Le doy vueltas a veces a la posibilidad de dedicar uno de estos artículos a las flagrantes contradicciones de la moderna progresía, pero siempre me lo quito de la cabeza, que no creo que tenga ustedes tiempo para un texto tan largo y, al final, monótono.
Pero hoy he tenido ocasión de recordar mi proyecto, al leer que la guerra declarada por los ‘cupaires’ contra los turistas en Barcelona –siete hoteles denuncian haber sido objeto de acoso o ataques– se ha extendido ya fuera de las ‘fronteras’ del futuro ‘nou Estat’, a Valencia, Baleares y, por fin, al País Vasco.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa izquierda abertzale ha convocado una manifestación en contra del turismo para el 17 de agosto, durante la semana grande de San Sebastián.
Aquí tenemos no una, sino varias contradicciones encapsuladas.
La primera se refiere al asunto nacionalista, la paradoja de que los radicales de izquierdas clamen por un mundo sin fronteras y sonrían beatíficos a los que quieren crearlas nuevas, que se diría que los Estados son algo estupendo siempre que no existan. Gran Bretaña es un nido de fascistas porque ha decidido separarse de la Unión Europea, pero Escocia haría bien en separarse de Gran Bretaña.
Antes mora que española
El nacionalismo, en concreto el nuestro, es pródigo en este tipo de contradicciones, y así vemos cómo los ‘procesistas’ pretenden que un recién llegado de Senegal o Pakistán, con una religión que no puede de ningún modo considerarse ‘fet diferencial’ catalán y una visión del mundo que hubiera puesto los pelos de punta a Companys, es más catalán -‘nou catalán’- a poco que ondee una estelada que un García que lleva toda la vida en Cataluña pero no tiene el menor entusiasmo de separarla del resto de España.
Es tácito «antes mora que española» hace pensar que lo que a estos les mueve no es tanto amor a Cataluña como odio a España, casi diré que odio a lo real, a lo que existe, a lo que no se ajusta a unos esquemas ideales que, ay, jamás sobreviven el paso de la teoría a la práctica.
La izquierda tiene una marcada tendencia a elevar el paro y siente un verdadero aborrecimiento por todo lo que genere puestos de trabajo o pueda traer prosperidad
La segunda, relacionada con la primera, es el contraste entre el fervoroso ‘Welcome Refugees’ con la reciente ‘turismofobia’, que viene a significar que los de fuera son estupendos cuando vienen para quedarse de muy lejos con valores y cultura completamente distinta y hay que subvencionarles (como poco, inicialmente), y terribles cuando llegan aquí para pasar unos días y gastarse el dinero.
Y con esto llegamos a la tercera contradicción, el pauperismo de la izquierda. En principio, y aunque resulte cada vez más difícil de creer, la izquierda es la adalid de los de abajo, de los pobres, de los proletarios.
Las Vegas en Los Monegros
Y deben de gustarle mucho, porque los fabrica a escala industrial, como puede comprobar cualquiera que se dé una vuelta por un país gobernado por la izquierda radical. Incluso la moderada, que en España vendría a ser el PSOE (sí, lo sé, pero admítanme esta exageración), tiene una marcada tendencia a elevar el paro, es decir, a dejar sin trabajo a su parroquia.
Con este alineamiento con el más puro barbarismo, la izquierda radical nos recuerda que es revolucionaria, sí, pero no contra un sistema sino contra el sentido común
Una no es partidaria, sin más, de cualquier proyecto que pueda dar empleo o crear riqueza, ni está ansiosa por crear un Las Vegas en Los Monegros sin sopesar los pros y los contras. Pero es que lo de la izquierda es verdadero aborrecimiento por todo lo que genere puestos de trabajo o pueda traer prosperidad.
Lo suyo es apuntar a los dueños de los hoteles, que con los ricos siempre hay patente de corso porque, al final, son pocos y la envidia es pecado nacional. Pero en un país como el nuestro, que depende del turismo en un 11% de su PIB, cargar contra los ricos perjudica a quienes deberían ser la clientela natural de estos iluminados, cientos de camareros, personal de limpieza, porteros, encargados de bares y un no acabar de profesiones derivadas.
En definitiva, con este alineamiento con el más puro barbarismo y estas contradicciones evidentes, la izquierda radical nos recuerda que es revolucionaria, sí, pero no contra un sistema sino contra el sentido común.