ciudadanía.

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