Nuestra ministra de Igualdad, que demuestra lo iguales que somos todos cargando el salario de su niñera a los presupuestos, ha declarado el cierre de ese círculo maldito, más destructivo que un bombardeo de alfombra nuclear, que ha sido la Revolución Sexual. Después de millones de matrimonios destrozados, vidas solitarias, infancias traumáticas, abortos en cantidades industriales, confusión de género, amargo enfrentamiento entre los sexos y lo que te rondaré, morena, el jubiloso Verano del Amor de finales de los sesenta acaba con un formulario de consentimiento sexual compulsado por el ministerio correspondiente. Qué romántico todo, qué excitante.

Naturalmente, cuando Irene habla de “poner el consentimiento en el centro” es un poco como cuando los socialistas presumen de haber introducido la sanidad pública, pero a lo bestia: todos los delitos contra la libertad sexual se basan en la falta de consentimiento de la víctima desde que están en los códigos; llega un poco tarde, apenas unos cuantos milenios.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Fuentes del ministerio apuntan que consiste en poner en el centro de la cuestión la libertad sexual, «que pasa a ser el bien jurídico protegido de la ley». Pasa, sí, imagino que al epígrafe de Delitos contra la Libertad Sexual, que deben de llamarse así por una feliz coincidencia o por la intuición de que algún día llegaría una adalid de los oprimidos que, merced a su habilidad de dar hijos al Amado Líder, decretaría desde su mansión de Galapagar que se tuviese en cuenta la libertad sexual.

Un mal paso puede llevar a una de las partes -adivinen cuál: la del ‘privilegio patriarcal’- a la cárcel, así que mejor asegurarse

Pero aquí hablamos de un consentimiento expreso, a ser posible por escrito y con testigos, que el ‘amor libre’ con que empezó esta vaina ha evolucionado rápidamente hasta convertir el sexo en algo tan emocionante y desinhibido como una inspección de Hacienda, y tan confiado como un acuerdo entre familias mafiosas de Chicago. Un mal paso puede llevar a una de las partes -adivinen cuál: la del ‘privilegio patriarcal’- a la cárcel, así que mejor asegurarse.

Pero no teman, que no habrá que ir al estanco a comprar una instancia, que para eso vivimos en el siglo XXI, donde todo se hace con un móvil. Así, en Dinamarca ya ha salido una nueva aplicación de consentimiento sexual, leo en Daily Mail, que permite a los amantes conceder permiso desde sus móviles, después de que el Gobierno exija, como nuestra Irene, el consentimiento explícito para no considerar violación un encuentro sexual.

Los amantes deben asegurarse del consentimiento del otro antes, durante y después del acto. No me digan que no es todo esto carne de soneto

Basta apretar un botón para conceder al afortunado consentimiento para un abrazo erótico, válido durante 24 horas y revocable ‘ad libitum’ en cualquier momento. Los datos encriptados se almacenan en la ‘app’ en caso de que sea necesario esgrimirlo tras una denuncia ante los tribunales, aunque los juristas no se ponen de acuerdo si constituiría una prueba absolutoria.

Según sus inventores, la aplicación, iConsent, da a los usuarios “la posibilidad de documentar el consentimiento al sexo” al recibir o enviar el preceptivo permiso para el encuentro venéreo. Pero los desarrolladores añaden, curándose en salud, que no basta con el uso del cacharrito, sino que los amantes deben asegurarse del consentimiento del otro antes, durante y después del acto. No me digan que no es todo esto carne de soneto.

La insensatez reinante y las ganas de convertir el más privado e íntimo de los acuerdos en materia notarial se extienden rápidamente, y la idea salta de un país a otro como si fuera el SARS-COV2.

Siendo la naturaleza humana como es, apuesto la finca a que la abrumadora mayoría de los españoles y las españolas seguirán practicando las lides amatorias siguiendo la vieja escuela de que el que calla otorga, y también que más de uno tendrá un disgusto cuando su pareja de coyunda ocasional, recapacitando sobre el caso y quizá arrepentida de un encuentro insatisfactorio, decida que aquello fue sin su consentimiento, después de todo.

Y es un problema, porque la misma Montero ha declarado su deseo imperial de que los tribunales españoles hagan suya la consigna del “hermana, yo sí te creo”. Es decir, que valga la palabra de cualquier mujer para arruinarle la vida a cualquier hombre, porque eso de que las mujeres nunca mentimos mejor lo dejamos para la hora de los cuentos infantiles. Es más, estoy seguro de que la propia Irene no tiene la menor intención de que ese mismo principio se aplique a los contenciosos con la Hacienda Pública.

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