Hay dos clases de compasión, escribía Stefan Zweig poco antes de abandonar Europa –y el mundo– para siempre. La compasión timorata, sentimental, no es más que un deseo febril de librarse lo antes posible de la incómoda turbación que se padece ante la desgracia ajena; esa compasión no es propiamente compasión, sino tan solo un apartar instintivamente el dolor ajeno que nos causa la ansiedad.
La verdadera compasión, sin embargo, está decidida a resistir, a sufrir y a hacer sufrir, si es necesario, para ayudar de verdad a las personas. Así explicaba Zweig, accidentalmente, en un contexto novelesco, con la introspección psicológica aprendida de su amigo y maestro Sigmund Freud, cuál era el problema de Europa a comienzos de la Segunda Guerra Mundial.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraTres años después, fatalmente convencido de que el nazismo triunfaría en Occidente, el escritor se suicidaba en la ciudad brasileña de Petrópolis en compañía de su esposa, sin sospechar que en 1945 los Aliados liberarían a Europa de Hitler.
En noviembre de 1942, ocho meses después del suicidio de Zweig, Churchill ya hablaba en Londres de los primeros destellos de la victoria, con sus hoy célebres palabras “No es el final. Ni siquiera es el principio del final, sino más bien el final del principio”.
El brutal asalto a la redacción de “Charlie Hebdo” fue un cruel recordatorio de no se había resuelto absolutamente nada
¿Cómo hubiera reaccionado Churchill ante esta Tercera Guerra Mundial no declarada entre Islam y Occidente? ¿Cuántos atentados le hubieran hecho falta para lanzarse a espolear a las entumecidas conciencias europeas ante un enemigo sanguinario?
El 7 de octubre hubo una amenaza de bomba en Madrid, donde la policía parece haberse acostumbrado a acordonar periódicamente alguna zona de la ciudad debido a una amenaza de atentado islamista. En las grandes ciudades europeas el temor a un ataque terrorista se materializa terriblemente cada pocos meses, como ha sucedido ayer en Bruselas.
Hace una década, Londres y Madrid sufrieron atentados con centenares de muertos, pero en 2015 el brutal asalto a la redacción parisina de “Charlie Hebdo” fue un cruel recordatorio de no se había resuelto absolutamente nada.
Estamos viviendo a diario –y al parecer con intención de prolongar la situación indefinidamente– el choque entre el mundo occidental y las naciones islámicas que anunció el historiador estadounidense Samuel Huntington hace más de veinte años.
El presidente François Hollande culpó sin rodeos al IS, describiendo la carnicería de París como un acto de guerra
En abril de este año, el presidente sirio Bashar al-Assad, advertía al mundo de que los atentados de Madrid, Londres y París eran sólo la punta del iceberg, en referencia a la campaña de terror islamista en Europa. El responsable de la guerra civil siria que ha producido la crisis de los refugiados añadió algo que a estas alturas nadie duda ya: el terrorismo islamista no es un problema regional que sólo afecte a Oriente Medio, sino una emergencia mundial.
Cuando en noviembre de 2015 París sufrió un segundo atentado islamista, la prensa europea insistió en llamarlo “el ataque” y “el tiroteo”, hasta que finalmente el presidente François Hollande culpó sin rodeos al IS, describiendo la carnicería de París como un acto de guerra. Pero fue una reacción puntual, como ha demostrado el atentado del martes en Bruselas, cuyo aeropuerto presume de tener las medidas de seguridad mejores de Occidente.
La Europa de Churchill ha caído en un bucle decadente donde todo se discute, todos los puntos de vista se entienden y aceptan, pero nada se resuelve. Tras la carnicería del Viernes 13 en París el presidente Hollande y el primer ministro Valls juraron ser implacables en su venganza. Sus palabras, como las de tantos líderes europeos, eran humo.
Ciertas minorías radicales aprovecharán la tecnología, la información y las libertades occidentales para imponer una islamización paulatina
Estos días las redes sociales se volverán a llenar de piadosos mensajes instando a “Rezar por Bruselas”, asegurando que “Todos somos Bruselas” y recordando que “Islam es paz”. Mientras tanto, cada atentado islamista parece confirmar lo que el autor francés Michel Houellebecq plantea en su novela Sumisión.
Una vez que los inmigrantes de segunda y tercera generación de origen árabe son aceptados como ciudadanos de sus países occidentales de acogida, ciertas minorías radicales aprovecharán la tecnología, la información y las libertades occidentales para imponer una islamización paulatina en los países del Viejo Mundo.
Decir que se trata de una guerra, como hizo el presidente Hollande tras el atentado del Viernes 13, es el primer paso indispensable hacia una victoria ahora muy lejana. No sería el final, como dijo Churchill en 1942. Ni siquiera sería el principio del final, sino solo el final del principio.