Ahora que Occidente sufre el asedio del fundamentalismo islámico, es frecuente que las características de la civilización cristiana se adjudiquen de modo uniforme a Europa, América del Norte, América Latina, Australia y Sudáfrica.
El término “occidental” se aplica al sistema político, los principios éticos, la cultura, las creencias, las costumbres y los conocimientos tecnológicos propios de los habitantes del continente europeo y la zona geográfica marcada por su emigración, colonización e influencia.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDado el fluido contacto que los países occidentales mantienen entre sí, la mentalidad de sus habitantes puede considerarse, en líneas generales, homogénea. Pese a la amplia variedad de idiomas hablados en Occidente, los conceptos básicos son compartidos en buena medida por sus 1.700 millones largos de habitantes.
Mientras en democracias europeas como Francia, Reino Unido o España las políticas socialistas son abrazadas por cientos de miles de votantes, en EEUU la palabra “socialismo” es una palabra arriesgada
Mientras en democracias europeas como Francia, Reino Unido o España las políticas socialistas son abrazadas por cientos de miles de votantes, en Estados Unidos la palabra “socialismo” es una palabra arriesgada, considerada por muchos equivalente al comunismo asociado con la URSS o la china de Mao.
Sin embargo, la crisis económica está cambiando la percepción que se tiene del socialismo en Estados Unidos y las generaciones jovenes –que están creciendo en un país muy distinto al del “American Dream”– tienen menos reparos.
Ahora que Estados Unidos ha iniciado el proceso de nominación que desembocará en la elección presidencial del 8 de noviembre, la aparición de la palabra “socialismo” en la campaña electoral es un hecho llamativo. Todo empezó cuando el candidato demócrata Bernie Sanders se presentó como un socialista democrático. El candidato republicano Donald Trump tardó poco en llamarle comunista y el entorno demócrata de Hillary Clinton empezó a escandalizarse públicamente con lo que llaman su “oculta identidad socialista”.
En diciembre de 2011 (poco después de Occupy Wall Street –el 15M estadounidense– que denunciaba la creciente brecha económica entre ricos y pobres) una encuesta de Pew Research Center aseguraba que la mitad de la poblacion estadounidense seguía valorando positivamente el capitalismo, mientras que el 60% tenía una opinión negativa del socialismo.
Según el estudio de Pew, en Estados Unidos “socialismo” es un concepto mucho más polémico que “capitalismo”, entre otras cosas porque cada grupo étnico, generacional, socioeconómico y político lo entienden de manera distinta. Nueve de cada diez conservadores votantes del Partido Republicano (90%) tienen una opinión negativa del socialismo, mientras que casi seis de cada diez votantes del Partido Demócrata (59%) tienen una opinión favorable. Los estadounidenses con menores ingresos son más propensos a aceptar el socialismo que los estadounidenses pudientes (43% favorables entre los que ganan menos de 30.000 dólares al año, frente a 22% favorables entre los que ganan 75.000 dólares o más).
El socialismo todavía se asocia con los dos bloques mundiales enfrentados ideológicamente durante la Guerra Fría
En verano de 2015 una encuesta de Gallup reveló que el anti-socialismo se mantiene vigente en Estados Unidos, pues la mitad de los consultados aseguraron que no votarían a un candidato socialista en las próximas elecciones generales. Para muchos la palabra socialismo todavía se asocia con los dos bloques mundiales enfrentados ideológicamente durante la Guerra Fría.
Conviene recordar que el bloque occidental capitalista era el “bueno” y el bloque oriental comunista el “malo” y que un número muy elevado de estadounidenses considera que socialismo es sinónimo de comunismo. Si unimos este concepto negativo al hecho de que una parte significativa del electorado estadounidense quiere reducir el tamaño del gobierno, limitar el gasto público y reducir los impuestos, parece complicado que el demócrata Bernie Sanders pueda llegar a la Casa Blanca mientras insista en definirse como socialista.
Al otro lado del Atlántico, en España, donde la gobernabilidad parece más problemática, las elecciones generales celebradas en diciembre han dejado el país atascado en una complicada fragmentación política.
En España –al contrario que en Estados Unidos–, los socialistas han tenido un enorme poder durante los 40 años de democracia, incluso sin ser el partido electo. La bisoñez democrática española impide ahora a sus escorados políticos firmar una gran coalición PP/PSOE con apoyo de Ciudadanos, que sacaría al país del estancamiento postelectoral y frenaría la inestabilidad que acabará afectando a la economía.
La izquierda española, aparentemente incapacitada para pensar en el bien del país antes que en el suyo propio, no logra desembarazarse de unos prejuicios que siempre han impedido a España ocupar el puesto político que le corresponde en Occidente por su importancia económica. Si en Estados Unidos “socialismo” es una palabra peligrosa sobre la que los políticos tienen que dar largas explicaciones, en España son los socialistas quienes tienen secuestrado el país.