El miedo al terrorismo global está despertando el escrutinio de la convivencia multicultural en Occidente. La viabilidad de lo que Giovanni Sartori llama la “sociedad multiétnica” siempre fue una quimera para algunos críticos, entre otros, el propio Sartori, que anunció su fracaso.
Constatar que muchos de los terroristas que se unen al Estado Islámico son jovenes nacidos y crecidos en Europa ha extendido la sospecha hacia esa utopía de una Ciudad democrática de razas, credos y culturas conviviendo armoniosamente. Los ataques de París del pasado 13 de noviembre han tenido, entre otros, el efecto de derribar el tabú de la equivalencia moral de las culturas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa evidencia de que al menos dos de los terroristas del 13-N entraron en Europa mezclados entre refugiados sirios añade a esta revisión integral del lugar del “otro” el debate sobre la inmigración.
Se empieza a hablar de “preservar los valores” de la civilización, inmediatamente constreñidos, en los discursos de los últimos días, a la enumeración ilustrada de democracia y ley como únicas fuentes de valor.
Estados Unidos se divide entre los partidarios de la acogida y los que piden suspender la llegada de 10.000 refugiados sirios. Reino Unido y Francia activan por su cuenta controles más severos sobre los que llegan y, en España, el líder del PP de Cataluña, Xavier García-Albiol, además de escritores de periódicos y tertulianos, plantean el fin del modelo multiculturalista y su reemplazo por una política migratoria basada en el principio de asimilación.
Me atrevo a pedirte que consideres una aproximación diferente.
Los terroristas que asesinaron a machetazos a un soldado británico en plena calle, y a plena luz del día, en Londres, los que atacaron la Redacción de Charlie Hebdo, los que causaron la masacre del pasado viernes 13 en París, o los que se están uniendo, por centenares, al Estado Islámico en Siria e Iraq son jovenes europeos perfectamente adaptados a la forma de vida occidental. Están en plena comunión con el estado de los valores en las sociedades abiertas y multiculturales. Su predisposición a la violencia no proviene de una educación en un Islam integrista, recibida al margen de las instituciones de socialización occidentales, sino de un trato cotidiano con el significado de la vida y de la dignidad humanas en nuestras sociedades.
Cherif Kuachi, uno de los dos hermanos que asesinaron a 12 personas en el ataque a la revista Charlie Hebdo, era un músico francés que grababa discos de hip-hop.
Hasna, la chica que murió durante el asalto de la Policía al apartamento de St-Denis, nunca pisaba una mezquita, sus padres estaban divorciados, le gustaba irse de juerga y tomar drogas.
Abdelhamid Abaaoud, el planificador de los últimos ataques de París,era un delincuente de poca monta, un traficante de drogas a pequeña escala en el barrio de Molenbeek, en Bruselas, de donde están saliendo muchos de los jovenes europeos para unirse al Estado Islámico.
En la barriada del Príncipe, en Melilla, o en los vecindarios de Cataluña donde se les recluta para el terrorismo más brutal, estos chicos no han crecido leyendo el Corán, asistiendo a las madrazas o apartados del mundo por los imanes de las mezquitas, sino jugando al Call of Duty, el vídeo juego de guerra que engancha a millones de jovenes en las sociedades de consumo, viendo Mujeres y hombres y viceversa, Gran Hermano y series de televisión, frecuentando los mismos bares, vistiendo la misma moda y usando las mismas redes digitales que muchos jovenes europeos.
No, los autores del 13-N y los terroristas que tienen en alerta a Europa y Estados Unidos no son unos unos bichos raros viviendo en burbujas dentro de la sociedad multicultural. Son parte del paisaje, frutos de una concienzuda siembra de nihilismo, banalización del mal y disolución de valores e instituciones.
Su testimonio expresa una verdad insoportable para la buena conciencia de los gobernantes occidentales. No son los bárbaros que llegan, sino la barbarie que sale del corazón de la vida occidental. No es el fracaso de la sociedad multicultural, sino su rotundo éxito en la desculturación y el borrado de la identidad de Europa. No atacan los valores de La Marsellesa, sino que, en gran medida, los llevan hasta sus últimas consecuencias.
[Con información de The Guardian, La Nación, El País, Actuall, El Mundo, El Español, La Vanguardia y El Periodico]
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