Halloween versus Holywins
Halloween versus Holywins

Según François Mauriac, “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”. Lleva razón. Todos hemos perdido a algún ser querido cuya ausencia nos acompañará siempre, al igual que su recuerdo. Dicho recuerdo es lo que, en cierto modo, los mantiene vivos en nuestro interior. A primeros de noviembre, los cristianos celebramos dos festividades que más de uno cree una sola: Todos los Santos -1 de noviembre- y Fieles Difuntos -2 de noviembre-. El primero conmemora a todos aquellos que ya son santos, mientras que el segundo lo hace por los que lo han logrado tras pasar el tránsito del purgatorio.

Otros muchos -también cristianos-, y cada vez más, lo que festejan es eso llamado “Halloween”. Algunos católicos se oponen a lo que consideran una importación poco menos que blasfema, irreverente y satánica. Otros pasan. Halloween, con todo, ha venido para quedarse. Grandes superficies y tiendas de chinos hacen su agosto vendiendo disfraces a cual más hortera, y rara es la discoteca o lugar de ocio que no tenga una actividad ad hoc. Es un negocio de lo más rentable. Al mismo tiempo, digamos que nada hay de malo en que los niños vayan un día al colegio vestidos de monstruitos -algunos lo hacen todo el año, aunque esa es otra cuestión- y que coman chuches con forma de calabaza. Nadie, tampoco la Iglesia, se mete con lo que no es sino un simple divertimento… siempre que no pase de ahí, con peor o mejor gusto. Ocurre que hay a quien esto se le empieza a ir de las manos. 

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Así, entre tanto culto a lo siniestro y lo terrorífico, algunos católicos decidieron poner en marcha una iniciativa que recordase el significado trascendente de la muerte y, sobre todo, potenciara la importancia de ser buenos en esta vida; santos, de hecho. Surgía Holywins, “la santidad vence”, con la idea de visualizar modelos de conducta como San Martín de Tours, Santa Teresita de Lisieux o San Vicente de Paul. Puestos a elegir, ¿Usted disfrazaría a su hija de Madre Teresa de Calcuta o de la niña del exorcista? ¿Preferiría que juegue a hacer el bien en los demás o a embrujarles y convertirles en sapo? Cuestión de gustos.

Hay, no obstante, un país donde su enorme acervo cultural está muy por encima de estas cuestiones. México celebra como nadie a sus “muertitos”, y las escenas de las familias mexicanas comiendo en los cementerios a la salud de sus deudos son absolutamente únicas. Y entre su vistosa iconografía destaca de un modo especial una “dama esqueleto” vestida de época, conocida especialmente como “La Catrina”. Su nombre inicial era «La calavera garbanzera'», creada por José Guadalupe Posada y bautizada con su actual nombre por el pintor Diego Rivera. Los garbanceros eran los indígenas que, en un afán de “europeizarse” dejaron de vender maíz para vender garbanzos, renegando así de su propia herencia y cultura. Así, la Catrina plasma una crítica a muchos mexicanos pobres, que quieren aparentar un estilo de vida europeo que no les corresponde. Fue Diego Rivera fue quien le dio su actual indumentaria, representándola en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, donde la calavera aparece con su creador, José Guadalupe Posada, el propio Rivera y Frida Kahlo.

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