Pablo Iglesias y Rocío Monasterio durante un debate electoral.
Pablo Iglesias y Rocío Monasterio durante un debate electoral.

El episodio ocurrido el pasado viernes en los estudios de la Cadena Ser, y los sucesos a partir de la aparición de unas cartas amenazantes contra Iglesias, Marlaska y la directora de la Guardia Civil lleva la polarización de la campaña para las elecciones del 4-M a límites preocupantes. Y abre de facto un debate que será largo y complejo (y que por supuesto, estará manipulado por el statu quo del consenso progre) acerca de la posible ilegalización de Vox. En realidad, no solamente de Vox, sino de cualquier partido que tenga la osadía de discutir los mantras de la izquierda.

Fue el propio Pablo Iglesias, tras la humillación sufrida por las banderillas de Rocío Monasterio, quien se refirió a esa posible ilegalización el sábado por la noche, durante una entrevista en La Sexta. El líder comunista de Podemos se mostró incrédulo ante la posibilidad de que los jueces ilegalicen Vox y aseguró que «las soluciones al fascismo rara vez vienen del Derecho». No aclaró, eso sí, de dónde suelen venir las soluciones al totalitarismo comunista.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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A poco que uno haga una radiografía de lo que está sucediendo en esta accidentada campaña de las elecciones madrileñas observará un evidente crescendo en el acoso y derribo a Vox por parte de socialistas y comunistas. Primero fue el mitin de Vallecas, con la lapidación de los seguidores y los miembros de la candidatura de VOX por parte de un lumpen izquierdista previamente aleccionado.

Después, episodios parecidos en Fuenlabrada o Navalcarnero, donde también tuvo que intervenir la Policía. En el municipio pontevedrés de Sangenjo, otra grave agresión con amenazas de muerte. Ningún político de izquierdas ha condenado estos hechos, ni por supuesto han evitado seguir señalando al partido de Abascal para que los terroristas callejeros hagan su trabajo con el muy ‘democrático’ lenguaje de las piedras y los palos.

Si algo ha demostrado el consenso progre es que la izquierda tiene una capacidad asombrosa para presentar la realidad de manera adulterada, hasta el punto de que las cosas parezcan exactamente lo contrario de lo que son

Pero, de pronto, todo cambia tras el debate en Telemadrid. Allí, Iglesias y Gabilondo fueron vapuleados verbalmente, con poca piedad, por Ayuso y Monasterio, especialmente ésta última, que fue la indudable vencedora. Esa noche (después de que Gabilondo se echase en los brazos de Iglesias, desmintiéndose a sí mismo, como hizo Sánchez en su día), los dos candidatos izquierdistas se dan cuenta de que es necesario hacer algo para cambiar el rumbo de la campaña, porque de lo contrario perderán las elecciones. Y unas horas después, aparecen los sobres, con balas dentro, dirigidos a Iglesias, Marlaska y la directora de la Guardia Civil, María Gámez.

Las cartas (veremos en qué queda la investigación acerca de cómo llegaron a sus destinatarios, salvando el escáner de Correos) permiten a Iglesias llegar al debate del viernes en la SER con un as en la manga, un as que intenta hacer valer desde el principio. Pero Monasterio no traga y su airada respuesta, como dos banderillas dialécticas, hace que el líder de Podemos escenifique una ruptura entre «demócratas» y «fascistas», con Angels Barceló propiciando la maniobra con su actitud y el resto de candidatos arropando a Iglesias y haciendo el vacío a Monasterio. El sentido común de la candidata de VOX («no me creo nada de este Gobierno») chocaba frontalmente contra lo políticamente correcto.

Es necesario recordar que, en el currículum político de Iglesias figuran hechos de una gravedad sin precedentes, hechos que por sí solos justificarían de sobra la ilegalización de Podemos. De todos son conocidas sus bravuconadas alentando el uso de la violencia contra los «fascistas» (que, en su atormentada mente, somos todos los seres humanos que no comulgamos con el marxismo). En Actuall, colaboradores como Juan RoblesTamara García han venido dando cuenta de los chanchullos y las amistades políticas de este personaje, que han llevado a que otros autores, con muy buen criterio, se hayan preguntado incluso por la legitimidad del Gobierno de Sánchez e Iglesias.

Pero si algo ha demostrado el consenso progre en los últimos lustros es que la izquierda tiene una capacidad asombrosa para presentar la realidad de manera adulterada, hasta el punto de que las cosas parezcan exactamente lo contrario de lo que son. Y así, es evidente que tenemos en el Congreso de los Diputados a miembros de lo que se llama «izquierda abertzale» que ni han condenado los crímenes de ETA, ni se han arrepentido de haber formado parte (en algunos casos) del entramado etarra, ni han pedido perdón a las familias de las víctimas. No sólo eso, sino que en un hecho sin precedentes, algunos de ellos prometieron sus cargos como diputados con fórmulas vergonzosas, ilegítimas, que fueron consentidas por la presidenta de la Cámara Baja.

También tenemos a varios diputados que defienden el golpe de Estado separatista del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, y lejos de condenarlo, se reafirman en sus intenciones golpistas futuras, después de haber hecho (ellos también) un acatamiento vergonzante de la Constitución de 1978. ¿Algún problema en que haya en la sede de la soberanía nacional diputados que simpatizan con el terrorismo etarra y con el golpismo catalán? Parece que ninguno. Al menos, el PSOE y Podemos no solamente no han mostrado el menor reparo, sino que están gobernando gracias a su apoyo parlamentario. Son éstos, todos ellos, los que determinan qué es la democracia fetén y también quienes deciden lo que es «fascismo». Vox, según parece, es fascismo porque se resiste a tragar con sus mentiras y manipulaciones obscenas.

Así pues, increíblemente, nos encontramos ante el debate sobre la necesidad de ilegalizar a Vox, como representante del «fascismo», pero en cambio no se plantea ni remotamente la necesidad de ilegalizar a Podemos, que ha dado muestras reiteradas de defender el comunismo (la ideología más asesina del siglo XX), de no respetar la Constitución de 1978, de intentar derribar la monarquía con continuas insidias y ataques furibundos contra la persona de Felipe VI y del rey emérito, de intentar silenciar a los medios de comunicación independientes por medio de chantajes o amenazas (como también ha denunciado HazteOir.org recientemente), y de mantener relaciones altamente sospechosas con regímenes dictatoriales, como el de Nicolás Maduro, que mata de hambre a su población y encarcela a la disidencia. Vivir para ver.

Lo que nos espera hasta el 4 de mayo es más de lo mismo. Ya dijo Zapatero (impulsor y mentor de Pablo Iglesias) aquello de «nos conviene que haya tensión» durante la campaña electoral de 2008, ante el micrófono indiscreto de Iñaki Gabilondo. Ahora, el hermano de Iñaki es el candidato del PSOE y, con su propuesta de un gobierno socialcomunista en Madrid, le ha abierto a Iglesias, de par en par, las puertas de la legitimidad democrática, la misma que el sistema le empieza a discutir a Vox.

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