El columnista de ABC se ha referido en un artículo al término «dictadura del relativismo» que empleó durante su pontificado el Papa emérito Benedicto XVI para describir uno de los males de la sociedad moderna.
El novelista va más lejos que él y la dictadura del relativismo que denunció.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAfirma que vivimos no en la dictadura del relativismo, sino en la dictadura de la democracia entendida como religión antropoteísta, lo cual es más inquietante todavía.
Se trata de un retrato que refleja bastante bien lo que está pasando en la batalla cultural y antropológica del siglo XXI en Occidente.
Estos son algunos de los argumentos que aporta Juan Manuel de Prada en su análisis publicado en XLS, el suplemento dominical de ABC:
Esta religión antropoteísta tolera creencias de toda índole, siempre que no se atrevan a rozar su meollo dogmático; y, en su igualitarismo de hormiguero, permite que todas valgan lo mismo: o sea, nada
En uno de sus escolios, Gómez Dávila explica este concepto a la perfección: «La democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan los católicos cándidos; ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo XIX; ni estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica, como lo exige la tesis comunista. La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios».
Esta religión antropoteísta tolera creencias de toda índole, siempre que no se atrevan a rozar (¡ni siquiera a toser!) su meollo dogmático; y, en su igualitarismo de hormiguero, permite que todas valgan exactamente lo mismo: o sea, nada.
El arácnido Peter Parker
Esta religión antropoteísta puede, por ejemplo, tolerar que un señor crea en la resurrección de Cristo, como también tolera que otro señor crea que Peter Parker, al sufrir el picotazo de una araña, se convirtió en Peter Parker.
Ahora bien, lo que esta religión no permitirá nunca, ni al señor que cree en la resurrección de Cristo ni al que cree en el contagio arácnido de Peter Parker, es que se atrevan a discutir los dogmas sobre los que se asienta su culto antropoteísta.
Entre tales dogmas se cuenta, por supuesto, la exaltación de la libertad sexual polimorfa. En el artículo arriba citado, Enrique Álvarez llamaba la atención sobre la unanimidad sin discrepancias con que nuestros más diversos (y aparentemente enfrentados) partidos políticos «han participado, se han sumado sin rechistar, han perdido el culo por aparecer junto a la gran bandera iridiscente».
Y también señalaba que este año la celebración del Orgullo Gay no ha necesitado combatir ni escarnecer a nadie, porque ya no existe instancia alguna que se atreva a poner objeciones a la libertad sexual polimorfa, ni siquiera la Iglesia jerárquica; que, lejos de salir a las ‘periferias’, es cada vez más sumisa de la ortodoxia, más buscona del halago del mundo y el abrigo del poder, más apoltronada e incapaz de rechistar a los dogmas de la religión antropoteísta.
A mí, desde luego, me parece comprensible que la gente se muestre (o se finja) orgullosa de acatar los dogmas de esta religión antropoteísta vigente; pues a la intemperie (aunque sea con mitra) hace mucho frío. Aunque deberíamos pararnos a reflexionar si la proclamación exultante y un tanto aspaventera de tales dogmas no esconde alguna intención aviesa.
Me pregunto si esta religión antropoteísta, bajo la apariencia de divinizar al hombre, no estará más bien tratando de animalizarlo
Resulta sumamente iluminador comprobar, por ejemplo, que el éxito apoteósico (casi fulminante) cosechado durante las últimas décadas por los movimientos que reclaman mayores y más superferolíticos derechos de bragueta discurre simultáneo al estrepitoso fracaso cosechado por los movimientos que reclaman derechos laborales.
Resulta curioso que una causa universal que afecta a la dignidad humana (pues sólo un trabajo protegido permite una vida digna) se haya erosionado tanto, admitiendo formas de contratación auténticamente esclavistas, mientras causas particulares que exaltan las alegrías de bragueta triunfan de forma tan aturdidora.
Y me pregunto si la religión antropoteísta que diviniza las causas particulares de entrepierna no habrá encontrado, al fin, la fórmula infalible para lograr que los hombres dejen de luchar por las causas universales. Me pregunto si esta religión antropoteísta, bajo la apariencia de divinizar al hombre, no estará más bien tratando de animalizarlo; o, como diría Marcuse, de culminar su «desublimación represiva», exaltando su genitalidad.