Al final, esa parodia risible de revolucionaria pancista, esa implacable arribista que tienen en Barcelona por alcaldesa para purgar sus pecados, parece haber dado un golpe de gracia a la opereta secesionista al negarse a ceder locales públicos para la colocación de urnas el 1-O, no muchas horas después de ofrecerse a hacerlo. Bueno, algo así como con los bolardos, que un día no y otro sí.
De hecho, siete alcaldes catalanes, cuyos municipios suman un millón de habitantes, se han negado a facilitar el referéndum.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero si alguien alimenta la ilusión de que frustrar este último y más audaz intento de secesión resuelve la cuestión, tengo un bonito puente en Brooklyn que podría interesarle comprar.
Impedir el referéndum es solución de persona práctica, Y necesitamos a alguien impráctico para resolver el problema de fondo
Impedir el referéndum y la actuación de la Fiscalía y el TC son soluciones de persona práctica. Y necesitamos a alguien impráctico para resolver el problema de fondo.
Creo que lo decía Chesterton: las personas prácticas son muy útiles y necesarias para las situaciones normales, para los problemas menores, pero cuando las circunstancias son gravísimas y la crisis generalizada hay que acudir al individuo con la cabeza en las nubes que apenas sabe atarse los zapatos. Es decir, hay que llamar a quien sabe ver el fondo, la sustancia, y no solo los detalles.
Debe de ser por el generalizado declive en la educación, pero he notado de un tiempo a esta parte que la gente ya no entiende las analogías.
Se toman por comparaciones globales, como si no se estuviera estableciendo un paralelismo entre un aspecto de dos cosas diferentes, sino que se estuviera diciendo que son, en conjunto, parecidas. Y los ofendidos saltan como si se hubieran sentado sobre una chincheta.
Por eso tiemblo antes de sugerir que el nacionalismo catalán -el nacionalismo periférico en España, en general- tiene un curioso punto de contacto con la islamización paulatina de Europa.
«¡Candela Sande está comparándonos con los yihadistas!». No, no, en absoluto. Pero sí estoy convencida de que la fuerza de ambos fenómenos no se basa tanto en sus propios méritos como en la debilidad de lo que tienen enfrente.
Lo hemos dicho otras veces: Europa es poderosa, es rica, es culta, está bien organizada, mientras que los islamistas son todavía pocos, infinitamente más débiles y tan alejados de nuestros valores -los de siempre o los que ahora impone la progresía- como se pueda desear.
Pero, como reza el himno oficioso de nuestra era, Imagine, el europeo no tiene «nada por lo que morir», y el musulmán, sí. Jaque.
De un modo parecido -no igual, parecido-, la asimetría en el enfrentamiento entre el Estado y los separatistas catalanes es tan evidente que resulta imposible de ocultar.
Me dan igual las tesis de que el nacionalismo es un negocio, lo que los americanos llaman un ‘racket’, para sacar dinero, un chantaje permanente, un truco sacaperras de cuatro caciques de aldea.
O que el entusiasmo secesionista, más evidente en el odio a la patria común que en el amor a lo propio, se ha inoculado pacientemente durante 37 años hasta estallar ahora.
Me da igual porque eso, cierto o cuestionable, ya no puede arreglarse sin una máquina del tiempo. Lo evidente es que, de una parte, se cree en algo, Catalunya, nou Estat, y de la otra no se cree en nada.
Hablar de patria catalana, exultar con la estelada y organizar marchas multitudinarias y procesiones de antorchas puede parecer patético al hombre práctico atento sólo a las cotizaciones, pero es evidentemente algo, y algo que aparenta responder a ansias reales del corazón humano.
Todavía no sé de un ejército cuyos soldados se hayan enfrentado audazmente a las balas enemigas pensando en la inflación o en sumar un punto más al PIB
¿Qué hay del otro lado? ¿Cómo se responde a eso? Con proyecciones económicas de susto y acudiendo a voces extranjeras que digan que no, que eso no puede ser.
Y en la batalla entre banderas y gráficos de PowerPoint, ganan las banderas de calle. Todavía no sé de un ejército cuyos soldados se hayan enfrentado audazmente a las balas enemigas pensando en la inflación o en sumar un punto más al PIB.
A los catalanes no se les plantea un dilema equilibrado. Una parte le vende Cataluña como estado independiente -algo muy atractivo, como todo lo que aún no existe-, pero la otra parte no le vende España.
No le vende un proyecto común ilusionante, no le vende una patria de todos; le habla de textos legales -la Constitución, que está muy bien, pero España es bastante más grande y antigua-, de datos económicos y, peor, de una soberanía nacional que están deseando diluir en el club de Bruselas.
¿Qué sentido pueden ver en pertenecer a un Estado que no ve el momento de dejar de serlo?