
Resulta muy de agradecer que la industria audiovisual patria, fílmica y televisiva, esté descubriendo al fin, como fuente de inspiración narrativa, la historia de España.
Historia que abarca un pasado más allá de la tan revisitada guerra civil fraticida del siglo XX, a veces con el deseo algo pueril de ganar en la ficción aquello que se perdió en el campo de batalla. Series televisivas como Isabel, que contó con tres exitosas temporadas, y ahora Carlos, rey emperador, son la prueba de que existen otras épocas fascinantes, susceptibles de ser recreadas en la ficción audiovisual y capaces de despertar el interés del espectador.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAdemás, dentro de la función educativa que se le supone a la televisión pública, resulta lógico que se apueste por este tipo de producciones. Porque las mencionadas series merecerían elogios aunque sólo fuera por su innegable función pedagógica, dan a conocer o refrescan en la memoria del público hechos del pasado que han contribuido a configurar el rostro de nuestro país.
Siempre tuve una sana envidia por el mundo anglosajón, que ha recreado por activa y por pasiva, en tantas ocasiones, pasajes decisivos de su historia. Enrique VIII ha tenido los rostros de Charles Laughton, Robert Shaw, Richard Burton, Eric Bana, Jonathan Rhys Meyers y Damian Lewis, por citar unos pocos actores que han dado vida al monarca, y a los que ahora, contribución hispana, se suma Àlex Brendemühl en Carlos, rey emperador.
Es una pena que la serie Woll Hall no haya llegado todavía a España
Y los enfoques para servir dramáticamente las tribulaciones de este personaje histórico pueden ser muy diversos. Desde fijar la atención en las seis esposas del monarca a poner el foco en las hermanas Bolena, o incidir en los dilemas morales y políticos de Thomas More –más conocido por estos lares como Tomás Moro– y Thomas Cromwell. Qué pena que la excelente serie de la BBC Wolf Hall no haya llegado de momento a España.

Mientras que Isabel de Inglaterra no anda a la zaga de su padre Enrique en representaciones para la pantalla, actrices tan imponentes como Bette Davis, Flora Robson, Vanessa Redgrave, Glenda Jackson, Judi Dench, Cate Blanchett y Helen Mirren le han dado oportunamente vida.
Más que lamentarse de las escasas incursiones de calidad del cine español a Isabel la Católica o al descubrimiento de América –aparte de Alba de América con una regia Ampara Rivelles, o el singular monólogo de Isabel Ordaz con zapatillas deportivas para Rafael Gordon en La reina Isabel en persona, pocos títulos más vienen a la memoria cinéfila–, conviene congratularse de lo visto en Isabel, dos reyes, ella y Fernando, tanto monta, monta tanto, de personalidad bien perfilada por los trabajos de Michelle Jenner y Rodolfo Sancho, con las intrigas palaciegas y el arte del gobierno atravesando bien las tramas.
Carlos, rey emperador cuenta con una razonable precisión histórica
A diferencia de lo que ocurre en Juego de tronos, donde se constituyó en seña de identidad el morbo de las abundantes escenas de desnudos –la recién titulada mujer viva más sexy de 2015, Emilia Clarke, ha dicho basta, y no volverá a hacer escenas de sexo para la serie–, en Carlos, rey emperador podemos decir que el monarca interpretado por Álvaro Cervantes está más vestido; y no me refiero sólo a la ropa, sino a la organización del entramado argumental, gracias al cual el resultado es más que digno, hay una razonable precisión histórica junto al noble propósito de entretener con las inevitables licencias, aunque a uno le gustarían más honduras, en la presentación de la reforma protestante por ejemplo, Lutero en la dieta de Worms sabe a poco.
No todo es perfecto, por supuesto. A veces se nota lo ajustado del presupuesto. El arranque de Carlos, rey emperador, con unos castellanos recibiendo a su señor a pedrada limpia, es algo pobre, al igual que las luchas de espada, y las escenas que requieren extras, como las prédicas de Lutero, resultan escasas, más habilidad, curiosamente, hay a la hora de pintar las cuitas de Hernán Cortés en el Nuevo Mundo, personaje que merece serie propia, a ver si alguien se anima.
Se habría agradecido un poco más de ingenio para hacer de la necesidad virtud, poner toda la carne en el asador de los intercambios dialécticos, a veces concebidos de un modo algo repetitivo, dos personajes se dicen cosas, y uno concluye con frase rotunda rebasándole por un lado, rozándole, haciendo por así decir mutis por el foro. Pero lo dicho, larga vida al emperador y a todas las series de corte histórico que cabe hacer en el futuro.