Cruda realidad / Macron o el vacío

    Votar a Le Pen puede ser un disparate pero es votar a Le Pen. En cambio, votar a Macron no es votar a Macron. Es votar a quienes han aupado a Macron, que tienen como objetivo principal -y evidente- parar a Le Pen.

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    Macron y la guillotina

    Emmanuel Macron, que parte con ventaja en la segunda vuelta de las presidenciales francesas, es el candidato perfecto de nuestro tiempo. No para Francia: para toda Europa, para Occidente.

    Macron es la metapolítica. Macron es mercado puro, mercadotecnia. Es un producto vomitado por alguna agencia publicitaria, tan atractivo en el gesto y la imagen como hueco en la sustancia. Es lo que consumimos, es la Cocacola de la política, la ‘chispa de la vida’.

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    Macron defiende… ¿qué quiere usted que defienda? Las élites tienen su candidato, salido de un laboratorio como la criatura del Dr. Frankenstein, pero con mejor fortuna. Jacques Attali, el ‘pensador’, político y periodista francés de vieja fama, hoy su mayor valedor, lo definía no hace un año como «el vacío».

    «El vacío de la política francesa. No encarna sino el vacío, esa izquierda que quiere a la vez estar y no estar en el poder». Así se expresaba no hace un año Attali, y hoy se le puede ver sonriente a la diestra del triunfante candidato, no porque haya cambiado de opinión -no lo creemos-, sino porque vivimos el momento ideal para el vacío, para la marca hueca, para la imagen que evoca todas las cosas buenas y apetecibles sin necesidad de concretar ninguna.

    Los franceses duermen (…) Todas las civilizaciones a punto de desaparecer duermen y sueñan

    Para la izquierda francesa, esa panda de sesentayochistas a punto de jubilarse y de jovenes burgueses que sueñan con ser funcionarios de por vida mientras desfogan su exuberancia juvenil quemando mobiliario urbano, es la coartada perfecta para votar al sistema pareciendo que se vota contra el sistema: que todo cambie pero, por Rousseau, que todo quede exactamente igual.

    Para la derecha es igualmente plausible. Es un chico bien, conocido del ‘tout Paris’, joven y apuesto pero con los contactos adecuados. Caramba, ha sido uno de los ‘wonder boys’ de la Banca Rotshild, contratado no por sus (inexistentes) conocimientos de banca, sino por la gente que conoce.

    ¿Y para qué más, qué mejor forma de representar nuestra época que siendo una imagen, un hombre anuncio? «Es el vacío, el viento», declaraba un asistente a uno de sus mítines de campaña. «No hace más que jugar con las emociones».

    Y de eso se trata. Lo de manejar argumentos y barajar medidas es ‘tan’ aburrido. Pero uno ve a este atractivo joven que, atención, no pertenece a ninguno de los partidos tradicionales (¡buuuu!). Él es él mismo, ‘personal branding’ y todo eso, con una plataforma, En Marche!, cuyas siglas son, a la vez, las iniciales del candidato.

    Los franceses duermen.  El campo y la clase trabajadora ve el peligro, pero en las oficinas y en las ciudades nadie quiere apartarse de la opinión correcta, y mucho menos cometer el ‘faux pas’, imperdonable entre la gente ‘correcta’, de adoptar una visión ‘simplista’ de los problemas evidentes. Todas las civilizaciones a punto de desaparecer duermen y sueñan.

    Y ese sueño es Macron, la marca con patas, el vacío sonriente, la nada respetable y respetada por quienes cuentan. Porque, como cualquier otro producto del mercado, Macron es consecuencia y resultado de largos esfuerzos y mucho dinero.

    Macron, lejos de ser un candidato ‘antisistema’, es el sistema. Votar a Le Pen puede ser un disparate, no lo discuto, pero es votar a Le Pen. En cambio, votar a Macron no es votar a Macron. Es votar a quienes han aupado a Macron, que tienen como objetivo principal -y evidente- parar a Le Pen.

    Francia, la primera nación en alzarse contra los privilegios aristocráticos, creó la aristocracia perfecta de los ‘enarcas’, los que se gradúan en las escuela «que cuentan»

    En un sentido, la política ha muerto. O pónganlo al revés, y digan que todo es política. Pero ya no hay ni sombra de esa pulcra distinción entre la vida política y lo demás, y para que quede claro la oligarquía ha preferido prescindir de esa antigualla, los partidos. Tenemos al hombre, producto nuestro, y a través de su imagen vamos a gobernar nosotros.

    Francia, que fue la primera nación en alzarse contra los privilegios aristocráticos, creó hace años la aristocracia perfecta de los ‘enarcas’, los que se gradúan en las escuelas «que cuentan» y pasan sin esfuerzo de una dirección general al consejo de alguna gran empresa presuntamente ‘privada’, y vuelta.

    El francés medio de las ciudades sueña con que todo siga así, con no asomarse a las banlieues y ver cómo su modelo republicano arde, que se calle esa loca de Le Pen, esa fascista que da la voz de alarma.

    Sigamos con nuestros juegos y nuestros recuerdos falseados de la Resistence. Que lleguen los bárbaros, que nos encontrarán con la conciencia tranquila de haber «frenado el fascismo».

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