El consenso científico cuestiona la teoría del cambio climático, tan ideológica como toda la agenda 2030
El consenso científico cuestiona la teoría del cambio climático, tan ideológica como toda la agenda 2030

Son como un rey Midas fangoso: todo lo que tocan lo convierten en barro. Gobernantes e ideólogos manipulan la ciencia a fin de hacer ingeniería social y justificar sus fechorías. Lo hicieron con la bomba demográfica, con la transexualidad, con el cambio climático. Deforman la realidad e instrumentalizan la ciencia. Veamos.

La sociedad está admitiendo algunos mitos de la crisis climática, exagerada por los gobiernos con escaso respeto por la objetividad científica. El primer motivo para sospechar es que la mayor parte de las catástrofes anunciadas no se han cumplido: Las Maldivas estarán bajo el agua en 30 años (1988); El Ártico se quedará sin hielo en 2015 (2013); Solo quedan 500 días antes del caos climático (2014) etc.

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El segundo motivo es que no hay consenso entre los expertos. Frente al Grupo de Expertos de Naciones Unidas (IPCC), otro grupo de 1.800 científicos -dos de ellos premios Nobel- sostiene que «el calentamiento global es mucho más lento de lo que el IPCC asegura; que no han aumentado los desastres naturales»; y que «acabar con las emisiones de CO2 en 2050, puede ser contraproducente con consecuencias negativas económicas».

El físico Steve Koonin señala en El clima (No toda la culpa es nuestra) que «los cambios producidos por la influencia humana son pequeños o sutiles y tardan décadas en producirse»; que «el tratamiento de los informes y su transmisión a la población está repleto de interpretaciones maniqueas» y que «es preciso rebajar la histeria periodística». ¿Quién tiene razón?

Nadie cuestiona que el clima cambia y que estamos en una etapa de calentamiento global. Más discutible es que sea catastrófico; y que tenga un origen fundamentalmente antropogénico.

Hay que tener en cuenta «la imprecisión de las mediciones», nos cuenta Javier del Valle, doctor en Geografía (Climatología) de la Universidad de Zaragoza, y coautor de Premoniciones: cuando la alerta climática lo justifica todo, coescrito con el catedrático de Física, Alfonso Tarancón. Los termómetros son fiables, pero «no siempre cumplen con las condiciones para que sus datos sean comparables (garita ventilada blanca sobre superficie de hierba, alejada de focos de calor…)». El entorno de muchos termómetros cambia «por urbanización, aumento del tráfico, de las calefacciones o de los aires acondicionados, fuentes de calor que alteran las mediciones».  

Y «no hay evidencia estadística de que el calentamiento global esté provocando incendios, inundaciones o huracanes». Cosa distinta -matiza- es que hayan aumentado los efectos de estos fenómenos porque «ha aumentado la exposición debido a que hay más población en la Tierra, más infraestructuras, zonas urbanizadas, vías de comunicación», por lo que ante un evento similar al que pudo ocurrir hace años, las consecuencias actuales son mayores.

Otra previsión discutible es la subida del nivel del mar. Koonin recuerda una portada de National Geographic (de 2013) que representaba a la estatua de la Libertad medio sumergida, y aclara que tal cosa es ciencia-ficción porque, de acuerdo con un mareógrafo situado a tres kilómetros de la estatua, el nivel solo ha subido 30 centímetros desde 1855, con lo que, a ese ritmo, las aguas tardarán más de 20.000 años en tragarse a Lady Liberty.

El nivel del mar ha aumentado algo por la pérdida de hielo de glaciares continentales, explica Del Valle, pero el deshielo del Ártico no afecta a la masa oceánica pues se trata de agua congelada, y al fundirse ocupa el mismo volumen que antes ocupaba el bloque de hielo -lo mismo que pasa cuando se derrite un cubito en un refresco-.

Acabar con las emisiones de CO2 en 2050, como proponen las cumbres del clima, puede ser contraproducente. «No es un contaminante como tal, si se mantiene dentro de determinados valores» afirma Del Valle. Pero se le «ha demonizado, a pesar de que sirve de alimento de las plantas en la fotosíntesis; a la vez que se minimiza a otros gases de efecto invernadero como el metano o el propio vapor de agua». Por supuesto, que «es preciso ir disminuyendo las emisiones en conjunto», pero de «una forma progresiva, sin forzar a la sociedad y siempre con carácter global».

¿A qué obedece entonces el alarmismo peliculero de Antonio Guterres (ONU): «El tic-tac de la bomba climática ha iniciado la cuenta atrás»? ¿A quién beneficia la descarbonización?  «En los seis primeros meses de 2023 se superaron los 360.000 millones de dólares en inversiones en energías renovables que dependen del mantenimiento del alarmismo climático», apunta Fernando Pino en su interesante y siempre muy documentado blog. Y muchas empresas de combustibles fósiles han invertido grandes sumas en energías renovables; lo mismo que muchos países productores de petróleo a través de fondos de inversión.

Hay, en suma, juego de intereses y condicionamientos ideológicos en un asunto multifactorial. «El investigador -subraya Javier del Valle- siempre se tiene que plantear dudas, y no dar nada por supuesto, mientras no se demuestre. El debate científico es saludable y permite avanzar, mientras que el dogma es un lastre».

Para favorecer «el debate abierto e informar a la sociedad, de forma veraz y rigurosa, sobre el conocimiento actual de la ciencia del clima» se ha constituido en España, la Asociación de Realistas Climáticos, a imagen de otras similares en otros países, indica del Valle. Acaba de emitir un comunicado en el que afirman que las muertes atribuidas al clima han descendido más de un 90 por ciento en un siglo.

¿Bomba de Ehrlich o pompa de jabón?

Llueve sobre mojado. Muchos se tomaron en serio las predicciones de Paul Ehrlich sobre la escasez de recursos en La bomba de la población (1968), a pesar de que el profeta no era demógrafo sino estudioso de los lepidópteros. Predicciones que jamás se cumplieron: que morirían por inanición cientos de millones en los años 80; o que, el Reino Unido quedaría reducido, en el 2ooo, a islas empobrecidas, habitadas por personas hambrientas.

Ehrlich proponía reducir el número de bocas: «tener más de dos hijos -decía- es egoísta». Igual que el filme Cuando el destino nos alcance (1974), adaptación de la novela Hagan sitio, hagan sitio, de Harry Harrison, que abogaba por recortar la pirámide de población por la base (anticoncepción) y por el vértice (eutanasia).

Coincidía esta moda con otro plan ideado por Henry Kissinger, asesor del presidente Nixon. En el memorándum Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad de los EE.UU. afirmaba que el exceso de población en el Tercer Mundo generaba inestabilidad, lo cual dificultaba los planes de EE.UU. para obtener minerales de esos países. Solución: neutralizar ese crecimiento mediante políticas antinatalistas a cambio de ayudas al desarrollo.

La ONU impuso esos programas en Asia, América del Sur y África. En un solo año, 1976, el Gobierno indio esterilizó a 6,2 millones de hombres. Uno de los socios estratégicos de la ONU fue Planned Parenthood, la multinacional del aborto. Hoy en día las farmacéuticas fabrican anticonceptivos a precios bajos en la India, se los venden a la ONU, y esta los comercializa triplicando el precio.

“Las políticas del informe Kissinger se podrían considerar una forma de colonialismo, no extractivo, pero sí ideológico, al tratarse de una intrusión en los valores de esos países” afirma Alejandro Macarrón, autor de Suicidio demográfico de Occidente y medio mundo. Cree que La bomba de Ehrlich “pudo estar manipulada”, y tampoco descarta que lo fueran “las previsiones pesimistas del Club de Roma” en Los límites del crecimiento (1972), para el año 2000, según las cuales yacimientos de crudo del planeta estarían agotados, por culpa de… la explosión demográfica.

El economista Julian Simon (1932-1998) puso las cosas en su sitio al constatar que los recursos naturales no tienen un límite definible, y que quien los acrecienta no es otro que el ser humano, lo que deja en evidencia a Malthus («el gran festín de la naturaleza no ha puesto cubiertos para tantos» sostenía este). La prueba es que en la segunda mitad del siglo XX se ha reducido el hambre y las reservas de materias primas han aumentado a la vez que crecía la demanda. La tecnología aplicada a los cultivos y el comercio de alimentos han posibilitado que 1.500 millones de agricultores alimenten a 7.700 millones de personas, según destacaba Guy Sorman en The modern food miracle (City Journal, 2020)

Nadie nace con un género, todo el mundo nace con un sexo biológico

La ideología también ha suplantado a la ciencia en la transexualidad, otro de los grandes camelos que circulan por los medios, y de los que sirven ciertos políticos para ganar votos.  “Es hora de que dejemos de llamarnos mujeres trans, somos mujeres” ha dicho la primera actriz trans en ganar el Festival de Cannes. Pero, aunque psicológicamente se sienta como tal, biológica y genéticamente sigue siendo un varón. Una persona así -indica Nicolás Jouve, catedrático emérito de Genética-, “merece todo el respeto y es muy libre de manifestar lo que quiera, pero no es una mujer”. Podrá operarse, hormonarse e implantarse órganos sexuales femeninos, o vestir como una mujer “pero no podrá cambiar jamás su DNI genético: su dotación cromosómica XY”.

“La sexualidad humana es un rasgo biológico objetivo binario”, porque su finalidad no es otra que la reproducción de la especie subraya el Colegio Americano de Pediatras.

Es verdad, puntualiza Jouve, que existen trastornos del desarrollo sexual gonadal que pueden implicar una disgénesis estructural o funcional, como la reversión de sexo, la ambigüedad genital, el seudohermafroditismo etc. con consecuencias en una identidad sexual, de modo que los genitales no puedan clasificarse claramente como de varón o mujer.  Pero son desviaciones (término estadístico sin connotaciones peyorativas) de la norma sexual binaria, estadísticamente poco relevantes (desde 1 caso por cada 1000 hasta 1 de cada 99.000).

“Nadie nace con un género, todo el mundo nace con un sexo biológico”, afirma el catedrático de Genética; y el género (el sentimiento de uno mismo como hombre o mujer) es un concepto sociológico y psicológico, no un concepto biológico objetivo.

Es preciso distinguir este concepto objetivo, el sexo biológico, que configura la identidad sexual, y la orientación sexual, que se refiere a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, y que podría corresponder o no con el sexo asignado en el nacimiento. “La orientación sexual forma parte de la personalidad, pero no es una propiedad innata y biológica estable del ser humano” añade Jouve. 

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.