Uno de los fenómenos más curiosos de nuestro tiempo es el de la pervivencia de los expertos. Quiero decir, vemos en la prensa al uso opinadores y especialistas que no han dado una en sus pronósticos y la acumulación de sus garrafales errores, lejos de llevarles a las colas del Inem, parece incrementar su prestigio.
La razón es, naturalmente, que no les pagan por acertar sino por reforzar la narrativa que quieren vendernos nuestras élites.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraG. K. Chesterton, el escritor inglés de cuyo nacimiento se cumplió el domingo el 142 aniversario, hizo de los expertos frecuente blanco de sus bienhumorados dardos, aunque dudo que se alegrase de ver hasta qué punto acertó en sus críticas.
Veía Malcolm Muggeridge curioso que los dos autores ingleses más citados fueran Chesterton y Shaw, ya que si el primero tenía casi siempre razón, el segundo estaba invariablemente equivocado.
Decía el propio Chesterton en el prólogo de su primera novela –El Napoleón de Notting Hill– que la historia parece complacerse en un juego, ‘Desengaña al Profeta’, de modo que no había modo de que los sesudos comentaristas perfilaran un futuro sin que la humanidad hiciera otra cosa completamente distinta, así que no estoy muy segura de que al maestro fuera a gustarle lo que voy a escribir: acertó.
Acertó, al menos, más que ningún otro autor de su época y épocas posteriores. Su amigo y contradictor H. G. Wells -Gilbert Keith tenía la rara habilidad de despertar simpatías apasionadas entre sus más acerbos rivales ideológicos- ha pasado casi a la historia como profeta por acertar con minucias científicas ideológicas, aunque marró a base de bien en todo lo demás, es decir, en todo lo que cuenta.
Chesterton acertó en casi todo, y es revelador que nuestra época guste tanto de citar sus brillantes paradojas como de hurtarle el mérito de haber dado en la diana, de que se haya cumplido todo lo que dijo que se iba a cumplir.
Sucede con GK lo que sucedía con la encíclica Humanae vitae de Pablo V, que fue tachada de agorera y alarmista. Ahora que se ha cumplido al pie de la letra, nadie quiere señalarlo
Sucede con él, en este aspecto, lo mismo que con la encíclica Humanae Vitae -que trata un tema muy chestertoniano, por cierto-, de Pablo VI, que en su día advirtió que la mentalidad anticonceptiva llevaría a la absoluta trivialización del sexo y fue tachada de agorera y alarmista. Ahora que se ha cumplido al pie de la letra, nadie quiere señalarlo.
Desde la atracción de Occidente por el Islam –La hostería volante– hasta los ataques a la familia o la tiranía de los expertos -personaje al que llamaba cariñosamente ‘el tonto del pueblo’-, Chesterton prefigura nuestros tiempos. «La próxima gran herejía -anunciaba, por ejemplo- será un ataca a la moralidad, especialmente a la moral sexual». Habla del «odio fanático a la moral, especialmente la cristiana».
Como George Orwell, Chesterton no es fácil de encasillar en una ideología ni puede, por tanto, reivindicarlo por completo ninguna moderna bandería. Fue socialista de joven, liberal ya de adulto y acabó recalando en un movimiento tan atractivo como minoritario, el distributismo, inspirado por la Doctrina Social de la Iglesia. Hoy el distributismo debe de tener un número de adherentes similar al de hablantes de esperanto.
Aunque es más citado por la derecha que por la izquierda, dejó claro que «hoy los ataques a la familia no vienen de Moscú, sino de Manhattan». El desprecio de Chesterton por el socialismo de Estado, su recelo hacia el capitalismo y, sobre todo, sus ideas sobre el matrimonio y la familia, la eugenesia, la dignidad de la persona y la importancia crucial del libre albedrío en un entorno intelectual cada vez más determinista hacen a Chesterton especialmente relevante para nuestro tiempo.
Sin quitar un ápice de mérito al escritor inglés en vías de beatificación, el propio Chesterton sería el primero en reconocer que buena parte de su buen juicio, la clave que explica su presciencia en tantas opiniones y pronósticos, está en su adscripción a una fe que transciende épocas y lugares y ve el mundo y las cosas desde una perspectiva fuera del tiempo: la Iglesia Católica que, para Chesterton, es la única institución que «puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo».