Empezaré con una cita del hoy lamentablemente poco leído Juan Donoso Cortés:
«Roma sucumbió porque sus dioses sucumbieron; su imperio acabó porque acabó su teología. De esta manera, la Historia viene a poner como de relieve el gran principio que está en lo más hondo del abismo de la conciencia humana.»
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraSolo tenemos que sustituir Roma por España para entender lo que está sucediendo en Cataluña en lo más profundo «del abismo de la conciencia humana» de cualquier catalán, de cualquier español.
Los dioses, el Dios de Cristo en nuestro caso, muere. Y su Resurrección se orilla en la playa abandonada de la obsolescencia, en esa oficina de objetos perdidos en la cual la posmodernidad deposita todo aquello que se opone a sus dogmas, tan aparentemente débiles como débiles parecen -solo lo parecen- la tolerancia, el pacifismo y los llamados derechos humanos de la ONU, que no son siempre exactamente humanos, aunque ésta es otra cuestión, y no menor.
Luego llegaron las guerras a los imperios católicos que abarcan todo el siglo XIX y culminan en el XX con dos tragedias globales y el horror nuclear de Hiroshima y Nagasaki
La muerte de Dios no la decretó Nietzsche, el alemán simplemente la jaleó. Fue la Ilustración y la Revolución Francesa. Podríamos remontarnos al Renacimiento, pero no lo haré. Fue Napoleón, ese primer genocida mundial, la consecuencia nefasta más inmediata y terrible de la muerte del Dios cristiano y de la insensatez de Juan Jacobo Rousseau . Luego llegaron las guerras a los imperios católicos que abarcan todo el siglo XIX y culminan en el XX con dos tragedias globales y el horror nuclear de Hiroshima y Nagasaki.
A Napoleón le siguen Lenin, Stalin, Beria, Pol Pot y el Ché Guevara, por un lado; y, por otro, como intento de vacuna contra el virus comunista, Hitler, Mussolini, Degrelle, Codreanu y la versión castiza y católica española de Francisco Franco. La vacuna verdadera y eficaz de José Antonio Primo de Rivera desapareció con él para siempre jamás al ser reventado ante un pelotón de fusilamiento en Alicante, en 1936, un día gris del mes de Noviembre.
Es muy probable que los más sagaces ya sepan por donde van a ir mis tiros dialécticos y los indocumentados habrán dejado de leer y me estarán llamando «fascista», lo cual no me importa en absoluto.
El vacío que deja el Dios cristiano en Occidente es tan grande que solo pueden llenarlo grandes ideologías: ya las he mencionado
El vacío que deja el Dios cristiano en Occidente es tan grande que solo pueden llenarlo grandes ideologías: ya las he mencionado. Toda ideología es una herejía por cuanto sitúa como objeto de adoración un ídolo -la nación, el pueblo, el líder, la revolución- que siempre, siempre, reclama sangre. Toda herejía, en cuanto división que engendra más división, procede del diablo y el diablo es mentiroso y asesino desde el principio.
No me crean, si no quieren. Crean al menos en las obras. Repasen la macabra, la horrorosa historia del siglo XX. Revisen en lo «profundo de su conciencia humana» cuál es su ídolo: ¿el dinero? ¿la nación? ¿el sexo? ¿el poder? ¿la vanidad? ¿el fútbol? ¿la nada? ¿el relativismo? ¿la neutralidad?.
Cuando la ideología, de la misma raíz etimológica que «ídolo», se desembaraza de Dios se convierte en una «teología atea», pero teología al fin y al cabo. El ejemplo más literal de esta afirmación, la prueba irrefutable, es el marxismo leninismo, hoy travestido -nunca mejor dicho- de Ideología de Género al servicio de un capitalismo especulativo y desalmado que promueve, desde la ONU, un globalismo ilustrado y la dictadura del sentimiento como nuevo paradigma religioso.
Sí, religioso. No soy propiamente un tipo conspiranoico, porque atribuyo toda conspiración al único capaz de pensarlas con verdadera astucia: satán. Y éste no desea tanto un mundo sin Dios, como un Cristianismo sin Dios: «corruptio optimi, pessima», decían los mismos romanos que cayeron con sus dioses. «La corrupción de lo mejor es lo peor».
El diablo sí cree y sabe que el hombre es un ser también espiritual y que el espíritu humano no se llena solo con economía, PIB en crecimiento, paro en descenso, pensiones dignas y vivienda para todo el mundo. Tampoco se llena con leyes y consensos, Constituciones del 78 y naciones unidas por Naciones Unidas y la OTAN.
España puede ser muchas cosas, pero si deja de ser católica ya no es España. Alfonso Guerra, o Josep Borrell, han dejado a España que «no la reconoce ni Dios» y ahora vienen defendiendo una unidad que, según las acertadas palabras de Agustí Colomines, «es más sagrada que la fe». No.
Los Comuneros de Castilla tienen más que ver con los independentistas catalanes que con el internacionalismo revolucionario de los chicos de la CUP
«Que todos sean uno, como tu Padre en Mí, y Yo en Tí»: esta frase de Cristo no se había oído nunca antes en la historia del mundo, ni se volverá a oír jamás en su sentido pleno hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, nos ofrece la medida exacta que se precisa para que la unidad tenga un fundamento verdadero.
Esa medida es la no medida del amor de Dios. Así lo entendieron los monarcas españoles, de las Españas, hasta la llegada de los Austrias y de los Borbones. Los Comuneros de Castilla tienen más que ver con los independentistas catalanes que con el internacionalismo revolucionario de los chicos de la CUP.
Los de la CUP tienen su religión comunitaria y neomarxista. Y los independentistas como Colomines tienen la suya, con el Estado Catalán, republicano, como ídolo a venerar y servir. Todo por la patria. Nada me recuerda más al adoctrinamiento jacobino «indepe» en la escuela que el adoctrinamiento jacobino franquista de la Formación del Espíritu Nacional. La comparación es muy simple, burda si quieren, pero no hay otra mejor.
En Madrid, los ilustrados liberales también tienen su religión, masónica o no, satánica o no, atea militante o no, cristiana sin Cristo o no, pero en cualquier caso tienen una religión de Estado, cuyas tablas de la Ley se concretan en una Constitución que ahora van a reformar para dar cabida a los dogmas de género LGTBI. Y, ya puestos, para terminar de destruir lo poco que queda de España con estados libres asociados y una Confederación que en nada se parecerá a la de Lee.
¿Lo poco? No lo sé. Es el español -o sea, el gallego, el castellano, el extremeño, el vasco, el catalán…- un pueblo orgulloso y vago, fiero y cachondo, místico y ramplón, heroico y mezquino, generoso y ruin.
Un pueblo de contrastes como su geografía, imprevisible como su clima, y siempre pasional, en el peor sentido de la palabra. Esta pasión enciende mechas que duran ocho siglos y guerras civiles que empiezan en 1936 y todavía siguen. Esta pasión no deja en paz a los muertos y somete a los vivos a la dictadura del odio cada decenio, más o menos.
Esta pasión, y me pongo ahora ateo y freudiano, puede sublimarse en lo católico y entonces somos grandes, o puede rebajarse a la idolatría ideológica, disculpen la redundancia, y despertar a nuestro particular monstruo mezquino, ruin, ramplón y fiero.
Es lo que ha sucedido en Cataluña.
El alma humana necesita una poesía, un sueño, una meta elevada como las estrellas, que hoy, aquí, solo el independentismo ha dado con su Estelada
Y es lo que no arreglará ningún cambio constitucional, ningún partido ilustrado y jacobino, ningún consenso atlantista o belga. Porque el alma humana necesita una poesía, un sueño, una meta elevada como las estrellas, que hoy, aquí, solo el independentismo ha dado con su Estelada.
Combatir a Verdaguer o a Llull o a Llach, por qué no, con el PIB nacional, es como intentar destruir el Cristianismo con el circo y los leones. Ya sabemos cómo acabó Roma.
Mi solución, señores, señoras, niños, la dejo para otro día. En cualquier caso es mía y a ustedes puede importarles un bledo. O no.
Queden con Dios.