El reciente informe del Instituto Nacional de Estadística titulado “Proyecciones de poblacion 2016-2066” nos advierte de que, si continúa la tendencia actual, España perderá más de cinco millones de habitantes en los próximos cincuenta años.
Los medios de comunicación se han hecho eco de este estudio, aunque en conjunto siguen sin darle al problema la dramática importancia que tiene. Lo peor es que, tanto el propio informe como los comentarios que le dedican televisiones y periódicos, tienden a despistarnos acerca de la causa esencial del llamado invierno demográfico.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraSegún el INE, “la reducción de la poblacion residente se debería, principalmente, al progresivo aumento de las defunciones y a la disminución de los nacimientos.” Ya de entrada, hay aquí una cierta confusión entre causa material y lo que podríamos llamar causa contable.
Para entendernos, es como si yo digo que fulanito ha adelgazado porque ha perdido cinco kilos. Adelgazar es lo mismo que perder kilos, y el descenso de la poblacion significa que ‘salen’ más habitantes por muerte o emigración que los que entran por nacimiento o inmigración. Los números no son la explicación, sino precisamente aquello que hay que explicar.
El aumento absoluto de las defunciones no se puede considerar por sí mismo una causa de descenso demográfico, en el mismo sentido que la disminución de los nacimientos
Pero junto a esta confusión, que acaso sea un mero defecto de redacción, se manifiesta el empeño (secundado por prácticamente todos los medios de comunicación) por no poner excesivo énfasis en el problema de la natalidad, situándola al mismo nivel que otros factores secundarios o coyunturales.
El aumento absoluto de las defunciones no se puede considerar por sí mismo una causa de descenso demográfico, en el mismo sentido que la disminución de los nacimientos. En toda poblacion que crezca, las defunciones también tenderán a aumentar en términos absolutos, puesto que todos los que nacen morirán, tarde o temprano.
En el caso de España, el aumento de las defunciones previsto en las próximas décadas es precisamente una consecuencia del baby boom de los años sesenta; es decir, que los nacidos en aquellos años somos muchos e iremos dejando este mundo, sin excepción, de aquí a 2066.
También es meramente coyuntural el leve repunte detectado de la fecundidad, que seguirá manteniéndose, en todo caso, en valores muy por debajo de la tasa de reposición de la poblacion.
Otro dato estadístico con el que suelen marearnos es la esperanza de vida, mediante el cual se sugiere que la causa más importante del envejecimiento demográfico es que “cada vez vivimos más”. Esto no pasa de ser una presunción muy exagerada.
Pero por mucho que se reduzcan las muertes, la poblacion no envejecería si se produjera un número de nacimientos superior a 2,1 por mujer
La medicina moderna no ha prolongado apenas la duración biológica ‘normal’ (es decir, en ausencia de accidentes, enfermedades graves y violencias) de la vida humana individual. “Vivimos setenta años, ochenta con buena salud”, se dice ya en la Biblia (Salmos, 90, 10), y la cosa no ha variado tanto desde tiempos del rey David.
Por supuesto que la medicina y otros avances sociales han reducido enormemente la mortalidad prematura, e incluso la de edades avanzadas, y esto tiene su repercusión en la demografía. Pero por mucho que se reduzcan las muertes, la poblacion no envejecería si se produjera un número de nacimientos superior a 2,1 por mujer.
En realidad, el aumento de la esperanza de vida contribuye a que la disminución de la poblacion sea algo más lenta, pero a la postre, si se desploma la natalidad, es completamente incapaz de contrarrestarla, salvo que se descubra el elixir de la inmortalidad.
Otro factor más con el que se pretende relativizar la importancia crucial de la natalidad es el balance migratorio. El mensaje más o menos implícito es que, si conseguimos que cada vez vengan más emigrantes, tendremos suficiente mano de obra para sostener el nivel de vida de los nativos que vayamos quedando, en especial tras la edad de jubilación.
Los anticonceptivos y el aborto legalizado no hubieran contribuido tan poderosamente a reducir los nacimientos si no hubiera sido por la macabra ideología que los ha convertido en instrumentos de ‘liberación’
Pocos se preguntan en voz alta si los inmigrantes, en especial los de origen musulmán, se prestarán tan amablemente a pagar nuestras pensiones y servicios sociales, y si no plantearán exigencias políticas y culturales que nos convertirán, andando el tiempo, en ciudadanos de segunda en nuestra propia casa.
Semejante empecinamiento en disimular la importancia del hecho fundamental, esto es, que los españoles y europeos en general no tenemos suficientes hijos, abona la sospecha de una íntima conexión psicológica con las causas del propio fenómeno que nos negamos a mirar de frente.
Aunque los factores que inciden en la natalidad sean varios, el peso decisivo recae sobre nuestras ideas, creencias y valoraciones. Los anticonceptivos y el aborto legalizado no hubieran contribuido tan poderosamente a reducir los nacimientos si no hubiera sido por la macabra ideología que los ha convertido en instrumentos de ‘liberación’. Una ideología que reduce el fin de la vida humana a la búsqueda de la felicidad material o autorrealización, para la cual los hijos, especialmente a partir de cierto número, pueden convertirse en un obstáculo o estorbo.
Invariablemente, surgen aquí siempre los mismos pretextos: que la incorporación de la mujer al mundo profesional retrasa la edad de la maternidad, que faltan adecuadas políticas familiares, que debe potenciarse la conciliación, etc. Nadie niega que, en la situación actual, urge que los gobiernos adopten medidas audaces de promoción de la natalidad. Pero la falta de políticas familiares no es la causa de la disminución del número de familias, del mismo modo que no haber tomado antibióticos no es la causa por la que alguien contrae una neumonía.
El problema de fondo tiene que ver con nuestras concepciones más básicas, unido a que nos negamos por principio a plantearnos si son las correctas
El hecho es que ha habido épocas mucho más duras en nuestra historia en las que se tenían muchos más hijos. Sencillamente, como señala Alejandro Macarrón en su libro El suicidio demográfico de España, “tener hijos y fundar una familia no es en nuestro tiempo un objetivo vital primordial (…), como sí lo era antaño.”
El problema de fondo tiene que ver con nuestras concepciones más básicas, unido a que nos negamos por principio a plantearnos si son las correctas, o como se suele decir a la defensiva, a que ‘alguien me diga cómo tengo que vivir’.
Por eso enumeramos causas entre las que escondemos la principal y nos escudamos tras pretextos, como culpar a la crisis y otros. Todo antes que renunciar a ese cómodo relativismo desdramatizador, que confiere la misma respetabilidad a cualquier decisión vital, incluida la de no tener descendencia, o incluso la de matarse.
Lo formuló Sartre con siniestra claridad: “Todas las actividades humanas son equivalentes (…). Así, lo mismo da embriagarse a solas que conducir pueblos». Pues bien, mientras continuemos aferrándonos al dogma moderno de que no hay modelos de vida mejores que otros, seguiremos avanzando decididamente en el camino a la extinción demográfica; o al menos de la cultural.