El 16 de febrero de 2015 el mundo observaba aterrado una de las aberraciones perpetradas por Estado Islámico. 21 cristianos coptos eran uno a uno degollados en una playa de Libia a manos de los islamistas.

En la grabación, de cinco minutos y un segundo de duración aparecía el grupo de civiles egipcios trasladados por extremistas enmascarados a Trípoli, donde fueron decapitados.  Uno de los yihadistas advirtió de que se trataba de un acto en reacción «a una guerra de los cruzados» contra el IS. Las víctimas, que vestían el uniforme naranja con el que los yihadistas visten a sus rehenes, llevaban las manos atadas a la espalda y no mostraban signos de resistencia.

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Y es que estos cristianos aparecían rezando y algunos murieron mientras pronunciaban el nombre de Jesús. El suceso conmocionó al mundo y especialmente a los coptos, minoría cristiana muy numerosa en Egipto.

Poco después de su muerte estos cristianos se convirtieron en un referente para todos los cristianos, por su fidelidad a su fe pese a la persecución. Ante esto el Papa copto, Teodoro II, introdujo a estos mártires en el libro de los santos de esta iglesia.

Un año después, Libia se ha convertido en el gran baluarte de Estado Islámico en el norte de África. De complicarse la situación en Irak y Siria, los líderes yihadistas podrían trasladarse a Libia para establecer allí su cuartel general, un país que está literalmente a las puertas de Europa.

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