Shahbaz Bhatti, católico y ex ministro de Minorías de Pakistán, fue asesinado por oponerse a la Ley de la Blasfemia. Fouzia, una cristiana de 25 años, fue secuestrada y obligada a casarse con un musulmán. En la región de Yanabad (Pakistán), 15 cristianos murieron al estallar dos bombas en dos iglesias cristianas.
Estos son sólo algunos de los casos que evidencian el abuso de poder que ejercen muchos musulmanes contra aquellos que no profesan la fe islámica en Pakistán.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl último en sufrir su amenaza es Khalil Tahir Sindhu, el actual ministro católico para los derechos humanos y para las minorías religiosas en la provincia de Punjab, objetivo de los terroristas tras el asesinato del Ministro del interior de Punjab, Shuja Khanzada, muerto por la acción de un suicida con una bomba.
La República Islámica de Pakistán es el sexto país más poblado del mundo con más de 180 millones de habitantes, de los cuales, aproximadamente el 97% es musulmán.
La mayor dificultad a la que se enfrenta ese 3% restante, formado mayoritariamente por cristianos, hindúes y sijis, es la Ley de la Blasfemia, la cual castiga cualquier afrenta contra Alá, Mahoma o el Corán con penas que van desde una multa hasta la pena de muerte.
Pero el gran problema no es la Ley en sí, pues esta se supone que también protege las ofensas contra cualquier fe, sino el uso partidista que practica una parte de la poblacion contra los no musulmanes.
La Ley de Blasfemia se inspira en la Sharía -ley religiosa musulmana- y permite que un musulmán denuncie a otra persona sin necesidad de testigos o pruebas adicionales. Además, en los casos en los que se considere que hay alevosía es obligatorio que el juez sea musulmán.
De esta manera, son cientos los casos de personas que acusan falsamente a los no musulmanes para robarles el negocio, salen inmunes de asesinatos cometidos o simplemente utilizan la Ley para amenazar y lograr así sus objetivos.
Por ejemplo, la Ong de Pakistán “Fundacion Aurat” ha denunciado que una media de mil chicas cristianas e hindúes son forzadas cada año en Pakistán a convertirse al islam y a casarse con un musulmán, y lo consiguen bajo la amenaza de denuncia.
Esclavas del siglo XXI
Uno de los últimos casos conocidos de esta práctica ha sido el de Komal Yousaf, una cristiana de 15 años, violada y obligada a convertirse al Islam para casarse con un musulmán; o el de Sobia, una chica cristiana de 19 años, que fue secuestrada y forzada a casarse con un musulmán rico que la utilizaba como camarera en su casa.
Ambas fueron rescatadas por la ONG World Vision in Progress (WVIP), que denunció que “los musulmanes en Pakistán creen que pueden utilizar a las jovenes de las minorías religiosas cristianas como bienes de consumo”.
Aunque el abuso de la fuerza y la coerción en Pakistán tienen lugar en cualquier. El matrimonio de Shafqat Emmanuel y Shagufta Kausar es un buen ejemplo de ello.
Según relató Josehp (hermano de Shagufta), a ACIprensa, en 2009 radicales islámicos atacaron 70 casa cristianas en el pueblo de Gorja, donde vivía Shafqat, quien quedó paralítico al recibir varios disparos.
Unos meses después su hermana Shagufta, analfabeta, perdió su móvil que sólo utilizaba para hacer llamadas. Acudió a la Policía para denunciar su pérdida, pero éste no apareció hasta mucho después.
Cuando el móvil reapareció lo hizo con una serie de mensajes contrarios a Mahoma que se habían enviado a líderes religiosos, lo cual, según Josehp, es imposible que lo hubiese hecho su hermana porque no sólo no tenía el móvil en su poder, sino que no sabe escribir y es consciente de que esos mensajes suponen la pena de muerte. Entonces, ¿para qué iba a escribirlos?
A pesar de tener la denuncia por la desaparición del móvil fechada antes del envío de los mensajes, Shagufta fue acusada de blasfemia y arrestada.
Su marido Shafqat, cristiano y paralítico, fue torturado frente a su mujer y sus hijas para que se declarase culpable de blasfemia, como su mujer, petición a la que accedió después de que le amenazaran con torturar a su mujer, y ambos fueron condenados a muerte.
Josehp también fue amenazado, por lo que huyó del país y actualmente vive en España en calidad de refugiado religioso, mientras que su hermana y su cuñado, padres de cuatro ninos menores de edad, esperan en el corredor de la muerte.
Latif Masih, cristiano de 22 años, también sufrió en sus carnes la injusticia de la Ley de la blasfemia, motivo por el que fue asesinado. Masih tenía un pequeño negocio con una tienda de móviles, y un total desconocido se ofreció un día a comprarsela. Él se negó, y fue acusado de quemar páginas del Corán, por lo que acabó en prisión.
Debido a la falta de pruebas, Masih no tardó más de un mes en lograr salir bajo fianza, pero apenas hubo vuelto a su tienda le recibieron los mismos que le habían acusado falsamente. Para zanjar el tema, le mataron de un disparo cerca de su casa, en Jodhpur, ciudad del estado de Rajastán.
La mayoría de los casos de violencia que se dan contra las minorías religiosas del país se amparan en esta Ley, pero a veces ni siquiera la utilizan y acuden a antiguos ritos, a día de hoy prohibidos, para castigar al infiel.
Como en la provincia de Baluchistán, donde un hombre y una mujer de unos 25 años fueron lapidados hasta la muerte por una multitud después porque el marido de la joven la acusó de mantener una relación extramatrimonial.
Sin juicio previo, un clérigo local dictó la sentencia y los jovenes fueron asesinados a pedradas. El Ministro de Justicia de Baluchistán, Sarfraz Ahmed Bugti, anunció la detención de este clérigo y de cuatro personas más, pero la mayoría de estos casos no llegan a la prensa y por tanto, quedan olvidados e impunes.
La poca presión internacional contra los abusos de poder en Pakistán no parece hacer efecto en el gobierno, que no se plantea cambiar la Ley de la Blasfemia.
Y aunque en ocasiones se logre salvar de la pena de muerte a algún recluso, como es el caso de Asia Bibi, de poco sirve si en cuanto salen de nuevo a la calle son perseguidos y asesinados por la multitud, convencida de que si alguien ha sido denunciado por blasfemia, debe morir.
Prohibido celebrar misas
Esa injusticia la vive todavía Asia Bibi, quien a pesar de ser una persona libre -después de pasar injustamente cinco años en prisión- debe permanecer por su seguridad en la cárcel debido a las numerosas amenazas de muerte que ha recibido.
Mientras los cristianos acusados de blasfemia esperan a que la Justicia les libre de una condena que bien podría significar su muerte, no pueden acudir ni siquiera a misa porque el Gobierno pakistaní las ha interrumpido.
Los funcionarios de las cárceles alegaron que se aprovechaba la misa para trapichear con droga y en base a ese motivo cancelaron toda actividad cristiana en prisión, pero un juez rechazó ese motivo como causa válida, y el proceso sigue abierto.
Con esta medida Pakistán está faltando al artículo 20 de su propia Constitución que trata sobre la libertad religiosa y al artículo 18 de la Convención internacional sobre los derechos civiles y políticos de la ONU que firmó en 1966.
Hasta que la Justicia se pronuncie, la única manera de celebrar el sagrado rito en una penitenciaria de la República Islámica es obtener el permiso por vía oficial del inspector general de las prisiones o del ministro del Interior.