Hemos tenido la suerte de tener los mejores abuelos y padres del mundo. Ha sido esa generación que junto con sus padres se puede decir que levantaron a España. En la reciente crisis económica han sido el mejor apoyo de muchas familias, no solo económico, sino también el sostén humano de muchas personas.
Han sido grandes personas, grandes hijos de sus padres y grandes padres de sus hijos y ahora son abuelos-para-todo: niñeras, chófer, banco de España, hotel de vacaciones y un sinfín de tareas, inimaginables. Realmente no podemos nada más que agradecer todo lo que han hecho por nuestra generación. Precisamente estos grandes abuelos son los que ahora dicen que no quieren molestar a sus hijos, que no quieren dar trabajos… Qué paradoja, han dado la vida por sus hijos y nietos, pero no quieren dar quehacer. ¿No tendrá algo que ver en cómo sus hijos reaccionan ante las limitaciones que ahora les están llegando y son propias de su edad?
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSi los abuelos dicen que no quieren molestar, curiosamente el discurso de los hijos es el de «no quiero que sufran». ¿Somos una generación que rechaza la carga de cuidar a los que nos han cuidado? Las nuevas leyes de eutanasia que se están debatiendo actualmente se disfrazan de falsa caridad. Con el argumento de una muerte digna, la eutanasia es la herramienta perfecta para eliminar a los limitados, a los que sufren o a lo que ya han vivido demasiado. Es posible que sea mucho más barato eliminar el sufrimiento que paliarlo.
Las nuevas leyes de eutanasia, que buscan bendecir el asesinato del que sufre, lejos de ayudar a bien morir, van a dejar todavía más solos a los enfermos en su último dolor
En mi profesión de médico he acompañado ya a muchos enfermos, a lo largo de su enfermedad y cuando ha llegado el momento de partir. Recuerdo a Miguel, un anciano, de condición humilde y que era todo un caballero, tanto mientras iba envejeciendo, como cuando le llegó el sufrimiento y el momento de la muerte. Saber morir con dignidad, no tiene nada que ver con evitar cualquier sufrimiento inherente a la propia muerte. Es curioso, pero estas son esas experiencias fuertes que suponen toda una escuela de vida.
La semana pasada una amiga enfermera, que trabaja en una unidad de cuidados paliativos, me comentaba el caso de su padre recién fallecido tras una demencia progresiva. Inevitablemente, se le saltaban las lágrimas de los ojos recordándolo. Ella da gracias a Dios, por haber podido acompañar a su padre, y gracias a su profesión haber podido aliviarle y cuidarle de la mejor manera posible. Me comentaba cómo la enfermedad larga de su padre ha sido una escuela de vida para hijos y nietos.
Las nuevas leyes de eutanasia, que buscan bendecir el asesinato del que sufre, lejos de ayudar a bien morir, van a dejar todavía más solos a los enfermos en su último dolor. Doy gracias a todos mis pacientes que me han enseñado a vivir y morir.
Queridos abuelos: ojalá que sepamos estar a la altura para agradeceros todo lo que habéis hecho por nosotros… y os podamos cuidar.