Me enteré el pasado lunes de que el Gobierno tiene preparado un proyecto de reforma para el artículo 49 de la Constitución con el objetivo de cambiar la palabra disminuido por la expresión “persona con discapacidad.”

La reforma viene motivada por una reivindicación del CERMI (Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad), que argumenta que la palabra disminuido no es una palabra apropiada y no representa la realidad de esas personas.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Nada más lejos de mi intención que cuestionar la legítima aspiración de este colectivo. Debe de ser muy duro tener un familiar directo que sufra una discapacidad y puedo comprender que no les guste la palabra disminuido. Pero creo que cabe preguntarse si en la situación política y social en la que estamos no existen reformas más prioritarias.

Porque este mismo lunes ERC y el partido de Puigdemont han llegado a un acuerdo de investidura por el que, entre otras cosas, se pacta la creación de un organismo en el que estarán presentes los partidos y asociaciones independentistas y que tendrá como objetivo preparar la “confrontación cívica” (sic) en el caso de que el Estado no acepte dialogar en los términos exigidos por el separatismo.

Así que, aprovechando que tocamos la Constitución, podríamos reformar el artículo 155 y dar mayores poderes al Gobierno de la Nación para evitar una nueva declaración unilateral de independencia.

También el lunes vimos como el Ministerio de Exteriores iluminaba con los colores de la bandera arco iris el Palacio de Santa Cruz y le decía al mundo, con orgullo, que la defensa de los derechos de las personas LGTBI es una prioridad de nuestra política exterior. Así se lo ha hecho saber la ministra González Laya por medio de una circular enviada a todas las embajadas en la que se les conminaba a dar prioridad a la celebración de estas efemérides.

Cada vez más centrado en absurdos temas ideológicos y con una obsesión enfermiza hacia eso que llaman el lenguaje inclusivo, ha optado por descuidar absolutamente los verdaderos asuntos de gobierno

Tan ocupado teníamos a nuestro servicio exterior en estas cuitas que no hemos tenido el tiempo y la energía suficientes para gestionar el conflicto latente con nuestro incómodo y traicionero vecino del sur. Así que este mismo lunes nuestros compatriotas de Ceuta han sufrido en sus carnes una reedición de la Marcha Verde, que ha supuesto la violación de nuestras fronteras por más de 10.000 súbditos marroquíes.

El gobierno de izquierdas que padecemos parece haber roto completamente cualquier tipo de vínculo con la realidad. Cada vez más centrado en absurdos temas ideológicos y con una obsesión enfermiza hacia eso que llaman el lenguaje inclusivo, ha optado por descuidar absolutamente los verdaderos asuntos de gobierno.

Y la desidia es tal, que las propias estructuras del Estado empiezan a resquebrajarse. Los mismos que dieron el golpe en 2017 han declarado emprender la confrontación cívica con el Gobierno. Y el Gobierno, no solo no hace nada contra ellos, sino que tiene que mendigar sus votos para sacar los presupuestos adelante.

Y la frontera Sur, no es que sea un coladero sino que, definitivamente, ha colapsado. Tras años de retiradas y desplantes a los Estados Unidos, parece que los americanos ven en Marruecos un socio más fiable que España. Y unos marroquíes envalentonados con el apoyo norteamericano, tras haber conseguido el reconocimiento de su soberanía sobre el Sahara Occidental, empiezan a incrementar su presión sobre Ceuta y Melilla.

Este gobierno nos lleva a ser un estado incapaz de mantener su integridad territorial y la inviolabilidad de sus fronteras. Eso se llama estado fallido.

Afortunadamente, en las últimas elecciones de Madrid hemos visto que gran parte del electorado ha empezado darle la espalda a esta izquierda enloquecida. Solo así se explica la clara victoria de la derecha en el cinturón rojo. En esos barrios y ciudades que, según Pablo Iglesias, iban a ser los que iban a parar al “fascismo”, Ayuso ganó con claridad y Vox consiguió crecer más de un dos por ciento.

Al final va a ser verdad lo que dice mi amigo Kiko: cuando las cosas se ponen realmente mal, a España siempre la salva Móstoles.

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