Cruda realidad / Por qué es (casi) inevitable lo que vemos en el Congreso

    La moción de censura ha puesto de manifiesto cuatro realidades que marcan el actual sistema político de España. El sistema electoral, los mandatos -con miras cortoplacistas-, la elección de líderes y los propios partidos, las causas de la situación que vivimos hoy en día.

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    El líder socialista Pedro Sánchez, durante la moción de censura contra Mariano Rajoy.
    El líder socialista Pedro Sánchez, durante la moción de censura contra Mariano Rajoy.

    El mayor espectáculo del mundo lo tenemos ahora, en vivo y en directo, y la magia de todo el asunto, la gran maravilla y la sorpresa máxima, es que todos nos sintamos avergonzados de lo que contemplamos y sumemos a la vergüenza el horror de pensar que esa gente está ahí porque la hemos elegido.

    Asistimos, atónitos, al espectáculo del líder de un partido, el PSOE, que no tiene los votos para gobernar pero pretende hacerlo escudándose en… ¿qué?

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Esa es la pregunta: ¿Qué ha cambiado, qué ha pasado para que Sánchez, que con nuestros votos no llegaría a la Moncloa ni hartos de vino (los votantes, claro), arrincone al partido en el poder y le arrebate el gobierno gracias a cinco votos -cinco- de un partido que el único interés que tiene en España es que se rompa?

    No ha estallado ningún escándalo nuevo, solo se ha sabido la sentencia -draconiana- de viejos escándalos. ¿A alguien puede sorprenderle? ¿Está libre el PSOE de casos así, cuando precisamente ahora se juzga el multimillonario caso de los ERE?

    Una piensa en esos cuentos de pesadilla en los que al protagonista le conceden tres deseos que le llevan a la perdición. Esto que tenemos delante, esto que casi todos, que una mayoría, ve con horror o disgusto, es lo que hemos elegido; esto es lo que nos venden como ‘la voluntad popular‘, esto que casi nadie quiere.

    Es curioso mirar a mi alrededor (física y virtualmente) y ver tanta cara horrorizada, como si asistiéramos a una amenaza que no va con nosotros, de la que no fuéramos responsables

    ¿Cómo es posible? ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Cómo puede un régimen que, precisamente, se distingue supuestamente de los anteriores por reflejar lo que la gente quiere llegar a cosas que la gente evidentemente no quiere?

    Es curioso mirar a mi alrededor (física y virtualmente) y ver tanta cara horrorizada, como si asistiéramos a una amenaza que no va con nosotros, de la que no fuéramos responsables, siendo así que nuestras huellas dactilares están por toda la escena del crimen.

    Un poner: todavía colea la crisis catalana, la resaca del 1-O y el riesgo de despiece de España. ¿Cómo hemos llegado a eso? Pues como lo estamos viendo en directo con el PNV: se necesitan desesperadamente los votos de los nacionalistas y se les da lo que sea por lograrlos. Repita eso durante generaciones y entenderá perfectamente el procés.

    Es eso que llaman ‘heterogénesis de los fines’, cuando un proceso da como resultado exactamente lo contrario de aquello para lo que parece diseñado. La democracia, se supone, reflejaría aquello que quiere España. Y España asiste a un cambalache, a una subasta de charlatanes de feria en la que se mercadea indecentemente con nuestro futuro, como si fuéramos el convidado de piedra.

    ¿Cómo se ha llegado a esto? Apunto las causas que, así de pronto, se me ocurren.

    1. El sistema electoral. No es totalmente proporcional, como puedan ser el israelí o el italiano (que tiene sus propios problemas, como es que casi siempre haya que gobernar con coaliciones), con la idea de que los territorios con menos densidad de población no se sientan/queden fuera del sistema.

    Con este método se sobrepondera el voto nacionalista, de modo que entran en el legislativo español partidos cuyo interés en España es mayormente sangrarla

    El problema es que con este método se sobrepondera el voto nacionalista, de modo que entran en el legislativo español partidos cuyo interés en España es mayormente sangrarla. Suena absurdo, pero ha sucedido demasiadas veces que la gobernabilidad de España ha requerido los votos de quienes ni creen en España ni la quieren. Eso significa concesiones, que se traducen en mirar para otra parte mientras los secesionistas se dedican tranquilamente a crear ‘estructuras de Estado’ y, sobre todo, alimentar el odio a España.

    1. Los mandatos. Cada partido tiene, con suerte y si gana, cuatro años para gobernar. Ahora, hay innumerables problemas en cualquier país que son a largo plazo. Es decir, que a corto exigen un sacrificio para obtener una ventaja grande, o incluso necesaria, dentro de diez o veinte años. Del mismo modo, hay ‘parches’ que son como bombas de relojería, satisfactorios de momento pero con el potencial de generar enormes problemas en el futuro.

    Pues bien: el gobierno de turno no tiene ningún incentivo para pedir sacrificios hoy para algo que dará fruto cuando ellos no estén el poder. Y no lo estarán, precisamente, por esos sacrificios que han impuesto, que la oposición se precipitará a asegurarnos que son innecesarios. Lo mismo al contrario: los problemas derivados de parcheos agradables a corto los sufrirán los que vengan detrás. Que arreen.

    Esa es la razón de que los más graves problemas que nos aquejan, desde el secesionismo creciente a la crisis demográfica o el futuro de las pensiones, no los toque nadie ni con un palo

    Y esa es la razón de que los más graves problemas que nos aquejan, desde el secesionismo creciente a la crisis demográfica o el futuro de las pensiones, no los toque nadie ni con un palo.

    1. La selección de líderes en los partidos. Ya sabemos, son listas cerradas y el que se mueva no sale en la foto. El proceso no favorece exactamente que suban los mejores, sino más bien al contrario: los más dóciles con sus susperiores y más maquiavélicos con sus compañeros, los más pelotilleros, los que no hacen olas, los que no hacen sombra al jefe: los mediocres, los aprovechados, los que carecen de convicciones y por eso pueden adaptarse sin problemas a los bandazos que dan los partidos.

    En definitiva, el ‘hombre de partido’ que es, como decía Chesterton, un hombre de cualquier partido. Si ha pensado alguna vez que la política parece acumular a lo peor de cada casa, ya sabe la razón.

    1. Los propios partidos. ¿Qué son, asociaciones que piensan igual y tienen la ambición de proponer esas ideas desde el gobierno? Quizá, siendo optimistas, pudo haber sido originalmente. Hoy son meras maquinarias para alcanzar el poder, y la ideología es solo una herramienta, siempre descartable y a menudo descartada.

    El partido solo quiere el poder, y sabe que para lograrlo no tiene que prometer el oro y el moro al electorado, porque eso ya lo hacen todos: debe fijarse en lo que quieren las minorías, los grupos de presión, porque esos son los que vertebran el voto, lo recomiendan y proporcionan voluntarios.

    La gente (estadísticamente) normal no vota por un solo asunto. Los grupos de interés, sí. Con lo que conviene agradar a esos grupos, ya que hacerlo no alejará a demasiadas personas (estadísticamente) normales.

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