Hay una foto de la pasada Cumbre de la OTAN que se ha movido mucho en medios y redes sociales, siempre comentada en el más positivo de los sentidos. Es la foto de las cónyuges de los líderes de los países miembros, y en ella aparece, con la sonrisa de quien es consciente de estar haciendo historia, el ‘cónyuge’ del primer ministro de Luxemburgo, Gauthier Destenay.
Eso creo que lo llaman ‘normalización’. Bueno, no está tan lejos de muchos de los otros, a decir verdad, porque uno de los principales efectos de la Revolución Sexual iniciada a finales de los 60 y que, pese a sus funestos efectos, parece no tener fin, no ha sido el llamado ‘matrimonio homosexual’ -que es más un epitafio de la estructura matrimonial que una puntilla-, sino la homosexualización de la heterosexualidad.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraYa, suena raro, pero déjenme que intente explicarlo.
Cualquier cronista de la ‘lucha’ por la aceptación social de la homosexualidad señala que, en la Edad Oscura, los ‘gays’ eran una tribu que vivía una doble vida, y que en lo suyo habitaban un universo al margen de los ‘engendradores’, una cultura propia con sus propias reglas, su propio modo de expresión y su manera particular de vivir las relaciones.
La promiscuidad, la provisionalidad, la infertilidad lleva a la decadencia y la extinción a una velocidad de vértigo
La norma en ese mundo era la promiscuidad, la libertad de toda atadura, la provisionalidad, la intensidad de las relaciones sexuales y, naturalmente, la infertilidad.
¿Les suena? Exacto: podría ser una caracterización de la vida de millones de heterosexuales, la misma visión que nos venden los medios y las élites culturales como mejor y más auténtica.
No añaden que también lleva a la decadencia y la extinción a una velocidad de vértigo porque no queda tan bonito, pero es absolutamente obvio hasta para quien solo sabe sumar con los dedos.
Nos acordaremos de esa foto. Es apta para los libros de Historia, para que nuestros nietos y bisnietos entiendan qué pasó, nuestra alegre opción libre por el suicidio civilizacional.
Ya hablamos el otro día de la increíble/significativa coincidencia de los líderes de las cuatro primeras economías europeas, ninguno de los cuales tiene hijos propios.
También está en la foto Brigitte Trogneux, la mujer del flamante presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, espejo de globalistas, 24 años mayor que el mandatario. Otra circunstancia que está prohibidísimo comentar con la mínima extrañeza: el amor no tiene sexo, mucho menos edad.
Salvo, naturalmente, que si se invirtieran los sexos, si un maestro dejara a la esposa con la que ha tenido tres hijos por una alumna 24 años más joven, más joven aún que el mayor de sus hijos, los ceños se fruncirían y la palabra ‘pedofilia’, quizá armoniosamente conjugada con ‘patriarcado’ estaría en boca de muchos que ahora sonríen con beatífico gesto a esta historia de amor intergeneracional.
Nuestros líderes no son una muestra estadísticamente representativa de la sociedad. Si Europa se está convirtiendo en el continente de las cunas vacías, todavía no hemos llegado al nivel de que sea más probable no tener ningún hijo que tener alguno.
Nuestros líderes son, más bien, el espejo de lo que nuestras élites quieren vendernos, una sociedad en la que eso que llaman ‘la familia tradicional’ -la única capaz de engendrar civilización y continuidad- sea un modelo más entre muchos, mirado con cierta conmiseración por los ilustrados, como una deplorable reliquia.
Dicen que Dios perdona siempre; los hombres, a veces; la naturaleza, nunca. Y la opción que han elegido para nosotros lleva directo a la irrelevancia y la desaparición. Pero el heredero de ese rico manirroto y senil que es Occidente también está en la foto.
Cubierta de pies a cabeza, en primera fila, aparece la mujer del turco Erdogan (…) podemos aventurar lo que piensa del ‘cónyuge’ gay que tiene a su espalda
En primer fila, entre la Trogneux y la tercera mujer del hombre más poderoso de la tierra, Melania Trump, Emine Erdogan, la esposa del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, mantiene un gesto adusto entre tanta sonrisa. Cubierta de pies a cabeza, podemos aventurar lo que piensa del ‘cónyuge’ gay que tiene a su espalda. Sabemos que es una devota suní, y que hace no mucho defendió la institución del harén como «formativa para las mujeres».
Emine no sonríe, quizá porque desprecia la frivolidad de sus compañeras de foto. Pero es la que tendría más razones para sonreír: el futuro es de los suyos.