Bajo el mando del teniente coronel Yagüe, la columna de legionarios y regulares formada en Sevilla a comienzos de agosto de 1936, alcanzó los muros de Badajoz el 14 de ese mes. Cubierta de polvo y sudor, la vanguardia legionaria embutida en sus verdosos uniformes descoloridos por el ardiente sol del estío andaluz, llegaba cercana al agotamiento:
-Legionarios –les arengó Yagüe antes del asalto-; los rojos dicen que somos hijos de curas. ¡Vamos a decir Misa en Badajoz!
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraIrrumpieron por la puerta de la Trinidad, del cuartel de la Bomba y de Correos. Fuertemente atrincherado, el enemigo les infligió enormes bajas, pero consiguieron pasar, desparramándose luego por la ciudad, que tomaron en duros combates prolongados hasta la noche. Lo que vino a continuación fue la terrible liturgia de aquél verano; se fusiló sobre el terreno a aquellos milicianos que mostraran señales del retroceso de un arma de fuego en su hombro. Los dos bandos obraban de igual modo y ninguno esperaba piedad del otro.
Hasta ese momento, los frentepopulistas iban perdiendo la batalla de la propaganda a causa de las atrocidades que acaecían en su zona, que estaban recibiendo cumplida cobertura por parte de los medios internacionales, particularmente las referidas a las cometidas contra la Iglesia.
Aunque lo sucedido en Badajoz era lo mismo que estaba ocurriendo en cada una de las dos trincheras de la España de 1936, la izquierda puso en marcha una máquina propagandística
Por esa razón, aunque lo sucedido en Badajoz era lo mismo que estaba ocurriendo en cada una de las dos trincheras de la España de 1936, la izquierda puso en marcha una máquina propagandística cuyas ruedas no han dejado de girar hasta el día de hoy.
En Madrid
Mediado agosto, mientras la legión tomaba Badajoz, en el Madrid del Frente Popular los crímenes se sucedían a diario: cada mañana aparecía una miríada de cadáveres arrojados a las cunetas, abandonados en las praderas, a menudo torturados y no pocas veces horriblemente mutilados. Con el trascurrir del verano, la matanza no solo no menguaba, sino que parecía haber cobrado vida propia.
Uno de esos crímenes fue el de los prisioneros encerrados en la cárcel Modelo de Madrid, matanza que pronto trascendió y que fue también testimoniada por la prensa extranjera. La fotografía de los milicianos fusilando el Sagrado Corazón el 26 de julio había dañado sobremanera la credibilidad de la república, y las imágenes de los saqueos de las iglesias por los milicianos habían hecho el resto; pronto trascendió la enormidad de la efusión de sangre en la zona revolucionaria, hasta el punto de que Winston Churchill le negó la mano al embajador republicano en Londres, Paulino de Azcárate, mientras musitaba: “blood, blood, blood”.
Escocidos por el aprovechamiento que para los sublevados se seguía de la revelación de los espeluznantes crímenes perpetrados por las organizaciones revolucionarias, estas pusieron en marcha su formidable aparato propagandístico a fin de ocultar –o excusar- lo que ocurría en ciudades como Madrid.
No es casual que fuese por esas mismas cuando el diario republicano La Voz fijase su atención en la entrada de Yagüe en Badajoz
No es casual que fuese por esas mismas cuando el diario republicano La Voz fijase su atención en la entrada de Yagüe en Badajoz. A fin de espolear a los suyos y justificar lo que estaba sucediendo, la publicación tejió una historia con ribetes bochornosos: “Cuando Yagüe se apoderó de Badajoz (…) hizo concentrar en la Plaza de Toros a todos los prisioneros y a quienes, sin haber empuñado las armas, pasaban por gente de izquierda. Y organizó una fiesta. Y convidó a esa fiesta a los cavernícolas de la ciudad, cuyas vidas habían sido respetadas por el pueblo y la autoridad legítima.
Ocuparon los tendidos caballeros respetables, piadosas damas, lindas señoritas, jovencitos de San Luis y San Estanislao de Kostka, afiliados a Falange y Renovación, venerables eclesiásticos, virtuosos frailes y monjas de albas tocas y miradas humildes. Y ante tan brillante concurrencia fueron montadas algunas ametralladoras…”.
El relato continuaba con pretendidos detalles que cuesta imaginar alguien pudiera considerar creíbles: las jovencitas de clase alta de la ciudad aplaudían enfervorizadas cuando se clavaban las banderillas a los prisioneros, quienes debían embestir a los capotes que se les ofrecían… Todo el muestrario habitual del imaginario izquierdista tenía asiento en aquella narración de cartón-piedra.
Este tipo de fantasías estaban relativamente extendidas por aquellos días, y La Voz hacía más que reproducirlas o inventarlas por creerlas beneficiosas para su causa
Este tipo de fantasías estaban relativamente extendidas por aquellos días, y La Voz no hacía más que reproducirlas –o inventarlas- por creerlas beneficiosas para su causa. El periodista portugués Leopoldo Nunes describió por entonces una escena semejante, protagonizada por el bando izquierdista:
“Un día trajeron del frente dos regulares marroquíes (…) Y en el propio patio grande del Ministerio de la Guerra, a cuyos balcones se asomaron el ministro y otros altos funcionarios, se cometió un crimen que no tiene equivalente en la historia. ¡Se organizó una corrida de toros! ¡Y los dos desgraciados e indefensos moros fueron picados con bayoneta, banderilleados y muertos a estocada!”
La verdad como víctima
A partir de esta burda propaganda, levantó la izquierda su relato. Básicamente, este consiste en que, tras la toma de Badajoz, Yagüe ordenó una indiscriminada ejecución de prisioneros –entre 2.000 y 4.000, según las versiones- a fin de asegurar la retaguardia.
La izquierda se encargó, después, de amplificar las versiones que dieron tres propagandistas -Jay Allen, John T. Whitaker y Herbert Southworth- que son, sencillamente, invenciones y manipulaciones elaboradas por quienes estaban abiertamente comprometidos con la causa del Frente Popular, como su trayectoria previa demuestra y su posterior no desmentiría.
Frente a sus invenciones, tenemos el testimonio fehaciente de los periodistas que entraron en Badajoz con Yagüe, que no presenciaron fusilamientos del tipo del que aquellos refieren. La nómina de estos periodistas es larga: Jean De Gandt, Marcel Dany, Jean D´Esme, Harold Cardozo, Edmond Taylor, John Elliot, Arnaldo Notari, José Augusto, Adolfo de Rosa, Mario Pires, Félix Correia, Mario Reis, José Barao…ninguno de ellos da cuenta de algo tan brutal como habría sido la eliminación violenta de miles de personas.
Por otro lado, un autor como Hugh Thomas -lejos de toda sospecha de connivencia franquista- asegura que, pese a la propaganda de Allen, Whitaker o Southworth, la cifra final de fusilados se encuentra más cerca de los 200 que de los 2.000 que difundió mendazmente Allen.
Teniendo en cuenta que algo más de la mitad cayeron en acción de guerra, se podría establecer un número en torno al par de cientos de fusilados
De hecho, la estimación actual está en unos 500 muertos por todos los conceptos entre el 13 y el 18 de agosto de 1936; teniendo en cuenta que algo más de la mitad cayeron en acción de guerra, se podría establecer un número en torno al par de cientos de fusilados. Más o menos lo que calcularon los periodistas efectivamente presentes en la toma de la ciudad. Pero Thomas hace más: cuestiona la fiabilidad del testimonio de Allen cuando éste narra cómo la sangre corría por los desagües de la calle de san Juan…ya que dicha calle carecía de desagües.
Como apunta Thomas, Allen inventa situaciones y personajes que la realidad más tarde desmentiría. Incluso algunas de sus crónicas están redactadas en un lugar distinto a aquel en el que aseguraba estar en la fecha indicada. Es el caso del artículo de Jay Allen, publicado el 30 de agosto de 1936 en el Chicago Tribune, en el que, fabulando sin freno, el autor comete errores en los que un testigo jamás hubiera incurrido, como achacar crímenes a unos moros que –según admite Sánchez Ruano, declaradamente partidario de los frentepopulistas- hacía días que se encontraban en el frente…
Pero el cuestionamiento de las versiones propagandísticas adquirió su mayoría de edad gracias a la obra publicada en 2010 por Francisco Pilo, Moisés Domínguez y Fernando de la Iglesia, significativamente titulada: “La matanza de Badajoz ante los muros de la propaganda”, en la que los autores, a través de un minucioso estudio documental, demuelen la absurda mistificación perpetrada durante décadas.
Estos tres autores muestran la falsedad esencial del relato ideologizado. Así, uno de los pilares sobre los que los que se ha construido el mito de Badajoz es la pretendida “confesión” que Yagüe habría hecho al periodista norteamericano Whitaker, y en la que habría reconocido la eliminación de unos 4.000 prisioneros justificándolo ya que “no los iba a dejar a retaguardia para que hicieran de Badajoz una ciudad de nuevo roja”. Tal pretensión es ridícula, entre otras cosas, porque Whitaker no reveló dicha entrevista hasta 1942.
Whitaker cubría la información en nombre del New York Herald Tribune, y no es creíble que unas declaraciones tan sensacionales no fueran publicadas en 1936, y sólo las hiciera públicas al “recordarlas” seis años más tarde. Aún más: en la entrevista que Yagüe sí concedió en esas fechas para la United Press y que vio la luz en The Pittsburg Press el 18 de agosto de 1936, el teniente coronel “se negó a estimar cuántos presos habían sido ejecutados desde que la ciudad quedó bajo control fascista”. Lo cual encaja con la mínima prudencia exigible a un jefe militar en situaciones como esta. Pero Whitaker pretende que a él si le hizo la confidencia, aunque la olvidó, para recordarla seis años más tarde.
La falsedad, impulsada por historiadores que la han asumido por razones ideológicas, ha alcanzado nuestros días, convirtiéndose en uno de los mitos de la guerra civil más consolidados.
La cruenta toma de Badajoz produjo, sin duda, un número de bajas estimable. Los cadáveres, esparcidos por toda la ciudad, hubieron de ser reunidos y apilados antes de proceder a su cremación, lo que no tiene nada de particular. Pero los propagandistas, multiplicando por diez y hasta por veinte las cifras de víctimas, han aprovechado la incineración para considerarlo un antecedente de Auschwitz, nada menos.
¿Cómo es posible que algo así, aunque crecientemente cuestionado, haya terminado por ser creído?
Lo cierto es que, junto al de Guernica, el de la matanza de Badajoz es uno de los grandes mitos de la Guerra Civil
Lo cierto es que, junto al de Guernica, el de la matanza de Badajoz es uno de los grandes mitos de la guerra civil. Arma de la más burda propaganda de guerra frentepopulista, ochenta años después no falta quien continúe, empecinadamente, difundiendo la leyenda. Algunas asociaciones de la memoria aseguran que fueron fusiladas hasta 9.000 personas en Badajoz, lo cual, si bien ridículo, no es excesivo al compararlo con los 30.000 que aseguró en su día Ramón J. Sender.
La clave la dio hace ya muchos años quien fuera una de los principales propagandistas de la causa soviética en Europa, Víctor Gollancz, que resumió cómo proceder para extender las tesis más descabelladas a través de “una exposición aparentemente imparcial escrita por alguien de izquierdas (…) se puede representar de tal modo que, mientras exista una atmósfera de imparcialidad que nadie pueda atacar, los lectores llegarán inevitablemente a la conclusión correcta.”
No es mala definición para el tema que nos ocupa.