Cruda realidad / Los ricos son cada vez más ricos y los pobres, más pobres ¿Tenía Marx razón?

    ¿Se cumple la profecía de Marx, un mundo en el que cada vez menos poseen más frente a un proletariado que no para de crecer? ¿Desaparece la clase media que ha sido el músculo económico y social de Occidente durante el último siglo? Vayamos por partes.

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    Pintura mural de obreros
    Pintura mural de obreros

    Todo va mejor y mejor y mejor, nos cuentan. Sale De Guindos con sus PowerPoint y nos desgrana con gran aparataje numérico que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que en Europa nos admiran y envidian, que el PIB sube y el paro bajo.

    Luego leo en la prensa: ‘Más ricos, más pobres y menos clase media’. Y, exageraciones aparte, no creo que ninguna de las dos informaciones tenga necesariamente que ser falsa.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    El paro es una cifra, una anotación contable en los registros oficiales, que no cuenta, por ejemplo, a quienes no están apuntados en el INEM, a quienes alargan hasta el infinito estudios cada vez menos útiles para no estar mano sobre mano o a quien empalma empleo tras empleo sin ganar nunca lo bastante para poder vivir por su cuenta, no digamos ya formar una familia y asegurar una nueva generación.

    Cuando a una le presentan una brillante ideología pregunto ¿Se ha probado en el mundo real? ¿Cuántas veces y con qué resultados?

    Cuando a una le presentan una brillante ideología, nueva o antigua, hay alguna preguntas que debe hacerse aunque, en los planos, todo el invento parezca funcionar a las mil maravillas. He aquí unas cuantas:

    • Es ideología ¿casa bien con la naturaleza, con la de los seres humanos reales y con las leyes de la física y la biología?
    • ¿Se ha probado en el mundo real? ¿Cuántas veces y con qué resultados?
    • ¿Llama bueno a lo que yo llamo bueno, y malo a lo que considero malo?
    • ¿Es sostenible a largo plazo, o acaba dando a la larga más problemas de los que resuelve?

    Mis amigos liberales se complacen enviándome resmas y resmas de datos numéricos demostrándome que todo va mejor y mejor y mejor en el mundo gracias a las políticas liberales y los mercados, con ese contagioso optimismo del vendedor de crecepelo.

    Carlos Marx
    Carlos Marx, autor de «El Manifiesto Comunista»

    Y yo les creo, pero veo dos problemas.

    El primero, lo he repetido a menudo, es que el ser humano no es una vaca que se contente con una dosis suficiente de pasto, y que a menudo la prosperidad destruye las mismas virtudes e incentivos que produjeron esa prosperidad.

    Y la otra es que yo no vivo «en el mundo». Nadie vive en el mundo; todos vivimos en sociedades concretas, y de lo que podemos juzgar por nuestra experiencia personal decidimos si las cosas están peor o mejor.

    Y en mi mundo, en el que vivo, el que toco y respiro, lo de los “pobres más pobres y ricos más ricos” me cuadra.

    La desaparición de la clase media es asunto muy trillado en todo tipo de publicaciones, y los votantes de Trump salen, precisamente, de ese creciente caladero de población perdida, que antes tenían un empleo más o menos estable en una fábrica que ahora se ha trasladado a México o Vietnam y teniendo que competir con la mano de obra barata que aporta la inmigración -más barata cuanto más ilegal- para servir hamburguesas en McDonald’s o cafés en Starbucks.

    ¿Se cumple la profecía de Marx, un mundo en el que cada vez menos poseen más frente a un proletariado que no para de crecer? Sí y no.

    De entrada, el proletariado fabril que tenía Marx en la cabeza no es el que está creciendo. De hecho, en tanto que sigue existiendo, ese es relativamente afortunado: tiene un sueldo decente que le permite un mínimo de planificación y unas buenas condiciones de trabajo, nada que ver con el Manchester de Dickens. Ese, lejos de crecer, disminuye sustituido por máquinas automatizadas que realizan más por menos y no exigen derechos sindicales ni hacen huelga.

    Charles Dickens / The Independt
    Charles Dickens / The Independt

    Lo que crece no es el proletariado clásico, el trabajador manual depauperado, sino el ‘precariado’ y el lumpen.

    Los primeros son esos que saltan de un puesto precario a otro, siempre en la cuerda floja, siempre con la espada de Damocles de la reducción de plantilla sobre la cabeza, quizá autónomo, ganando lo bastante para no abandonar la carrera de ratas pero no suficiente para plantarse y plantearse formar una familia.

    El lumpen lo forman quienes han renunciado y funcionan al margen del sistema productivo. Puede tratarse de esa población creciente que vive esencialmente de las ayudas del Estado del Bienestar o de la no despreciable que ha convertido la pequeña delincuencia en forma de vida habitual.

    La propia lógica del mercado, que estimula la innovación tecnológica, hace que con la creciente automatización cada vez sea necesaria menos gente para producir más bienes y servicios.

    ¿Qué pasará cuando un 25% de la población baste para producir lo que demanda el cien por cien?

    El número de empleos no sustituibles por máquinas se reduce cada año; hasta existen programas capaces de escribir crónicas periodísticas no muy sofisticadas (como son la abrumadora mayoría) sin que se note el cambiazo.

    Y eso va a más, no menos. ¿Qué hacemos con la población sobrante? No todo el mundo puede ser neurocirujano o estrella de ‘rock’. ¿Qué pasa cuando un 25% de la población baste para producir lo que demanda el cien por cien?

    El mundo está conociendo ya el problema pero aún no ha acertado con la respuesta. Y el resultado, aunque sea alimentar gratis a dos tercios de la población o con trabajos ficticios no es probable que ayude mucho a la estabilidad social.

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