Un ciudadano celebra el décimo aniversario de la revuelta del 15 de mayo de 2011 en España. / EFE
Un ciudadano celebra el décimo aniversario de la revuelta del 15 de mayo de 2011 en España. / EFE

Una multitud de ciudadanos, especialmente jóvenes, se reunieron hace ya diez años en la Puerta del Sol de Madrid para protestar contra una situación política que, según rezaba su primera consigna, les dejaba “sin casa, sin curro, sin futuro”. Al poco se unieron más y más personas, de todas las edades y condiciones y buena parte acampó en la misma calle. El ejemplo se imitó casi inmediatamente en otras grandes capitales españolas, y aquel extraño fenómeno de mayo con vocación de Mayo del 68 (en versión cutre y cañí) se prolongó hasta que el calor se hizo insoportable y el aburrimiento hizo mella hasta los más entregados.

Tres años después, un grupo de profesores de la Facultad de Políticas y sus colegas formaron un partido que prometía recoger toda la inquietud y las reivindicaciones de aquel espontáneo y multitudinario estallido de indignación (de hecho, los acampados se hacían llamar a sí mismos “los indignados”), Podemos. Lo demás es historia.

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No, borren eso: es leyenda. Es un mito fundacional de la izquierda radical, la izquierda postmoderna, que pretende fingir que aquel céntrico mercadillo de perroflautas, aquella Disneylandia de las últimas utopías, fue algo grande que lo cambió todo.

Que eso no fue así quedó muy rápidamente demostrado por dos datos innegables. El primero es que en aquel tiempo gobernaba, de hecho, la izquierda, la primera izquierda que inició el guerracivilismo y trató de romper los sobreentendidos de la Transición, la de Rodríguez Zapatero.

A poco de terminar aquel suceso epocal que, para sus protagonistas, venía a certificar que ya nada podía ser igual, hubo elecciones en las que arrasó la derecha

Se acentuó ya, de hecho, esa esquizofrenia de la izquierda, capaz de estar en los despachos del poder y apuntarse también a la protesta contra su mismo poder, algo parecido a lo que ha hecho este 1 de mayo Yolanda Díaz, manifestándose airada contra sí misma en un desdoblamiento de la personalidad que no augura nada bueno. Ni nuevo.

De hecho, Zapatero bajó a la plaza y apretó manos y recibió aplausos y prometió cosas, en esa extraña manera en la que la izquierda es capaz de fingir que no está en el poder, sino contra el poder, incluso cuando ocupa La Moncloa y las Cortes.

Y el segundo dato, bastante más contundente, es que a poco de terminar aquel suceso epocal que, para sus protagonistas, venía a certificar que ya nada podía ser igual, hubo elecciones en las que arrasó la derecha, la representada por un tipo, Mariano Rajoy, difícil de imaginar en medio de aquellas tiendas de campaña callejeras. Por otra parte, en el celebérrimo mayo francés pasó otro tanto, que De Gaulle arrasó en las elecciones siguientes.

Así que aquello quedó en algo que se pretendía grandioso y resultó ridículo; que se quería la voz del pueblo y se reveló como una protesta secuestrada al poco por la izquierda más fantasiosa, ridícula y cursi, con comisiones y asambleas de lo más variopintas y consignas tontorronas y vacuas que, para nuestra desgracia, se han convertido en parte de la política oficial.

Su problema había venido por un Estado depredador, y ante eso clamaban por más Estado. El resultado ha sido exactamente ese. ¿No queríais paro? Pues aquí tenéis a Yolanda

Y es que había un grupo que vio en aquella patochada pueril una plataforma para auparse a la política nacional. Fue el embrión de Podemos, que es el mismo grupo político empeñado en convertir, con la distancia, el 15-M en lo que nunca fue. Preveo que, salvo que España recobre milagrosamente la cordura y deposite a través de las urnas a la formación morada en el vertedero de la historia, la asamblea de asambleas de aquella cálida primavera seguirá agigantándose en la memoria oficial como una segunda Toma de la Bastilla.

Y no es que los indignados no tuvieran razones para su indignación. Les sobraban y les sobran. España es el país europeo con mayor paro juvenil, casi la mitad, ya por delante de Grecia, condenando a una juventud a la que se le ha dicho que es la mejor preparada de la historia y a la que se condena al desempleo o al subempleo. En ese tiempo se hablaba de ‘mileuristas’, pero el joven que hoy llega a los mil euros limpios al mes puede darse con un canto en los dientes.

Lo sorprendente es que esos jóvenes defraudados tiraron por la reivindicación más conservadora de las posibles. No pedían oportunidades, no pedían al Estado que no les ahogase con impuestos y regulaciones ni les pusiese a cada paso trabas para labrarse un futuro. Al contrario: pedían, con espíritu de covachuelista cuarentón, que les aseguraran una paguita, por la cara. Su problema había venido por un Estado depredador, y ante eso clamaban por más Estado. El resultado ha sido exactamente ese. ¿No queríais paro? Pues aquí tenéis a Yolanda.

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