Nuestro Gobierno ha tenido que reconocer en Bruselas que solo hay ‘hucha’ de pensiones para un año. En 2016, la Seguridad Social tendrá el déficit más alto de su historia. La noticia me ha llegado mientras me enteraba de que la deuda federal norteamericana supera ya los 19 billones -con ‘b’ de barbaridad- de dólares, o, para ser precisos, que la última vez que miré era de 19.012.827.698.417 dólares con 93 centavos. Bajo el mandato del mesías Obama, ha aumentado en 8,4 billones, un 78.9%.
Con estas cosas me pasa como con las distancias interestelares, que hay un momento en que las cifras, de puro inconcebibles, no me dicen absolutamente nada.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero, evidentemente, algo querrán decir, y si la palabra ‘deuda’ es aquí asimilable a la experiencia que muchos hemos tenido alguna vez con el banco, con el casero o con un amigo siquiera de forma tenue y vaga, se supone que habrá que pagarla algún día.
Sí, sé que la economía no es exactamente mi fuerte. Pero la economía, como las demás ciencias sociales, dependen de cosas que no son ella misma, y algunas de ellas las entiendo perfectamente.
Si quieren, mi filosofía económica de andar por casa es bastante pedestre, y se basan en las palabras que le dice Mr Micawber a David Copperfield en la novela de Dickens: «Ingresos anuales, veinte libras; gastos anuales, diecinueve libras con veinticinco, resultado: felicidad. Ingresos anuales veinte libras; gastos anuales veinte libras con seis, resultado: miseria».
Observando por encima, históricamente, la impresión con la que una se queda es que hace décadas que vivimos de prestado, y es imposible que esto dure infinitamente, o la Economía se estudiaría en Hogwarts y Harry Potter tendría un encantamiento para suscitar riqueza de la nada con un golpe de su varita.
Lo que tenemos ahora es, sencillamente, que todos estamos dejando casi todo a deber, y que el que venga detrás, que arree
Dicen que el éxito del capitalismo se basa en que todo el mundo debe a todo el mundo, pero lo que tenemos ahora es, sencillamente, que todos estamos dejando casi todo a deber, y que el que venga detrás, que arree.
Este sistema de compre ahora y pague dentro de unos años es soportable cuando empezamos con esto del Estado del Bienestar, allá por la posguerra mundial. Había una enorme capacidad productiva, capital acumulado y, sobre todo, una pirámide de poblacion inmejorable.
Eran los años del ‘baby boom’, un fenómeno frecuentemente observado tras catástrofes tan devastadoras como fue la guerra mundial: las familias se ponen a tener hijos como si no hubiera mañana o, mejor, como si se quisiera estar seguro de que lo habrá.
Es decir, había relativamente pocos ancianos y muchos, muchísimos ninos y jovenes que, con su trabajo, podían alimentar sin problemas a sus mayores. La edad de jubilación estaba, como ahora, en torno a los 65 en toda Europa, que era, y no por casualidad, la esperanza de vida del momento.
Es decir, ni siquiera había que pagar la jubilación a todos, sino solo a los que llegaran a esa edad, y no por muchos años. Por otra parte, la medicina era mucho más barata. No se habían desarrollado tantos medicamentos dependientes de una patente ni había tantos aparatos de diagnóstico. La gente se moría más -a la larga, igual, naturalmente-, pero costaba menos.
Ahora todo eso está al revés. La gente vive muchos más años -siendo España el segundo país con la esperanza de vida más alta-, y eso tiene que pagarlo una poblacion joven menguante. Es decir, menos jovenes tienen que pagar por más jubilados durante más años. Y con un coste sanitario disparado, el 80% del cual se consume en los cinco últimos años de vida.
Todo el mundo -todos los participantes en el juego electoral- sabe que no hay más cera que la que arde, y que un día esto hará crac
No salen las cuentas, por ningún lado. Y lo peor es que el sistema hace imposible poner remedio al disparate. En esto, el sistema democrático de partidos viene a ser como el juego de la silla.
Todo el mundo -todos los participantes en el juego electoral- sabe que no hay más cera que la que arde, y que un día esto hará crac. Pero, lejos de hacer esfuerzos por poner freno al gasto público, prometen más prebendas y subsidios.
La explicación es sencilla: si un candidato se atreve a decir la verdad, a proponer recortes, el candidato rival le come la tostada y gana. Y así siguen bailando en torno a las sillas cruzando los dedos para no ser ellos los que se queden en el suelo cuando pare la música.