Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio.
Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio.

Las del 4-M no son unas autonómicas más. Lo reconoce el propio Sánchez, con una frase que, si se fijan, rezuma miedo: “Los resultados del 4-M no son extrapolables”. Porque lo cierto es que sí son extrapolables a escala nacional, son la antesala de las generales, la experiencia piloto que va a marcar el tictac de los próximos meses. 

Pero si el electorado de derecha se relaja con unas encuestas que dan por hecho el triunfo de Ayuso, y una izquierda movilizada consigue imponerse con el eslogan frentepopulista del “No pasarán”, España estará sentenciada. 

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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¿Se imaginan en el poder a Gabilondo e Iglesias -reencarnaciones de Negrín y Largo Caballero respectivamente-? ¿Se imaginan la amenaza para la libertad, la seguridad y la prosperidad de Madrid, que suponen socialistas y podemitas? ¿Y el aval que recibirá el sanchismo, si los suyos ponen una pica en Flandes?

¿Nos damos cuenta de la gravedad de situaciones como el montaje de las balas de Pablo Iglesias? ¿Y de las cacicadas del ministro Marlaska?

¿Nos damos cuenta de la gravedad de situaciones como el montaje de las balas de Pablo Iglesias? ¿Somos conscientes de cacicadas que estamos viviendo, y que en cualquier democracia digna de ese nombre habrían supuesto la dimisión automática del sátrapa de turno. Eso es el sanchismo. Ese es, sin ir más lejos, el ministro Marlaska, que prevaricó al destituir ilegalmente al coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos, porque éste cumplió con su deber al negarse a revelar datos sobre la investigación judicial del 8-M. Y ahí lo tienen ustedes, sin coger la puerta y marcharse, demostrando su desprecio por el Estado de derecho y por la Benemérita. 

El mismo Marlaska que ocultó que dos de quienes atacaron a asistentes de un mitin de VOX en Vallecas son empleados de Podemos al servicio de Iglesias. El ministro lo sabía pero decidió taparlo para  no perjudicar a Podemos en plena campaña electoral. Y naturalmente no dimite. ¿Alguien se imagina algo semejante en Alemania, donde tienen la piel tan fina que los ministros dimiten por la fruslería de plagiar tesis?

Todo eso podemos verlo corregido, aumentado y legitimado, si la izquierda gana la batalla de Madrid. 

Los frentepopulistas cuentan, además, con una fuerza emergente que puede dar una sorpresa en las urnas: Mónica García (Más Madrid). No nos fiemos de la presunta transversalidad de esa versión “poli bueno” de la ultraizquierda. Su fachada de mamá maja, médica y curranta no esconde otra cosa que intervencionismo, feminismo radical y desprecio por la vida… no hay más que recordar que fue ella la que, en la Asamblea de Madrid, negó que el latido del corazón signifique que hay vida. 

Remedando al alcalde de Móstoles, podemos decir que “la patria está en peligro” y que la única forma de defendernos en una democracia no es con picos y azadones como en 1808 sino con el voto. 

La derecha cuenta con un valor sólido para cortocircuitar en Madrid la deriva liberticida que amenaza a España. Por seguir con las analogías, Isabel Díaz Ayuso ha sido Manuela Malasaña o Agustina de Aragón frente a la arrogancia bonapartista de Sánchez. Lo ha demostrado en el complejo envite de la pandemia, parando los pies al Gobierno frentepopulista. Y con algunas medidas acertadas como blindar la enseñanza concertada frente a la nefasta Ley Celaá.

Pero Ayuso no conseguirá nada sin Rocío Monasterio.  Es necesario que Vox logre un buen resultado en las urnas, como explicaba Alex Navajas en Actuall, no sólo por razones estratégicas -ya que no es fácil que Ayuso vaya a conseguir mayoría absoluta-, sino también ideológicas. No se olvide que la líder pepera apoyó, desde su escaño en la Asamblea, la liberticida ley LGTB madrileña de Cristina Cifuentes, que impone la Policía de Género, y no tiene el menor interés en derogarla. Y no ha sido clara con el aborto y la eutanasia. Para eso no necesitamos al PP, ya tenemos al PSOE y la izquierda. 

Un PP sin la espuela de Vox, volverá a traicionar a su votante, como lo viene haciendo desde que renunció a sus raíces antropológicas. Un PP cargado de complejos, aterrorizado de que le tilden de fascista, que se avergüenza de sí mismo, tiende a mimetizarse con la socialdemocracia y a servir de complaciente lacayo de don Corleone, como hiciera Pablo Casado en la moción de censura. 

Llamarle oposición es un insulto para sus votantes, porque el PP post-Aznar se parece cada vez más al Gobierno de Vichy, cómplice del colaboracionismo con los nazis, vendido al totalitarismo de la ingeniería social. 

Sin Pepito Grillo, Pinocho seguirá los cantos de sirena del zorro y el gato y acabará dejándose arrastrar a las garras ideológicas de Stromboli

Aunque Ayuso evoca en algunos momentos a Esperanza Aguirre, resulta inevitable pensar que sin Pepito Grillo, Pinocho acabará dejándose arrastrar a las garras ideológicas de Stromboli. 

Sin ese Pepito Grillo que le sople al oído las esencias de la derecha -dignidad de la persona, bajada de impuestos, defensa de la familia y la vida, guerra al marxismo cultural: feminismo, dictadura de género etc.- Pinocho volverá a vender a su electorado al Frente Popular. 

Nos han engañado demasiadas veces para creer que esta vez será distinto. Y esta vez, con una banda de pro-terroristas, separatistas y trileros dispuestos a convertir España en Venezuela,  quizá sea demasiado tarde.No nos hacemos muchas ilusiones,  pero estas elecciones constituyen una oportunidad única para que el PP aproveche la ayuda de Vox y se sacuda de la maldición que pesa sobre ella y que es común al mundo occidental. Quien mejor lo definió fue el visionario y certero Chesterton: «El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y progresistas. La ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores. La ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan».

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.